Múnich, Alemania.
Era una mañana de tonos dorados y de clima despejado. La ciudad se despertaba con la movilidad de Hallowen. La tranquilidad de las alturas era interrumpida por el estruendoso zumbido de las hélices de un helicóptero que surcaba el cielo en círculos concéntricos. La gente que paseaba por las calles levantaba la mirada, observando el imponente aparato que se acercaba de forma decidida hacia el helipuerto en la cima de un rascacielos majestuoso. Con un aterrizaje perfecto y coreografiado, el helicóptero descendió y las puertas, donde estaba graba la marca DASSAULT, se abrieron con un susurro mecánico. Cinco jóvenes bellos y abrigados por luz de riqueza salieron, tres chicos y dos muchachas. Eran deslumbrantes en su elegancia y con un aire de confianza que eclipsaba, incluso, la grandeza del edificio. Sus atuendos de marcas lujosas, complementados por accesorios brillantes, dejaban claro que eran de un mundo de elite. Entre ellos, destacaba uno, el que estaba en el centro del grupo. Además de su cabello crespo, oscuro y abundante en rulos que se recogían como espirales.
Herick Dassault, era el heredero de un conglomerado que dominaba la escena empresarial. Era el príncipe, destinado a convertirse en rey. Su presencia, reservada y con un aura fría, infundía respeto a su alrededor. Era alto, con una figura esbelta y ojos cerúleos oscuro que reflejaban la astucia de alguien acostumbrado a los negocios. Vestía un impecable traje de sastre de tonalidad negra con una camisa blanca que resaltaba su posición. Sus pasos eran seguros, como si cada movimiento estuviera calculado para dejar una impresión duradera.
El círculo de amigos de Herick Dassault, estaba integrado por dos mujeres y dos hombres. Irradiaba un magnetismo que complementaba la imponente presencia del heredero. Cada uno tenía un estilo único que enriquecía la diversidad del grupo. Lilith Bailey, la joven de melena roja, rizada, que caía en ondas salvajes y ojos azules, llevaba consigo una energía apasionada. Su mirada intensa revelaba una curiosidad inquebrantable. Con una elegancia rebelde, siempre llevaba consigo un toque de intriga que añadía un elemento de misterio. Mientras tanto, Beatrice Golden, tenía el pelo rubio, sedoso, y mirada verde, destacaba por su gracia de chica rebelde. Su melena dorada caía en cascadas suaves, y sus ojos verdes reflejaban una calma que equilibraba la intensidad del grupo. Vestía con un estilo refinado, aportando una sofisticación natural. Esta última era hermana gemela, melliza de Benjamín Golden, y su personalidad era contraparte de él. Benjamín era un rubio divertido y la chispa de alegría. Buscaba la adrenalina y le fascinaban los deportes. Su pelo, siempre un poco despeinado, complementaba su carácter espontáneo. Era un mujeriego empedernido y amante de las pasiones fugaces, ya que el amor no era para siempre. Siempre estaba dispuesto a hacer más llevadero el ambiente. Él aportaba una ligereza necesaria, convirtiendo, hasta las situaciones más serias en momentos de diversión. En otro contraste, Ethan Coopers, con su cabello marrón y ojos cafés, emanaba una calma reflexiva. Su presencia era tranquila, similar a la de Herick, que se manifestaba en su mirada profunda y en su actitud serena. Siempre listo para ofrecer un consejo ponderado. Juntos, formaban una amalgama única de carácter, cada uno aportando su propio matiz al entorno.
En esa mañana vibrante en el techo del edificio, el ecléctico cuarteto acompañaba a Herick Dassault con una amistad sólida y lealtad inquebrantable, como las piezas bien encajadas de un rompecabezas que, juntas, creaban una imagen poderosa y completa. La comitiva se desplazó con lento paso hacia la entrada del rascacielo, donde un séquito de ejecutivos y personal de seguridad esperaba para recibirlos. Abordaron el ascensor, los cinco. Herick estaba en el centro, con Lilith Bailey a su diestra, Beatrice y Golden a su izquierda. Ethan Coopers y Benjamín Golden en los extremos. El elevador descendía, mientras daba una escena gloriosa de los cinco poderosos y millonarios.
—Alemania, Alemania. País de la cerveza —dijo Benjamín para romper el gélido silencio en el estrecho espacio—. Aquí es tradición beber desde niño.
—¿Y eso te hace feliz? —respondió su gemela Beatrice con seriedad y afronta a su hermano.
—Por supuesto, mi Lady. ¿Qué más necesitas para ser feliz que una buena cerveza? —contestó con seguridad, con un gesto de felicidad.
Beatrice siseó con su boca y frunció el ceño con desaprobación. ¿Cómo es que podían ser hermanos? Y para empeorar la situación, ¿cómo era que podían ser mellizos?
—Mejor cállate, ogro. Me das dolor de cabeza —dijo Beatrice con desdén.
—Con más razón he de hablar. —Los dos hermanos se vieron. Ella con una expresión asesina y él con rostro divertido, mientras hacía muecas.
