Nadó hasta perderse de vista de su hermana.
No lo había planeado, pero sintió una repentina y loca necesidad de liberar sus genitales. El lago estaba fresco, tranquilo y relajante. Estaba a solas con la naturaleza. Sostuvo su pene desnudo en su mano cálida en el agua fría. Sintió que poco a poco se le endurecía. Tiró suavemente, lo persuadió, lo animó. De repente, se inclinó, sin querer, a través de una gran red de telarañas que colgaba detrás de él y que no había sido visible en la tenue ensenada. Se estremeció violentamente. Intentó quitársela con las manos mojadas. Se sumergió en el agua para intentar quitarse la telaraña, y cualquier araña polizón. Guardó su semierección.
Salió nadando de la tenebrosa ensenada. Cada gota de agua que le resbalaba por la espalda al nadar lo hacía estremecerse y golpearse de nuevo.
Tracy yacía allí bajo el sol ardiente, con los ojos cerrados, la respiración lenta y constante, los pensamientos en blanco y una sensación de paz y comodidad la invadía.
A los pocos minutos, percibió su propio olor. Se había vuelto más almizclado con el calor. Su piel, su traje de baño, su vello púbico. Sus feromonas la alarmaban incluso a ella. Necesitaba afeitarse. Eso la ayudaría. El olor se aferraba más al vello púbico.
Casi sin querer se dio cuenta de que había empezado a tocarse. No mucho. Solo ligeramente, a través del bañador. Su mano se las había arreglado sola. Ni siquiera se sentía bien. Todavía estaba demasiado seca, y ese bañador viejo y cutre le picaba demasiado. Giró la cabeza y observó el bote de protector solar azul brillante que Seay había dejado junto a ella, sobre la toalla. Mmm, pensó. No es buen lubricante. Demasiado cremoso. Pero quizá si se ponía protector solar, sus dedos quedarían resbaladizos y grasientos después. Y, además, tendrían ese cálido olor a coco que siempre le había parecido reconfortante y excitante.
Se incorporó. Se echó protector solar en la palma de la mano. Empezó a frotárselo en el vientre moreno, apenas bronceado. Frotó en círculos, haciendo que el vello alrededor del ombligo se erizara y brillara. Se untó las piernas, velludas y espinosas. Se untó los brazos y el cuello. Se dio toques en las mejillas, las orejas y la barbilla. Se masajeó la parte baja de la espalda, dolorida. Hizo todo lo posible, con pereza y bronceado, por masajear la parte superior. Luego se estiró, bostezó y se dio la vuelta justo cuando su hermano nadaba de vuelta a la escalera del muelle y se izaba, chorreando agua.
"Se acabó el tiempo", dijo, secándose con una toalla con una mano y levantando su muñeca que emitía el pitido con la otra.
Tracy sacó discretamente sus dedos resbaladizos, brillantes y perfumados de la parte inferior de su traje de baño. Estaba tumbada boca abajo. Estaba bastante segura de que él no se había dado cuenta de que se estaba tocando.
Seay se mostró impasible ante la vista de tanta geometría adolescente y flexible. Intentó no mirarla demasiado. Pero siempre le había encantado ese traje de baño tan peculiar. El top bandeau no tenía cierre. Tenía una braguita a juego, como la que usaría una gimnasta o un jugador de voleibol. A ella también le había encantado, durante unos diez minutos en primer año, cuando no sabía nada de nada, ni qué era un traje de baño "bonito" ni qué usaban las chicas de instituto. Hoy, Seay lo apreciaba mucho más que Tracy. Pero también tenía mejor vista.
"Te olvidaste de un punto", reprendió, gratamente sorprendido de que ella le hubiera hecho caso, y tocó su espalda superior, caliente y seca, con su dedo gordo del pie mojado.
"Lo intenté", se quejó.
"Tírame el protector solar".
La lanzó hacia arriba sin control. Él no logró atrapar el terrible lanzamiento. La botella volvió a caerle en la cabeza.
"¡Oye, ay!", espetó. "¡Buena atrapada, maldito idiota!"
"Buen lanzamiento."
Seay se arrodilló y tomó el frasco. Le echó una larga y ondulada gota de protector solar por la espalda como si fuera un perrito caliente huesudo. Luego, con la mayor naturalidad y naturalidad posible, empezó a masajear la loción grasosa y de olor fuerte en los largos y doloridos músculos de la espalda de su hermana. Nudos que ella desconocía que se escondían en la parte baja de su espalda se movieron, se arrugaron y luego, con dureza y dulzura, se resolvieron, mientras las palmas y los nudillos de Seay se esforzaban una y otra vez por llegar a ellos. Ella gimió inesperadamente, sorprendiéndolos a ambos.
"N-nudos", murmuró.
"Lo sé."
"Está bien."
La espalda de Tracy absorbió rápidamente todo el protector solar, así que Seay le echó más en las manos. Se untó las palmas. Dudó un momento antes de volver a poner las manos sobre el torso desnudo de su hermana.
