CANTO II
[ El camino del infierno. El poeta hace examen de conciencia. Sobrecogido, vacila en proseguir el viaje. Virgilio le dice que es enviado por Beatriz para salvarlo. Le relata la aparición de Beatriz en el Limbo. El poeta se decide a seguirlo a través de las regiones infernales. ]
Ibase el día, envuelto en aire bruno,
aliviando a los seres de la tierra
de su fatiga diaria, y yo, solo, uno,
me apercibía a sostener la guerra,
en un camino de penar sin cuento,
que trazará la mente, que no yerra.
¡Oh musas!, ¡oh alto ingenio, dadme aliento!
¡Oh mente, que escribiste mis visiones,
muestra de tu nobleza el nacimiento!
«¡Oh poeta, que guías mis acciones!»,
prorrumpí, «mide bien mi resistencia,
antes de conducirme a esas regiones.
»Si el gran padre de Silvio, en existencia
de hombre carnal, bajo feliz auspicio,
de este siglo inmortal palpó la esencia;
»si el adversario al mal, le fué propicio,
fué, sin duda, midiendo el gran efecto
de sus altos destinos, según juicio,
»que no se oculta al hombre de intelecto;
que alma de Roma y de su vasto imperio,
en el empíreo fué por padre electo;
»la que y el cual (según vero criterio)
se destinó a los altos sucesores
del gran Pedro, en su sacro ministerio.
»En ese viaje, digno de loores,
púdose presentir la gran victoria
que cubre papal manto de esplendores.
»Pablo, vaso de dicha promisoria,
al cielo fué a buscar la fe del pecho,
principio de una vida meritoria.
»No soy Pablo ni Eneas. ¿Qué es lo que he
hecho para que pueda merecer tal gracia?
Menos que nadie tengo ese derecho.
»Si te siguiera, acaso por desgracia,
presiento que es demencia mi aventura;
bien lo alcanza tu sabia perspicacia.»
Y como el que anhelando una ventura,
por contrarios deseos trabajado,
abandona su intento en la premura,
así al tocar el límite buscado,
reflexionando bien, retrocedía
ante la empresa que empecé animado.
La gran sombra me habló con valentía:
«Si bien he comprendido, tu alma es presa
de un acceso de nimia cobardía,
»que a los hombres retrae de noble empresa,
como bestia que ve torcidamente
y se encabrita llena de sorpresa.
»Disiparé el temor que tu alma siente,
diciéndote cómo hasta aquí he venido
cuando supe tu trance, condoliente.
»Me encontraba en el limbo detenido,
y una mujer angélica y hermosa
a sí llamóme y me sentí rendido.
»Cada ojo era una estrella fulgorosa;
y así me habló con celestial acento,
dulce y suave en su habla melodiosa:
«Alma noble de Mantua, cuyo aliento,
»con el renombre que aun el mundo llena,
»durará cual su largo movimiento:
»mi amigo -no de dichas, sí de pena-
»solo se encuentra en playa desolada
»y desanda el camino que lo apena.
»Temo se pierda, en senda abandonada,
»si tarde ya, para salvarlo, acorro,
»según, allá en el cielo, fuí avisada.
»Por eso ansiosa en tu demanda corro;
»sálvalo con tu ingenio en su conflicto;
»¡consuélame prestándole socorro!
»Yo soy Beatriz, que a noble acción te incito;
»vengo de lo alto, do tornar anhelo;
»amor me mueve, y en su hablar palpito;
»mi gratitud, cuando retorne al cielo,
»hará que a Dios, en tu loor, demande.»
Callóse, y comencé lleno de celo:
«Alma virtud, que sola hace más grande
al hombre sobre todos los nacidos,
en la esfera menor en que se expande,
»tus mandatos son tan agradecidos,
que obedecer me tarda con afecto;
y no me digas más: serán cumplidos.
»Mas dime, ¿cómo y por qué raro efecto
has descendido hasta este bajo centro,
del amplio sitio para ti dilecto?»
«Pues penetrar pretendes tan adentro»,
respondió, «te diré muy brevemente
»por qué sin miedo alguno aquí me encuentro.
»Toda cosa se teme solamente
»por su potencia de dañar dotada:
»cuando no hay daño, miedo no se siente.
»Por la gracia de Dios, estoy formada,
»que ni me alcanza la miseria ajena,
»ni me quema esta ardiente llamarada.
»Virgen del cielo, de bondades llena,
»del trance de mi amigo condolida,
»del duro fallo obtuvo gracia plena.
»Llamó a Lucía y dijo enternecida:
»Tu fiel adepto tu asistencia espera:
»yo lo encomiendo a tu bondad cumplida.»
«Lucía, de la gracia mensajera,
»vino do tengo, allá donde me encielo,
»a la antigua Raquel por compañera.
»Beatriz -dijo-, alabanza de este cielo,
»acorre al hombre que elevaste tanto
»y que mucho te amara allá en el suelo.
»¿No oyes acaso su angustioso llanto?
»¿No ves le amaga muerte lastimosa,
»en río que ni al mar desciende un tanto?»
«Nadie en el mundo fué tan apremiosa,
»cual yo lo fuera, a contrastar el daño,
»después de oír aquella voz piadosa.
»Y vine aquí, desde mi excelso escaño,
»confiada en tu elocuente hablar honesto,
»honor tuyo, y honor a nadie extraño.»
»Después que grata díjome todo esto,
volvió hacia mí su rostro lagrimoso,
lo que me hizo venir mucho más presto.
»Cumpliendo su deseo afectuoso,
te he precavido de la bestia horrenda
que te cerraba el paso al monte hermoso.
»¿Por qué, pues, te detienes en tu senda?
¿Por qué tu fortaleza así quebrantas?
¿Por qué no sueltas al valor la rienda,
»cuando te amparan tres mujeres santas
que allá en el cielo tienen su morada,
y cuando te prometo dichas tantas?»
Cual florecilla, que nocturna helada
dobla y marchita, y luego brilla erguida
sobre su tallo, por el sol bañada,
así se reanimó mi alma abatida:
súbito ardor el corazón recorre,
y prorrumpo con voz estremecida:
«¡Bendita LA que pía me socorre!,
¡gracias a ti, que, fiel a su mandato,
con la verdad a la aflicción acorre!
»Me ha llenado de bríos tu relato;
siento mi corazón fortalecido:
vuelvo a mi empresa, y tu palabra acato;
»voy a tu misma voluntad unido,
sé mi maestro, mi señor, mi guía»
Así dije, y seguíle, decidido,
por la silvestre y encumbrada vía.