Marcus - El Peso del Conocimiento

2121 Palabras
Chicago, Catedral Oculta - 2:17 PM Marcus no sabía que existía una catedral debajo de Chicago. No en los túneles del metro. No en los pasajes de contrabando de la era de la Prohibición. Más profundo. Mucho más profundo. Doscientos pies bajo la superficie, tallada directamente en la roca de fondo, había una estructura que predataba la ciudad por siglos. Quizás milenios. —Los Custodios la han mantenido durante generaciones—explicó Padre Thomas mientras descendían la escalera de piedra—. Algunos dicen que nativos americanos la construyeron antes del contacto europeo. Otros dicen que es incluso más antigua. Que alguna civilización perdida la talló cuando los glaciares retrocedieron. Marcus apenas escuchaba. Los símbolos en su piel ardían con cada paso hacia abajo, como si estuvieran respondiendo a algo en la catedral. Palabras en lenguajes muertos escribiéndose y reescribiéndose en sus brazos, su pecho, su espalda. Diana caminaba junto a él, todavía envuelta en vendajes pero insistiendo en acompañarlo. —¿Cuántos estarán ahí?—preguntó ella. —Todos los Guardianes que pudieron llegar en corto plazo. Sammael convocó reunión de emergencia antes de su consejo completo en tres días. Quiere evaluar a Marcus primero. Ver qué conocimiento está emergiendo. —Evaluar suena peligrosamente cercano a "usar como herramienta". —Por eso estoy aquí—dijo Padre Thomas firmemente—. Para asegurar que lo traten como persona, no como recurso. Llegaron al fondo de las escaleras. Las puertas frente a ellos eran masivas—veinte pies de altura, talladas con símbolos que Marcus podía leer ahora sin esfuerzo. "Aquí yace conocimiento que precede al Diluvio. Que solo los dignos entren." Las puertas se abrieron. La catedral más allá era impresionante. Techo abovedado que se elevaba al menos cincuenta pies. Pilares de piedra tallados con escenas que Marcus reconocía de su conocimiento emergente—el Jardín antes de la Caída, los Adamah caminando entre árboles imposibles, los Vigilantes descendiendo de los cielos. Y sentados en bancos dispuestos en semicírculo, diecisiete figuras. Nueve llevaban el brillo tenue de luz celestial apenas contenida—Guardianes en forma humana. Ocho eran humanos—Custodios de alto rango de alrededor del mundo. Y en el asiento central, Sammael. El único no molestándose en contener completamente su forma verdadera. Sus seis alas eran visibles como resplandor dorado detrás de él, sus múltiples ojos parpadeando dentro y fuera de visibilidad. —Marcus Ashford—la voz de Sammael resonó en el espacio—. Descendiente de los Siete Escribas. Portador de conocimiento que creíamos perdido. Bienvenido. Marcus se paró en el centro del semicírculo, sintiéndose incómodamente como acusado en juicio. —No pedí esto. —Pocos piden sus destinos. Sin embargo, aquí estamos. Sammael se inclinó hacia adelante. —Los símbolos en tu piel. ¿Puedes leerlos? —Sí. Todos ellos. —¿Y entiendes lo que significan? Marcus dudó. Porque sí entendía. A medida que cada símbolo aparecía, venía con comprensión completa. No solo traducción sino contexto. Propósito. Implicación. —Sí. Murmullo ondulante a través de los Guardianes reunidos. —Entonces lee para nosotros—dijo Sammael—. Las marcas en tu brazo izquierdo. ¿Qué dicen? Marcus miró hacia abajo. Nuevo conjunto de símbolos había aparecido mientras descendían las escaleras. Se retorcían lentamente, reorganizándose en patrones. —Están... están describiendo ubicación. Coordenadas no en términos geográficos modernos sino en relación a líneas ley. Flujos de energía que cruzan la Tierra. —¿Ubicación de qué? —Una de las Llaves Primordiales. Silencio absoluto cayó sobre la catedral. Sammael se puso de pie lentamente. —¿Estás seguro? —No sé qué son las Llaves Primordiales. Pero el conocimiento en mi sangre dice que son... objetos. Artefactos creados en los primeros días. Cuando los sellos fueron puestos alrededor del Tohu. Las Llaves pueden fortalecer esos sellos. O romperlos completamente. —Cuántas Llaves hay—preguntó uno de los otros Guardianes, una mujer con acento francés pesado. Marcus sintió el conocimiento burbujeando hacia arriba desde algún lugar profundo. —Siete. Siete Llaves para siete Sellos Primordiales. Los Adamah Rishon sabían dónde fueron escondidas. Los Siete Escribas documentaron las ubicaciones. Esa información fue codificada en nuestra sangre para preservación. Se tocó su pecho, donde nuevos símbolos estaban formándose. —Y ahora está... despertando en mí. Como si mi cuerpo supiera que la información es necesaria. —¿Puedes darnos las siete ubicaciones?