Allegra iba callada. ¡Dioses! Aún tenía la mente en el lobby y el beso, y el hombre que la había besado así estaba justo a su lado. Thomas nunca la besó así, ni cuando acababa de jurarle amor eterno, ni cuando le prometió que algún día se casaría… ni la primera, ni la última vez que hicieron el amor.
¿Qué acababa de pasar? ¿Acaso era ella otra mujer? ¿No la misma Allegra? Luego de darle la dirección a Boinet para que los llevara a la casa de él, Duncan interrumpió el silencio.
— ¿Y bien? ¿Vas a hablar o te vas a quedar allí callada?
Patrick Boinet miró a través del retrovisor a la pareja. No conocía a ese sujeto, y no le gustó la manera como le habló. Si bien Thomas tampoco era muy cariñoso con ella, este de aquí era un extraño.
—Soy Allegra Whitehurst… de los Whitehurst de la Chrystal…
—Oh, Dios –Susurró Duncan cayendo en cuenta al fin. Esa que iba a su lado, era una multimillonaria heredera.
—Thomas Matheson fue mi novio hasta… hace tres meses. Lo encontré en su apartamento con otra cuando se suponía que estaba de viaje, y esa misma noche me aseguró que no era la primera vez que lo hacía. He ido al médico, y le aseguro que no estoy embarazada ni contagiada con ninguna enfermedad…
—¿Por qué hiciste esa absurda apuesta?
—No la propuse yo, la propuso él. Me… me dijo… que no sería capaz de encontrar a otro hombre como él, ni mantenerlo. No soy muy buena socializando, no tengo demasiados amigos… y como toda mi vida estuve con él… no soy muy experta coqueteando con otros, así que no pude completar el plazo. Iba a perder, y decidí buscar un novio falso. Busqué en las r************* , y el diario… y lo conocí a usted.
—Yo buscaba un empleo… no… esto.
—Lo sé, lo siento. –Allegra cerró sus ojos— Lo necesito, señor Richman. Pídame lo que quiera, cuanto quiera. Por favor.
—¿Lo que quiera? –Ella asintió inmediatamente –Podría pedirle un imposible, ¿no cae en cuenta?
—¿Qué podría ser imposible? ¿Una casa? ¿Un automóvil de lujo? ¿Una mensualidad? Eso no es imposible.
—Quiero un trabajo en la Chrystal.
Ella quedó boquiabierta. Eso quizá sí era imposible.
—No será fácil.
—Entonces no hay trato.
—¡Pero me besó! ¿Eso no significó nada para usted?
—Usted me dijo que me amaba delante de ese sujeto. ¿No significó nada para usted?
Touché, pensó ella. Lo miró de nuevo. No podía engañarse, a pesar de que besaba como los dioses, aquello no era más que un contrato. La gente solía buscarla para pedirle ayuda o dinero. Bueno, en esta ocasión no era diferente… la diferencia estaba en que era ella quien lo necesitaba a él.
—Veré qué puedo hacer.
—Recuerda que seré tu novio; no puede ser cualquier empleo, ¿no?
—Ya lo sé.
—Tengo costumbres económicas, no te preocupes demasiado. Y me bastará con mi sueldo, no tienes que pagarme.
—¿Estás seguro?
—Totalmente.
Ella asintió bajando la mirada. Había algo que le rondaba la cabeza. Necesitaba decirlo.
—Tendremos que dejarnos ver mucho por… ya sabes, mi círculo, y sobre todo Thomas… tendrás que representar el mismo papel de hoy.
—¿Deberé volver a besarte?
—Sólo si se hace necesario.
—Sólo… Está bien. Podré volver a hacerlo. Pero seguiré siendo un don nadie, y todos harán preguntas; dónde nos conocimos, y esas cosas.
—¿Nos conocimos… en una tienda de ropa?
—¿Y qué hacía yo allí, atender a un cliente?
—Buscar un regalo para su madre. Tiene madre, ¿no?
—Sí, una.
—Bueno, nos conocimos allí, nos gustamos, y usted me invitó a salir.
—Y como soy alguien de confianza usted aceptó de inmediato.
—Bueno, pero ¿qué propone?
—La verdad, o lo más parecido posible. Nos conocimos en su empresa, yo buscaba un empleo y usted casualmente pasaba por allí. Podemos inventarnos una anécdota de papeles en el suelo y yo que le ayudo y un flechazo de cupido. No hay que esforzarse demasiado.
—Sí, es posible.
Boinet aminoró la velocidad y se internó en un barrio de edificios residenciales.
—¿Es aquí?
—Sí, aquí vivo. Torre B, apartamento 304, cuando quiera venir a verme.
—Gracias.
Él salió sin despedirse, sin besos ni nada. Claro, ahora no había público que lo presenciara.
Antes de cerrar la puerta él se inclinó a ella y dijo unas últimas palabras.
—Esta es la mayor locura en la que me he metido en toda mi vida. Tratemos de salir ilesos, ¿sí?
—Sí, tratemos –contestó ella, no muy segura. Lo vio reaccionar ante el frío cruzándose de brazos y encaminarse hacia uno de los edificios. Boinet no perdió el tiempo y se puso en marcha de inmediato.
—No me digas nada –le pidió ella, y como siempre, Boinet hizo caso.