"Te voy a hacer los costados", le advirtió.
"Está bien. Pero no me hagas cosquillas."
—Hnh —resopló—. Ni se me ocurriría.
"Seay", gruñó ella.
No le hizo cosquillas. Le frotó de arriba abajo sus suaves y esponjosos costados con precisión profesional, incluso le llegó a las costillas y hasta los primeros pliegues de sus axilas, y luego terminó. Se levantó, cerró el protector solar y lo golpeó.
Tracy hizo pucheros. "No termines." Parecía muy dormida. Pero estaba completamente despierta para un buen masaje. "¿Podrías al menos terminar con mi espalda? Me está matando."
"Hm. ¿Y qué gano yo con esto?"
—Anda ya —gimió ella, mirándolo con los ojos entrecerrados. El sol brillaba justo sobre su hombro, cegador. No podía verle la cara. Parecía que sonreía con suficiencia—. Ya te pusiste protector solar.
"Puede que me haya saltado algún punto."
"¿También quieres un masaje de espalda?" preguntó, ligeramente molesta porque no le permitirían quedar completamente inconsciente después de que su hermano terminara de complacerla.
"Quiero decir, si estás ofreciendo."
"Me ofrezco", resopló, dejándole notar su enfado. Odiaba que él no le dijera directamente lo que quería de ella.
"Trato hecho", rió entre dientes y se arrodilló de nuevo. "¿Puedo?", preguntó, y le tocó el trasero.
"¿Q-qué?"
"¿Sentarse?"
—Oh —dijo ella, parpadeando por encima del hombro. Él quería sentarse en su trasero mientras la masajeaba—. E-vale.
Seay se sentó a horcajadas sobre el trasero de Tracy. Bajó su peso con cuidado, con educación, hasta que la sujetó por completo contra la toalla en el muelle. Su trasero se pegaba al de ella a través de sus trajes de baño. Ambos hermanos tenían traseros igual de fuertes. Era extrañamente agradable la sensación de estar apretados así. Seay se removió un poco en su asiento. Tracy gruñó, como si riera disimuladamente.
"Ese es mi trasero."
"A mí también", dijo Seay con naturalidad, y volvió a concentrarse en el lío de su dolor lumbar.
Él terminó antes de que ella se diera cuenta.
"Me toca", anunció, y se bajó de su trasero caliente y sudoroso. "Corre."
Seay se dejó caer sobre la toalla, se giró boca abajo y suspiró felizmente. Esperó a que su hermana comenzara el masaje de espalda que le habían prometido. Ella no se movió.
Echó la cabeza hacia atrás y estiró el cuello.
"¿Hola?"
Ella se había ido.
El lago estaba en silencio.
Oyó un chapoteo, una risa estridente y familiar.
"Oh, joder", refunfuñó, y se dejó caer sobre la toalla. Miró al cielo. El sol brillaba, el aire era limpio y tranquilo, y la única nube gigantesca permanecía quieta como un paisaje. "Me debes una", gritó.
"Lo haré luego", respondió Tracy desde el agua. "¿Vienes a nadar?"
—No —suspiró Seay—. Estoy bien.
"¿Vas a tomar una siesta?"
"Podría."
—Vale. Si me ahogo aquí, recuerda culparte a ti mismo.
"Ajá."
Quiero decir, ¿intentaré gritar pidiendo ayuda? Pero ya sabes cómo es cuando uno se ahoga.
Seay sintió tanto como vio la rojiza luz del sol brillando en la piel de sus párpados. Ignoró a Tracy. Si se ahogaba en silencio, como la mayoría, pensó que al menos dormiría una siesta en silencio.
"¡Te amooooo!" cantó Tracy hipócritamente.
Pero en realidad él sabía que lo hacía.
"Yo también te quiero", respondió en voz baja, casi para sí mismo, sin intentar realmente llamar la atención sobre su estado de alerta y poder oírla. Mantuvo los ojos cerrados. Aun así, el sol irradiaba sus sueños. Soñó que su hermana se alejaba nadando. Saltó al lago y nadó tras ella. El agua era roja y cálida. Nadó a través de ella, líquida, a velocidades imposibles, con cada brazada propulsiva, cada patada afirmando una velocidad aún mayor. La alcanzó. Pero había nadado demasiado rápido, y chocaron en el agua, chocando violenta y confusamente en medio del vasto lago rojo y soleado. La perdió. Ella se desmoronó. Partes importantes de ella se hundieron hasta un abismo inseguro donde intentar bucear era peligroso. Sobre el agua, mientras la espuma se calmaba, colgaba su traje de baño. El que a él le gustaba, el que ella odiaba. Él recogió ambos pedazos como si fueran sus restos corporales y los abrazó contra su pecho y gimió y se mantuvo a flote.
—¡Uy, uy! —dijo Tracy, animándolo a despertarse, con su mano húmeda y húmeda sobre su hombro—. ¿Una pesadilla?
No podía recordarlo, por más que lo intentó.