Adrián
Hay mil una razones por las cuales esta mujer, Ariana, no puede ser mi asistente.
En la cima de esa lista está el hecho de que acaba de escupirme una maldita taza de café encima, arruinando mi nueva camisa de diseñador y mi chaqueta del traje. ¿Qué clase de idiota se comporta así en un entorno profesional?
Segundo, es jodidamente hermosa. Tal vez cuando era más joven, y bastante más imbécil, habría disfrutado de ese detalle, pero ahora no. Es una distracción. Hay algo en ella que hace que mis ojos regresen a mirarla una y otra vez. Se siente incómodo e inapropiado. Y está el hecho inquietante de que estoy casi seguro de que ya la he visto antes. Pero, por más que me esfuerzo, no puedo recordar dónde.
¿Cómo no mirarla? Es una de esas mujeres que probablemente solía ser del tipo “la chica de al lado” cuando era más joven, pero que con los años ha crecido y florecido en sí misma, sin perder esa dulzura natural. Su largo cabello castaño es exuberante y parece casi demasiado perfectamente natural—como si lo hubiera dejado secarse al aire, sin torturarlo durante una hora con un rizador. El flequillo largo que cae sobre su frente le da a sus grandes ojos azules la apariencia de estar asomándose detrás de un delicado velo. Es absurdamente atractiva.
Me he acostumbrado tanto al aspecto retocado, siliconado y estirado de las mujeres en Las Vegas que ella es como un soplo de aire fresco, con toda la gloria de su belleza de bajo mantenimiento. El maquillaje que lleva es sutil, solo realza el rostro hermoso que tiene en lugar de cubrirlo y volver a pintarlo como si fuera otra cosa. También es alta para ser mujer, lo cual me encanta. Y es delgada, salvo por la generosa curva de sus caderas, realzada por el vestido ajustado con cinturón que lleva puesto.
Esto no va a funcionar.
Está haciendo todo lo posible por parecer tranquila, pero puedo ver cómo el rubor empieza a subirle por el rostro. En lugar de arruinarle el aspecto, solo acentúa su encanto.
No es bueno. Me doy la vuelta para no tener que seguir contemplando su belleza.
—L-Lo siento mucho por el café —dice. Tiene una voz sorprendentemente sensual que no encaja con la dulzura de su rostro. La voz de una femme fatale si se usa con intención—. Me asusté, eso fue todo. Te aseguro que no suelo… que no…
—¿Escupirle a la gente?
—Bueno, sí —responde. Su voz tiembla un poco, pero debo reconocerlo: estoy impresionado con la determinación que muestra a pesar de su evidente ansiedad.
Camino hacia el espacio contiguo donde está mi escritorio para tener algo de privacidad. Rodeo el escritorio y comienzo a aflojarme la corbata. El café ya se ha enfriado y ahora me siento mojado y helado, como un gato callejero empapado bajo la lluvia. Tiro la corbata sobre el escritorio y empiezo a desabotonar la camisa. Me la quito de los hombros y de inmediato me arrepiento.
Ariana está en el marco de la puerta de mi oficina, mirándome boquiabierta. Soy dolorosamente consciente de que estoy sin camisa frente a una mujer increíblemente atractiva. Y es imposible no notar su reacción.
Maldita sea, ¿por qué me siguió?
Sus ojos se deslizan hacia mi pecho, y durante un breve momento brillan con deseo y sorpresa, antes de regresar rápidamente a mi rostro y quedarse allí.
—Oh, yo… —empieza a balbucear antes de girarse. Pero ya es demasiado tarde. El daño está hecho.
Me doy la vuelta y empiezo a revolver el cajón inferior del escritorio, donde normalmente guardo ropa de gimnasio por si decido ir directo desde la oficina. Saco una camiseta del bolso y me la pongo por la cabeza. Ahora llevo puesta una camiseta de una marca de cerveza con un par de pantalones italianos carísimos. Parezco un idiota, pero al menos es mejor que andar por ahí empapado en café.
Ella sigue ahí, esperando a que salga.
Cuando me ve, farfulla:
—Fue un error honesto. —No puede ocultar el bochorno de su voz temblorosa ni de su rostro enrojecido—. O sea… por ambas cosas. Quiero decir… creo que empezamos con el pie izquierdo. Sé que puedo hacer este trabajo. Sé que puedo hacerlo bien. Por favor, ¿puede darme una oportunidad? Merezco una oportunidad.
Se queda allí parada, esperando mi respuesta. Bueno, no quiero darle una respuesta. Quiero que desaparezca. No quiero intimidarla ni despedirla. No quiero que sea mi problema. Pero no es que tenga otro asistente esperando en la banca.
Mi último asistente, Kelly, era el mejor que uno podía pedir. Era como una extensión de mi cerebro. Hacía las cosas antes de que siquiera se me ocurrieran. Todo iba genial…
Hasta que al idiota lo arrestaron por vender cocaína, supuestamente porque no ganaba lo suficiente. ¿Qué clase de estupidez es esa? Le pagaba un muy buen salario.
Dios, ¿por qué cuesta tanto encontrar buen personal hoy en día?
—Escucha —digo. Me doy la vuelta para mirarla. Ella cruza los brazos sobre el pecho para protegerse, aunque intenta parecer valiente.
Sería una pésima jugadora de póker.
—Estoy a punto de cerrar una cuenta enorme —digo—. Estoy así de cerca de obtener la promoción por la que he trabajado como un condenado los últimos diez años. Si no consigo esa cuenta, la pierdo. Mi último idiota de asistente se metió en la cárcel, así que estoy necesitando ayuda. Pero no puedo darme el lujo de arruinar esto. Necesito a alguien que se tome el trabajo en serio. Necesito a alguien que esté diez pasos por delante de mí. Necesito un asistente, no a alguien a quien tenga que estar cuidando cinco días a la semana porque no puede mantener su vida en orden.
