Las primeras luces del alba se colaban a través de los pesados cortinajes del gran ventanal de su habitación. Tenían el lugar con tonos anaranjados que le dé daban un aspecto etéreo, como si todavía siguiera en el mundo de los sueños. Faltaba una hora para el desayuno y, siendo sincero, no creia que pudiera retener nada en el estomago. En ese momento, observaba el amanecer desde su cama, fumando un cigarrillo para aplacar su nerviosismo. Se estiró con lánguidez sobre la cama. Si cerraba los ojos podía ver de nuevo el reciente recuerdo de aquel último beso que le diera antes de irse de su habitación. Recordó, con cierta satisfacción, aquellos labios humedecidos y esos ojos implorantes y hambrientos, que parecían pedirle a gritos que no se apartara de ella. Irónicamente , no pudo evitar

