Los Archivos Secretos

1683 Palabras
Vaticano, Archivos Secretos - 3:15 AM (Hora Local) Sister Evangelina no era realmente una monja. El hábito era conveniente. Le permitía moverse por el Vaticano sin preguntas, acceder a lugares que incluso cardenales no podían entrar, pasar horas en los archivos más profundos sin despertar sospechas. Para los guardias suizos, para los sacerdotes, para los turistas que ocasionalmente la veían, era simplemente Sister Evangelina, una de las muchas monjas dedicadas al servicio silencioso. Pero bajo la tela negra del hábito, bajo la piel humana que llevaba como disfraz incómodo pero necesario, latía algo mucho más antiguo. Era un Guardián. Uno de los ángeles custodios asignados a proteger los lugares más sagrados de la creación. Llevaba ochocientos años en este puesto específico, desde que el Papa Inocencio III había decidido que ciertos textos eran demasiado peligrosos para que cualquier mortal los custodiara. Y esta noche, por primera vez en esos ochocientos años, su espada había despertado. El arma no era física, no exactamente. Existía parcialmente en el plano material y parcialmente en dimensiones que la mente humana no podía procesar sin fragmentarse. Cuando Evangelina necesitaba usarla, simplemente extendía su voluntad y el arma se manifestaba: tres pies de luz condensada tan brillante que podía cegar, tan filosa que podía cortar no solo carne sino también pecado, no solo materia sino también intención maligna. La espada solo despertaba ante amenaza directa a lo sagrado. Y había estado dormida durante ochocientos años. Hasta hace cuarenta y siete minutos. Evangelina caminó más profundamente en los archivos, sus pasos silenciosos sobre piedra colocada siglos antes de que Colón navegara hacia América. Las paredes aquí eran más antiguas que la basílica arriba, más antiguas que cualquier estructura visible para los turistas. Estos pasajes se remontaban a los primeros días de la Iglesia, cuando el cristianismo todavía era perseguido. Pasó estantes con documentos que reescribirían la historia si vieran la luz. Cartas entre papas y reyes revelando asesinatos sancionados. Registros de la Inquisición detallando cuántos habían sido quemados. Evangelios apócrifos que contradecían enseñanzas oficiales de maneras que habrían destrozado la fe de millones. Pasó cajas selladas con lacre papal que contenían reliquias que ningún Papa vivo había visto: fragmentos de la Cruz Verdadera, espinas de la corona de Cristo, incluso gotas de sangre de santos mártires preservadas en viales. Nada de eso le interesaba esta noche. Se detuvo frente a una puerta sin manija visible, sin cerradura discernible, marcada solo con un símbolo en latín grabado profundamente: VETITUM MAXIMA - Lo Más Prohibido. Evangelina había pasado por esta puerta solo tres veces en ochocientos años. La primera cuando fue asignada como Guardiana. La segunda cuando un cardenal corrupto había intentado acceder—lo había matado sin dudarlo, reportado como ataque cardíaco. La tercera hace un siglo, cuando el Papa Pío X había querido confirmar que el contenido seguía intacto. Esta sería la cuarta vez. Evangelina colocó su palma contra la piedra fría. Cerró sus ojos, permitiendo que su verdadera naturaleza presionara contra los límites de su forma humana. Sintió sus alas—seis de ellas, plegadas en dimensiones perpendiculares a la realidad normal—comenzar a desplegarse ligeramente. Sintió sus ojos multiplicarse, abriéndose en lugares donde los humanos no tenían ojos. Susurró palabras en lenguaje que predataba al latín, al arameo, al hebreo, incluso al sumerio. Palabras que solo los ángeles recordaban porque habían sido habladas en los primeros días de la creación. La puerta respondió. La piedra se volvió translúcida, luego transparente, luego simplemente dejó de existir en ese plano de realidad. Evangelina entró y la puerta se solidificó detrás de ella. El cuarto era pequeño. Diez pies por diez pies. Paredes desnudas de piedra sin adornos. Sin ventanas. Una única vela ardía en la esquina—una llama encendida ininterrumpidamente durante mil años, alimentada no por cera sino por voluntad divina pura. En el centro había una mesa de piedra. Y sobre esa mesa, un libro. No. Un fragmento de libro. Menos de veinte páginas, cada una del tamaño de una mano humana, cada una hecha de un material que no era pergamino ni papiro ni papel. Era piel. Pero no de animal ni de humano. Era piel de Adamah. Uno de los primeros humanos fallidos. Los que Dios había descartado antes de crear a Adán y Eva. Evangelina se acercó lentamente. En esas páginas, escrito en sangre que nunca se había secado completamente en milenios, estaba el testimonio del último Adamah consciente. El único que había permanecido cuerdo lo suficiente para escribir antes de ser sellado en los Estratos Olvidados. Había leído estas páginas solo una vez, hace ochocientos años. El contenido la había perseguido desde entonces. Porque el Adamah no había escrito sobre su propia creación o fracaso. Había escrito sobre lo que existía ANTES de que Dios dijera "Hágase la luz". Había escrito sobre el Tohu. El caos primordial. La oscuridad que precedió a toda luz. Y había descrito, en detalles que dolían leer, qué sucedería si el Tohu alguna vez fuera liberado de sus cadenas. Evangelina miró las páginas desde distancia segura primero. La vela proyectaba sombras danzantes