—preguntó otro Guardián. —No. Todavía no. Solo puedo ver una hasta ahora. En... Alaska. Profundo en desierto. Las coordenadas exactas están... Marcus se tambaleó, sintiendo oleada de dolor. Los símbolos en su pecho ardieron, brillando tan intensamente que eran visibles a través de su camisa. Diana lo agarró, estabilizándolo. —Se está quemando desde adentro—dijo ella a Sammael—. Cada vez que accede a este conocimiento, lo lastima. —Dolor temporal por conocimiento permanente es trade aceptable—dijo uno de los Custodios, hombre mayor con acento alemán. —Fácil decirlo cuando no eres tú quien arde—espetó Diana. —Suficiente. Padre Thomas se adelantó. —Marcus no es base de datos que pueden consultar a voluntad. Es persona. Y si forzarlo a acceder a este conocimiento lo está matando, entonces necesitamos encontrar otra manera. —No hay otra manera—dijo el Custodio alemán—. Las Llaves Primordiales han estado perdidas durante milenios. Si podemos recuperarlas, podemos refortalecer los sellos. Podemos deshacer el daño que los Gnósticos hicieron. Podemos contener al Tohu permanentemente. —¿O podemos usarlas como armas?—preguntó Marcus, su voz áspera—. Vi ese pensamiento cruzar varios de sus rostros. Si las Llaves pueden romper los sellos, entonces podrían ser usadas ofensivamente. Contra enemigos del Cielo. Silencio incómodo. —El detective es perceptivo—dijo Sammael finalmente—. Sí, las Llaves tienen potencial como armas. Pero esa no es intención primaria de recuperarlas. —¿Cuál es la intención primaria? —Preservación. Los sellos están debilitándose. Escuchamos de Evangelina sobre plan de los Adamah—infiltración gradual, corrupción sutil. Si tienen éxito, los sellos fallarán sin necesidad de que nadie pronuncie el Nombre nuevamente. Sammael caminó más cerca de Marcus. —Pero si recuperamos las Llaves primero. Si las usamos para refortalecer los sellos. Entonces compramos tiempo. Quizás siglos. Suficiente para encontrar solución permanente. —¿Y si los Adamah las obtienen primero?—preguntó Diana. —Entonces el juego termina. Romperán los sellos inmediatamente. Liberarán al Tohu bajo sus propios términos. Y se convertirán en arquitectos del caos resultante. Marcus sintió el peso de esa declaración hundiéndose. —Entonces esto es carrera. Ustedes versus los Adamah. Y yo soy el mapa. —Sí. Al menos Sammael era honesto. —¿Y si me niego? ¿Si digo que no quiero ser usado de esta manera? —Entonces respetaremos tu elección—dijo Sammael—. No te forzaremos. Pero entiende las consecuencias. Sin las Llaves, nuestras posibilidades de contener al Tohu disminuyen dramáticamente. Uno de los Guardianes—hombre joven con rostro que parecía tallado de mármol—se puso de pie. —Con respeto, Sammael, no podemos darnos el lujo de dar al descendiente elección. Demasiado está en juego. Si no coopera voluntariamente, hay maneras de extraer la información. —¿Estás sugiriendo tortura?—La voz de Padre Thomas era peligrosamente baja. —Sugiero hacer lo necesario para preservar existencia misma. —Siéntate, Uriel—ordenó Sammael—. No extraeremos nada por la fuerza. Ese camino nos hace no mejores que demonios que afirmamos combatir. Uriel se sentó, pero su expresión dejaba claro que la discusión no había terminado. Marcus miró alrededor del semicírculo. Vio perspectivas divididas. Algunos acordando con Sammael que su autonomía debía ser respetada. Otros claramente pensando que el fin justificaba cualquier medio. Y se dio cuenta de algo. —Ustedes están asustados. Silencio. —Están aterrorizados. Durante eones, han sido los poderosos. Los protectores. Los que mantenían orden. Pero ahora están enfrentando amenaza que no saben cómo combatir. Y los está haciendo desesperados. Marcus se encontró con los ojos de Sammael directamente. —Les daré las ubicaciones. Todas las siete, a medida que emerjan. Pero bajo condiciones. —No estás en posición de negociar—dijo Uriel. —Sí lo está—contradijo Sammael—. Porque podemos torturarlo, extraer una ubicación, quizás dos. Pero el trauma probablemente lo mataría antes de que revelara las siete. Cooperación voluntaria es más efectiva. Miró a Marcus. —¿Qué condiciones? —Primera: Padre Thomas viene en cada expedición para recuperar Llave. Está ahí para