—No tendrás que…
—Necesito un asistente que no cometa errores —la interrumpo—. Tal vez eso no sea realista ni justo, pero nada en este negocio es realista o justo. Tenemos que hacer lo necesario para conseguir esas cuentas y cumplir lo que los clientes quieren, sin importar lo que se requiera. Hay demasiado dinero en juego. ¿Vas a escupirle café encima a cada cliente con el que nos reunamos? No puedo permitirme tener una asistente que actúe antes de pensar.
—No lo haré —dice ella, con una mirada decidida—. Quiero decir… yo… yo…
—¿Fuiste criada en un granero?
La expresión herida en su rostro es una señal clara de que fui demasiado lejos. No dura mucho antes de que se recomponga, pero lo vi tan claro como el agua. Rara vez me arrepiento de lo que digo o hago, pero hay excepciones. Y este es uno de esos momentos. No quise herirla. A veces simplemente no pienso en cómo mis palabras afectan a los demás. Pero algo en hacerle daño a Ariana… se siente mal.
Voy a tener al departamento de RR. HH. encima si no me controlo.
Suspiro y me froto la frente.
—Está bien, está bien. Supongo que no tengo opciones por ahora. Solo lleva esto a la tintorería, ¿quieres?
Empujo el montón arrugado de ropa que está sobre el escritorio hacia ella.
—Oh —dice, con expresión de sorpresa. Alivio, si no me equivoco. Gracias a Dios—. Sí, claro. —Recobra algo de seguridad y se acerca para recoger la ropa de mi escritorio.
—Llévalo a ese lugar que está en Sunset, cerca de Pecos. Al lado de la cafetería.
Percibo su aroma cuando se inclina hacia adelante, y el deseo me atraviesa como un rayo feroz. Su perfume es cálido y ligeramente floral, un olor dulce y sensual que le va perfectamente. Solo una bocanada es suficiente para que olvide por completo lo que estaba diciendo.
—¿Cómo se llama? —pregunta.
Dobla la camisa con cuidado y coloca la corbata encima. La observo, hipnotizado por la forma en que se mueven sus manos con tanta gracia.
—¿Qué? —pregunto, cuando deja de acomodar la ropa y se queda allí, mirándome incómoda mientras espera mi respuesta.
—La tintorería que está en Sunset con Pecos —dice con esa voz hermosa—. ¿Cómo se llama?
—Y-yo no lo sé —respondo. Me doy la vuelta, reprochándome por dejarme afectar tanto por una mujer. Una mujer que, al menos por ahora, es mi asistente.
—Mi asistente anterior siempre era quien se encargaba de dejar y recoger la ropa. Solo sé que está en Pecos con Sunset. Siempre hacen un buen trabajo. Creo que tengo una cuenta allí, tal vez.
—Está bien —dice ella.
La forma atropellada en que se ha estado comportando desde que nos conocimos empieza a desvanecerse. En su lugar, hay una calma que me hace sentir que puede encargarse de las cosas. Que puede encargarse de mí. No sé si eso es mejor o peor.
—¿Algo más por ahora?
—No.
Intento no mirarla otra vez. En su lugar, me acomodo detrás del escritorio y hago clic en la computadora hasta que se aleja.
Una vez que me da la espalda, no puedo evitar observarla mientras se va, admirando la forma de su cuerpo con ese vestido ceñido al cinturón.
Tiene que irse.
Miro el monitor sin registrar lo que hay en la pantalla. Sé que la conozco de algún lado.
¿Dormí con ella?
No. No puede ser.
Aunque tampoco sería algo tan increíble. Las aventuras de una noche no eran raras para mí cuando era más joven. Hay más de una mujer cuyo nombre y rostro seguramente se han perdido en las arenas del tiempo.
Ariana Vance bien podría haber sido una de ellas.
Aunque, ¿cómo podría haber olvidado a una mujer de su calibre?
Y si realmente fue así, maldita sea, ojalá pudiera recordar todo sobre ella y no solo su rostro.
Me levanto de la silla y empiezo a caminar de un lado al otro. Cruzo los brazos y frunzo el ceño mirando la fea alfombra marrón que cubre el piso de las oficinas de Concept Marketing.
Parece una buena mujer. Realmente lo parece. Pero está claro que hay demasiada química entre nosotros como para trabajar cómodamente en un entorno profesional. Y eso sin mencionar que su competencia está en duda.
De todas las cosas con las que he tenido que lidiar con mis empleados—y uno de ellos resultó ser un traficante de cocaína—nunca imaginé que me escupieran sería una de ellas.
¿De verdad quiero quedarme a ver qué otros desastres tiene Ariana escondidos bajo la manga? ¿O estoy siendo demasiado duro con ella?
Tal vez sí la asusté cuando me acerqué por detrás. Hay gente que simplemente es nerviosa. Por lo que sé, pudo haber sufrido algún tipo de trauma y algo en mi forma de aparecer de repente pudo haberle disparado una reacción.
Miro el reloj y suspiro. Tengo una reunión en quince minutos para la que necesito prepararme. Ariana es un problema que va a tener que esperar.
Miro mi camiseta de cerveza y niego con la cabeza. Al menos la reunión es con la directiva y no con un cliente. Me veo ridículo. No sería mala idea tener un cambio de ropa de oficina extra, por si alguien más decide escupirme encima.
Sacudo la cabeza mientras reviso mis papeles. Dios me ayude, quiero que me caiga mal, pero cada vez se me hace más difícil.
Dios nos ayude a los dos.