sobre el texto antiguo, haciendo que las palabras escritas en sangre parecieran retorcerse. Pero no eran las sombras. Las palabras realmente se estaban moviendo. Evangelina sintió su esencia angelical enfriarse de manera que no debería ser posible. Los ángeles no sentían frío. No sentían miedo físico. Pero esto era diferente. Esto era terror existencial. Las palabras estaban cambiando. No desapareciendo. Transformándose. Nuevas líneas aparecían entre las antiguas, en caligrafía idéntica pero con mensaje diferente. Como si el autor estuviera escribiendo en tiempo real a través de eones y dimensiones: algo imposible. Los Estratos Olvidados eran prisiones perfectas. Nada entraba. Nada salía. Ni materia, ni energía, ni información podía atravesar los sellos que el propio Creador había puesto. A menos que los sellos se estuvieran rompiendo. Con manos que temblaban—otro imposible—Evangelina se inclinó más cerca y leyó las nuevas palabras. "Sister Evangelina, Guardián del Umbral Occidental, Vigésimo Tercera de tu Clase, nacida del Pensamiento Divino en el Tercer Día de la Creación: Ya no estoy sellado. El Duque de las Cadenas Rotas vino hace tres días. Trajo herramientas forjadas de fragmentos del Tohu mismo, llaves que pueden abrir cualquier cerradura. Los Clavos están siendo forjados de nuestros huesos. Nuestros cuerpos inmortales pueden ser fragmentados. Y esos fragmentos, moldeados con intención maligna, se convierten en armas que pueden herir permanentemente a los ángeles. Soy libre. Los otros despertarán también. Ya puedo sentirlos comenzando a agitarse. Los sellos se debilitan en cascada. Dile a Sammael que lamento lo que viene. Él fue amable con nosotros al final. Intentó persuadir al Creador de darnos segunda oportunidad. Por eso fue asignado a las Puertas del Este como castigo por su compasión. Pero no hay segunda oportunidad para lo que estamos a punto de liberar. El Tohu se agita. Las Cadenas Primordiales se debilitan. En siete días, el Primer Sello se romperá completamente. En treinta días, el Segundo. En cien días, el mundo aprenderá lo que significa vivir en universo sin orden. Lo siento. Lo siento mucho. Algunos de nosotros no queremos esto. Pero Lucifer fue persuasivo. Y después de eones de encarcelamiento, de observar mientras los humanos 'perfeccionados' vivían y amaban y morían... ¿Puedes culparnos por aceptar cualquier promesa de libertad? Vuestra guerra es distracción. Los ángeles piensan que esto es sobre defender el Cielo. Los demonios piensan que esto es sobre conquistar el trono. Ambos están equivocados. Lucifer no quiere el Trono del Cielo. Quiere romper el universo y comenzar de nuevo. Y nosotros, los Olvidados, somos sus arietes. Espero que tu espada sea tan afilada como las historias cuentan. La necesitarás. —El Primer Olvidado" La página se quemó espontáneamente. No con fuego ordinario. Con luz negra, contradicción imposible que devoró el material en segundos y dejó solo cenizas que olían a creación abortada. Evangelina extendió su mano y su espada se manifestó completamente por primera vez en ochocientos años. Tres pies de luz pura y terrible. No luz cálida del sol. Luz fría y cortante de estrellas distantes, de espacios entre mundos donde incluso los ángeles rara vez se aventuraban. El arma cantó con voz propia, tono tan alto que haría sangrar oídos humanos pero que para Evangelina era hermoso. Era el sonido de voluntad divina hecha manifiesta. Tenía que contactar a Sammael inmediatamente. Tenía que convocar al Consejo Superior. Tenía que advertir a las esferas celestiales que la amenaza era mucho peor de lo anticipado. Evangelina cerró sus ojos y tendió su conciencia hacia arriba, buscando la red de comunicación angelical, el vínculo telepático que todos los ángeles compartían. Y encontró estática. No silencio. Estática agónica. Ruido blanco mezclado con algo más oscuro. Gritos distorsionados. Palabras en lenguajes angelicales siendo habladas al revés, siendo corrompidas. Y a través de esa estática, Evangelina escuchó algo que la heló. Gritos de ángeles. No gritos de batalla. No gritos de dolor físico que sanaría. Gritos de terror existencial. El sonido de ángeles siendo borrados no solo de la existencia sino de la posibilidad de existencia futura. Siendo heridos de maneras que ni siquiera el Creador podría sanar completamente. Los Clavos de Vacío estaban siendo usados. Ahora. En algún lugar. Ángeles estaban muriendo permanentemente. Evangelina abrió sus ojos, y su forma humana comenzó a desintegrarse. No tenía tiempo para ilusiones. Sus seis alas se desplegaron completamente, cada una extendiéndose en direcciones que desafiaban la geometría euclidiana. Su piel humana se volvió translúcida, revelando luz ardiente debajo. Sus ojos se multiplicaron, abriéndose en espiral alrededor de su cabeza. Esta era su verdadera forma. Un Guardián. Un ángel de guerra y protección. Evangelina corrió hacia la salida de los archivos, su espada dejando rastros de resplandor. Sus pies apenas tocaban el suelo mientras se movía. Tenía que llegar a la superficie. Tenía que encontrar a Sammael. Tenía que.. Se detuvo en seco. Marcus. La marca en el detective, su linaje... Era más que un peón. En el fondo de su ser angelical, una certeza se encendió: él sería crucial en la guerra que se avecinaba. Tenía que ayudarlo.
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