Aquellos tacones rojos caminaron con la elegancia que los caracterizaba hacia dentro del lujoso rascacielos de Mónaco. Lorraine miró su reloj y maldijo su mala suerte. Pensaba en lo bueno que hubiera sido para ella ser fotografiada con su esposo al menos una vez en un lugar como ese. Ahora tendría que inventar excusas a la siempre odiosa Penélope Le Pen porque sabía que se pondría odiosa intentando ganarle en el asunto de quién de las dos llevaba la mejor vida. —Mi señora, le daré su espacio, pero debe comunicarme cuando vaya a algún lugar sola, siempre debo acompañarla—dijo Marcus sin mirarla y con los ojos fijos en las paredes del ascensor—. Es un lugar público y me temo que es demasiado concurrido. —No debes preocuparte, te aseguro que en mis años como hija de Antoine Laurent nunca he

