La miré mirarse en el espejo, con esa expresión de angustia que me hacía un nudo en la garganta. Podía notar que se odiaba, o al menos odiaba lo que veía al grado de casi llorar por lo que le provocaba su reflejo en el espejo.
Me moví en la cama justo antes de que pellizcara ese exceso de grasa corporal que se notaba en un costado de su abdomen.
Ella había recuperado su hambre con el paso de las semanas, y tal vez se había excedido en la comida chatarra con la excusa de antojos, pero ahora odiaba lo que se había provocado.
La escuché suspirar sonoramente, caminó al baño y me levanté para hacer una ensalada y espiar a el anciano que vendía donas por la calle. Ella solía detestar su reflejo en el espejo, pero no tanto como el que faltara un postre en cada comida.
Había ganado una afi
