El semen de Seay tenía un olor intenso. Casi la dejó inconsciente. Era cálido y agradablemente astringente, como el pasillo de la piscina cubierta de un hotel.
"¡Guau!", dijo finalmente Seay. Tenía los ojos cerrados. No soportaba mirarla. Aflojó la presión sobre su teta. Ella aflojó la presión sobre su muñeca. Lo soltó. Le había dejado marcas en el antebrazo. Le había puesto la teta roja por el calor excesivo.
"Lo lograste", dijo Tracy. Esperaba que no fuera demasiado... lo que fuera, por decir lo obvio. Esperaba que no pareciera un regodeo. Pero en el fondo sentía que acababa de ganar, fuera cual fuera la discusión.
"Yo... yo... no sé...", dijo Seay, aturdido. La miró de reojo, pero solo por una fracción de segundo. Ella lo observó, un poco preocupada, mientras palidecía.
—Escucha —dijo Tracy en voz baja—. Hazte a un lado.
"Estoy... estoy cubierto de... estoy desordenado."
Ambos necesitamos una ducha. Y después podemos meter las sábanas en la lavadora.
"E-estás desnudo."
—¡Ya dije que te largaras! —gruñó Tracy, forzando la situación mientras se hacía espacio en el borde de la cama sudorosa y maloliente de su hermano.
"¡N-no dejes que te lo ponga encima!"
"Es solo semen. Tranquilo."
—¡Dios mío! No. No. Eso no es normal... Tengo permitido no relajarme sobre... sobre mi... sobre ti...
"¿Sobre esto?" dijo Tracy, y le tocó el estómago lleno de semen.
"¡¿QUÉ?!" gritó, y de repente ella tuvo mucho más espacio para acostarse en su cama. Seay estaba prácticamente contra la pared del otro lado. Temblaba. El semen le goteaba por todas partes, cayendo sobre las sábanas. Estaba visiblemente atormentado por la vergüenza, el desconcierto y la claridad post-corrida.
Tracy se limpió los dedos en la funda de su almohada. Reprimió las ganas de olerlos. (Podría olerlos más tarde, cuando él no estuviera mirando). Le hizo una mueca como de "¿Qué?".
—Te has vuelto loca —la acusó Seay. Incluso la señaló. Su dedo, tembloroso.
"Mira", frunció el ceño, "Somos nuevos en esto. Pero no somos nuevos en esto de estar desnudos, en esto de ser, jodidamente, nosotros mismos el uno con el otro. Solo se siente así porque nos escondimos el uno del otro durante tanto tiempo. Porque la sociedad nos lo dijo. Porque mamá y papá nos dijeron que "queríamos". Pero, en realidad, sin ninguna razón estúpida. Durante todo este tiempo, estoy bastante segura de que podría haberlo pasado mucho mejor si hubiéramos podido seguir juntos como él. Nuestro Equipo. ¿Sabes?"
"Equipo Nosotros", repitió Seay, casi apático, pero solo casi. Una punzada de nostalgia lo pilló desprevenido. Hacía tiempo que no pronunciaba esas palabras. ¿Qué había pasado con el Equipo Nosotros? No recordaba que se hubieran disuelto oficialmente.
"¿Es esto lo peor del mundo?", dijo Tracy. Y volvió a hacer la señal no verbal de "Puedes mirar". Ambas miraron sus pechos. El derecho seguía más rosado que el izquierdo.
"Tetas", dijo Seay.
Tracy se rió.
Todavía estaba, admitámoslo, bastante desorientado. Por mucho que intentara descifrar la onda en la que estaba su hermana, se alegraba por algo tan simple como: pechos. Pechos, jamás podría malinterpretarlos.
"Tetas", dijo Tracy. Extendió la mano, como si volviera a pedirle la suya. "¿Mmm?", preguntó, ofreciéndose a volver a ponerle la mano sobre el pecho.
"N-ahora no, gracias", dijo Seay cortésmente.
