—Riley, tengo que aterrizar aquí —señaló—. Hay demasiado hielo en el avión. Pero trata de no entrar en pánico, estamos aterrizando, no estrellándonos. —Está bien, Russ —aceptó—. Confío en ti. —Se acercó a él, le cogió la mano, y la apretó suavemente. Él le devolvió el apretón antes de volver a colocar su fría extremidad sobre su regazo y tomar los mandos. Con toda la delicadeza que pudo conseguir dadas las hélices y el timón medio congelados, orientó el avión hacia el prado. Las manos de Riley se sujetaban con fuerza y sus labios se movían, aunque no emitía ningún sonido. Russ tuvo la clara impresión de que estaba rezando. El avión se sacudió y se estremeció cuando cambiaron de elevación, pero él se mantuvo firme en su velocidad y trayectoria. «Ya casi está. Puedo lograrlo». El desastr

