Si pensó que todo terminaría ese día donde Nicolás le dejó bien en claro que ella no estaba sola, que tenía toda una red de protección a su lado, lo había pensado demasiado mal. Ahora lo veía a cada paso, en cada lugar al que asistía, en cada momento que estaba fuera de su hogar. Al principio no tuvo miedo, no le temería al imbécil de Esteban, pero debía aceptar que ciertas actitudes del hombre comenzaban a espantarla, que verlo a las tres de la mañana, fumando un cigarrillo frente a su casa, era, por lo menos, una imagen del terror. Intentó desestimar el asunto, no darle más importancia de la que merecía, supuso que, después de un tiempo, el sujeto se iba a terminar cansando y se apartaría de una buena vez. Mal, muy mal pensado, ya que eso solo aumentaba la ansiedad del tipo, la necesidad