"Como quieras", dijo. Dejó caer la mano sobre la ropa de cama que los separaba. Muy cálida. Ligeramente húmeda de sudor. Normalmente no le gustaría tener contacto directo con ella. Pero supongo que esto también, las sábanas asquerosas, sudorosas y apestosas de su hermano, se habían visto arrastradas por el gran esfuerzo de normalización. Cada vez pensaba más que tal vez había subestimado lo que todo esto iba a implicar.
"¿T-Tracy?"
"¿Hmm?"
"Realmente no quiero el de Vinnie."
"Lo sé. Podemos conseguir algo más."
"Pero... ¿Puedo ducharme ya? Me siento...", miró una vez más con total incredulidad la cantidad de semen que había eyaculado, "bastante asqueroso".
"Sí", dijo ella. "Apestas."
"Está bien, ve con cuidado", suplicó.
Esperó. Se quedó allí tumbada. Disfrutaba mirándolo. Disfrutaba de este regreso a casa tal como lo necesitaba. No había nada raro en lo que más apreciaba. Había algo raro aquí, claro. El semen blanco y maloliente de su hermano era, como, difícil de pasar por alto. Pero podía ignorarlo. Podía concentrarse en la dicha del reencuentro. La casi injusta y desgarradora dulzura de simplemente estar desnuda con alguien a quien amas por mucho, mucho más que su cuerpo físico. "¿Vida en la cabaña?", dijo.
"Vida en la cabaña", dijo. Intentó sonar sincero. Quería que lo sintiera. No sabía qué más desear en ese momento.
"¡Sí!", dijo ella. Se sonrojó de nuevo. Y luchó contra las ganas de besarlo.
—Eh —la miró con el ceño fruncido—. ¿Te vas a mudar?
"¿Ah? ¡Súbete por encima de mí!"
"No voy a trepar sobre ti."
"¿Por qué? ¿No quieres correrte conmigo?"
"Dios mío, Tracy, n-no, quiero decir... sólo... detente."
"¿Parar qué? Solo estoy aquí acostado."
"Por favor muévete."
"Hazme."
"Tracy. No quiero hacer eso."
"¿Por qué? ¡Hace apenas un minuto no podías quitarme la mano de encima!"
"Dios mío, lo digo en serio. ¡Vamos! ¡Muévete!"
"¡Uggggh, BIEN!", gimió Tracy entre risas y se desplomó fuera de la cama de su hermano aguafiestas. Se arrastró desnuda de vuelta a su cama. Él la observó mientras gateaba.
Observó su coño, cómo se mecía entre sus nalgas mientras uno, luego el otro, y luego el primero otra vez, se apretaba y se sacudía, arrastrando el resto de su cuerpo por la alfombra, lejos de él. Qué enrojecido y húmedo estaba todo allí abajo, en sus cuartos traseros. Qué horriblemente maloliente se veía, y mucho menos olía. Tenía bastante menos vello púbico que él, a pesar de no haberse acicalado mucho. Ricitos más suaves, ligeros y tenues. La forma en que su vulva brillaba y relucía era... bueno, algo era.
Algo: ¿Una forma casi involucionada? ¿Un tono canela rosado? ¿Un orificio común y corriente, común en la mitad de los mamíferos? ¿El gatito incómodamente lindo de su hermana?
Bueno. Algo era algo, sí. Joder. Medio trepó, medio se cayó por la escalera. Se tambaleó hacia el baño. Entró justo cuando el lavabo empezaba a hacer mucho ruido. Cerró la puerta con llave. Abrió la ducha. Metió la mano bajo el agua fría del grifo y esperó a que se calentara. Normalmente, ese sería el momento en que se tomaría un segundo mientras la ducha se calentaba para terminar de desvestirse. Pero obviamente no iba a ser necesario. Se sorprendió a sí mismo mirándose desconcertado en el espejo. Decidió intentar hacer algo normal. Fue al lavabo y se cepilló los dientes. Eso le sentó bien. Sabía a menta. Entonces llamaron a la puerta.
"¡¿Q-qué?!" se estremeció.
"¿Puedo entrar?" preguntó.
"¡Absolutamente no!" insistió.
—Vamos —suplicó—. ¡Ábrela! La oyó mover el pomo de nuevo.
"No", dijo.
Muévete, muévete.
"¿Por favor?" dijo ella.