Rebeca marcó su número. El teléfono en su pecho se iluminó en silencio, proyectando destellos bajo la cama. Luciano cerró los ojos, contando pulsaciones. El tono murió, y en la pausa siguiente escuchó una exhalación irritada.
—Malnacido —murmuró ella, con un tono que oscilaba entre la amenaza y la súplica—. Más te vale que no estés con la bastarda de Linda. Si descubro que me engañas, juro que te arruinaré la vida…
El eco de sus palabras se estrelló contra las paredes. Pero no se marchó. Luciano percibió un movimiento leve, unos susurros de tela. La cama cedió un poco más al peso de sus caderas. Rebeca pareció batallar con un pensamiento, hasta que un suspiro profundo reveló rendición a su propio deseo. Sus piernas se cruzaron, descruzaron; la pulsera tintineó de nuevo con un ritmo que é