asegurar que no estoy siendo explotado. —Acordado. —Segunda: Diana también viene. Necesito a alguien en quien confío completamente, alguien que entienda lo que es llevar linaje Adamah. —Acordado, aunque su condición herida es preocupación. —Tercera: Cuando esto termine, cuando todas las Llaves sean recuperadas, ustedes me ayudan a encontrar manera de controlar este despertar. De detener los símbolos de quemarme desde adentro. De darme vida normal otra vez. Sammael dudó. —No puedo prometer vida normal. Ese barco zarpó cuando fuiste marcado. Pero prometo que haremos todo lo posible para ayudarte a controlar el despertar. Para hacer soportable en lugar de agonizante. —Suficientemente bueno. Marcus extendió su mano. —¿Trato? Sammael la estrechó. Su agarre era cálido, casi dolorosamente, irradiando poder angelical. —Trato. Comenzamos con primera Llave. Alaska. ¿Puedes darme coordenadas más precisas? Marcus cerró sus ojos, alcanzando el conocimiento ardiendo dentro de él. Imágenes inundaron su mente. Montañas cubiertas de nieve. Un glaciar antiguo. Una cueva escondida tan profundo en hielo que ningún humano normal podría alcanzarla. Y símbolos. Tantos símbolos. Mostrando exactamente dónde cavar, cómo abrir el sello protector, qué palabras pronunciar para reclamar la Llave de manera segura. Cuando abrió sus ojos, sangre goteaba de su nariz. Diana lo limpió con pañuelo, preocupación clara en su rostro. —Denali. Monte McKinley. Coordenadas específicas son... 63.0692° N, 151.0074° W. Profundidad: aproximadamente tres mil pies bajo la superficie del glaciar. Sellos protectores requerirán tanto poder angelical como sangre de Adamah para abrir. Sammael asintió. —Prepararemos expedición. Partimos en veinticuatro horas. Eso nos da tiempo para reunir equipamiento apropiado y personal. —¿Quién va?—preguntó el Guardián francés. —Yo lideraré. Llevaré a Uriel—para poder cuando cuestione mi juicio nuevamente—y a Gabrielle. Señaló a la Guardián francesa. —Del lado humano: Marcus, Padre Thomas, y Diana si insiste en ir a pesar de sus heridas. —Insisto—dijo Diana firmemente. —Entonces seis total. Pequeño equipo, móvil, capaz de moverse rápido. Porque tan pronto como empecemos a cavar, los Adamah sentirán la perturbación. Y vendrán. Sammael se volvió hacia la asamblea. —Esta reunión es aplazada. Prepárense. En tres días, consejo completo en el Vaticano. Pero primero, aseguramos la primera Llave. Los Guardianes y Custodios comenzaron a dispersarse. Marcus se dejó caer en uno de los bancos, agotado. Diana se sentó junto a él. —¿Estás bien? —No. Pero estaré bien eventualmente. Espero. —Lo que dijiste. Sobre ellos estando asustados. Tenías razón. Y eso me asusta a mí. —¿Por qué? —Porque si los ángeles están aterrorizados, ¿qué posibilidad tenemos nosotros? Marcus no tenía respuesta para eso. Padre Thomas se acercó, colocando mano en el hombro de Marcus. —Hiciste bien. Estableciste límites. Negociaste desde posición de fuerza. Estoy orgulloso. —No me siento fuerte. Me siento como información valiosa que todos quieren. —Eres ambos. Y eso es lo que te hace poderoso. Porque puedes elegir quién obtiene acceso a esa información. Padre Thomas miró hacia donde Sammael estaba hablando con los otros Guardianes. —Pero ten cuidado. No todos los ángeles son como Sammael. Algunos pondrán misión sobre moralidad. Y cuando llegue el empujón, podrían decidir que tus derechos son menos importantes que el mundo. —Reconfortante. —No es reconfortante. Es honesto. Y honestidad es lo que necesitas ahora. Marcus miró sus manos. Los símbolos continuaban escribiendo. Desvaneciendo. Escribiendo nuevamente. Veinticuatro horas hasta Alaska. Veinticuatro horas hasta que comenzara la carrera real por las Llaves. Y algo le decía que una vez que comenzara, no habría detenerla hasta que todas las siete fueran encontradas. Por un lado o por otro. Por los ángeles que querían preservar orden. O por los Adamah que querían rehacer todo en caos. Marcus solo esperaba estar en el lado correcto. Y que el costo de encontrar las Llaves no fuera su propia humanidad. Porque cada vez que accedía al conocimiento, sentía algo dentro de él cambiar. Volverse menos Marcus el detective. Y más Marcus el Escriba. Y no estaba seguro de querer esa transformación. Pero como Sammael había dicho: pocos piden sus destinos. Sin embargo, aquí estaban.
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