Arien se inclinó hacia su flamante esposa hasta que sus labios casi rozaron el delicado lóbulo de su oreja y susurró con voz grave: —Espero que estés preparada para nuestra noche de bodas, cariño. Porque pienso demostrarte lo que es un verdadero hombre entregado al placer. Dina se estremeció visiblemente ante sus palabras y un súbito rubor cubrió sus mejillas sonrosadas. Arien dejó escapar una risita burlona y la estrechó más contra su cuerpo con aire posesivo. —No te preocupes, preciosa —ronroneó arrastrando las palabras con deleite— te enseñaré todo lo que necesitas saber, después de esta noche, no querrás escapar nunca más de mis brazos. La joven desvió la mirada, incapaz de disimular la turbación que las descaradas insinuaciones de su ahora esposo le provocaban, una mezcla de vergü