—Te voy a matar —susurró Beatrice, señalándolo.
—Ven. Inténtalo, bruja —susurró Benjamín, tocándose el pecho con el índice—. En fin. He preparado una fiesta en uno de mis bares. Te voy a regalar este local, por tu cumpleaños, Herick. Ya he hecho los cambios a tu nombre.
Herick Dassault miró por encima de su hombro por un segundo a Benjamín y volvió su mirada al frente. Sabía que Benjamín era el más extrovertido, pero siempre era leal a su palabra.
—Gracias —respondió Herick con tono frío y seco. Su voz evocaba al hielo y su expresión no se alteró ni un poco.
—De nada, su majestad —comentó Benjamín, con emotividad—. He comprado también boletos para el partido de fútbol aquí en Múnich. Se jugará un partido de la liga de campeones.
—¿Fútbol? No me gusta —espetó Beatrice. Por Dios. Era lo más aburrido del mundo—. Es claro que…
—Iremos —dijo Herick, interrumpiéndola.
—Me encanta el fútbol —dijo Beatrice, para componer su discurso.
—¿No, que no te gustaba, bruja? —dijo Benjamín. Siseó con su boca ante el cambio de palabras de su hermana.
—Oíste mal. Ya cállate —contestó Beatrice, con desdén hacia su hermano.
Herick levantó su dedo índice y los hermanos arreglaron su postura y guardaron silencio al instante, como si fueran unos robots. Estaban por llegar al primer piso del imponente rascacielos alemán. Las puertas del ascensor se abrieron con su particular timbre de campana. Una multitud de empleados los esperaba haciéndoles un pasillo humano.
Herick fue el primero en avanzar y las personas inclinaban sus cabezas ante el grupo de cinco. Les hacían reverencia a los herederos de las empresas familiares y los jóvenes con mayor demasiado poder económico a su corta edad.
—Bienvenido, joven señor y demás maestros —dijeron ellos al unísono—. Bienvenido, joven señor y demás maestros.
Herick pasó por la recepción. Las puertas automáticas del edificio se abrieron ante él, revelando la calle de la nueva ciudad a la que visitaba. Al salir de la recepción a la calle, las miradas curiosas de los transeúntes se mezclaban con el tintineo del calzado y los murmullos que despertaban. Era su cumpleaños número veinte. Por su cuenta, no los celebraba, ya que era algo irrelevante. Mas, había sido invitado por Benjamín a una fiesta de disfraces en un club bar de alto prestigio. Habías tres hermosos y majestuosos autos deportivos de marca Dassault, estacionados en la vía. Uno rojo, uno oscuro y uno azul, en ese orden.
—El mío es el rojo —dijo Benjamín, que se adelantó y se subió solo—. Yo seré el guía.
Herick se acomodó lentes de sol en la cara y abordó el vehículo, mientras que Beatrice era la que conducía. El último lo compartieron Lilith y Ethan. El motor de los magníficos carros, rugió como bestias salvajes que habían sido despertadas de su letargo. Los vehículos se colocaron en movimiento por la carretera de la ciudad alemana de Múnich.
Las calles de Múnich se convirtieron en un escenario de admiración cuando Herick y su grupo de amigos de élite, montados en sus relucientes coches, surcaron el pavimento con un bramido atronador. La elegancia de los vehículos deportivos, destacados en la luz del sol, eclipsaba la atención de los transeúntes que los miraban con envidia y admiración. Mientras avanzaban por las calles, los murmullos de admiración seguían su estela, mezclándose con el rugido de los motores. Las cabezas se giraban a su paso, los dedos señalaban con envidia y los teléfonos celulares capturaban el momento para la posteridad. Sin embargo, fue en un semáforo en rojo donde la disparidad entre los estilos de vida quedó aún más marcada. Una camioneta familiar gris, anónima y práctica, estaba detenida justo al lado de los vehículos. Benjamín no pudo contener su comentario a través de los intercomunicadores.
—¡Qué auto más feo! —exclamó con un tono de desdén—. Esos son de las personas casadas. Jamás voy a casarme. Lo juro. Lo mejor que existe es la libertad y estar en la vida sin compromiso.
Las sonrisas de Lilith Bailey y Ethan Cooper fueron ligeras. Herick se mantenía inmutable. Giró su cabeza un poco hacia la camioneta gris y luego volvió la mirada al frente. Cerró los parpados.
—Ya cállate. ¿No sabes quedarte en silencio por más de cinco minutos? —replicó su hermana con rabia. Su hermano era insoportable. Por el amor de Dios. ¿Cómo era que había compartido vientre?
Era el inicio de otro amanecer en la vida de Herick Dassault. Sin embargo, ni siquiera con su gran intelecto llegó a imaginar que este día marcaría su destino para siempre al encontrarse en más de una ocasión, sin conocerla y sin verse al rostro con aquella mujer, que estaba marcada por la desdicha y por la desgracia.