3. ¿A quién cabreaste?

1683 Palabras
BREEZE. El mecánico está en el teléfono. Me da la espalda, así que me tomo un momento para mirar alrededor de la oficina. Por lo que puedo decir, está intacto y…sucio, todo cubierto con esa fina capa de aceite de motor que todos los talleres de reparación de automóviles parecen tener, pero no hay señales de que el caos exterior se esté abriendo paso hasta aquí. Eso es extraño. La puerta solo tiene una cerradura de perilla y un cerrojo, lo cual es pan comido para alguien que parece haber entrado a martillazos. —Gracias— dice el mecánico por teléfono. Me levanto un poco más erguida, porque su voz me resulta familiar. —Nos pondremos en contacto tan pronto como solucionemos el problema— afirma. Estoy casi noventa y cinco por ciento segura de que es el surfista de esta mañana. Suena enojado. No puedo culparlo. —Perdón por la reprogramación de último momento— dice, como si tuviera su voz bajo estricto control. Escucha un momento, se despide y se gira para colgar el teléfono en la pared. Luego nos miramos. Es el. Se me hace un nudo en el estómago y me aclaro la garganta. > pienso. Hace una pausa por un instante, con la mano todavía en el auricular. —Hola soy la detective Morgan de la oficina del Sheriff del condado de San Mateo— digo, en piloto automático, caminando hacia el escritorio detrás del cual está parado. > Extiendo mi mano. Me mira durante un momento demasiado largo y siento como si sus ojos grises me atravesaran. Como si pudiera ver el futuro y en el estamos desnudos juntos. > —Jax Rivers— dice finalmente, y toma mi mano. Él tiene un apretón de manos firme, casi duro, y sus manos están ásperas, con las uñas incrustadas de grasa. Las manos de alguien que trabaja con ellas para ganarse la vida. Las manos de alguien que sabe usarlas, y oh mierda, ahora me estoy sonrojando en el trabajo. Gracias a dios Bellucci no está aquí para verme convertirme en una chica de catorce años frente al chico lindo. —¿Te importa si te hago algunas preguntas? — yo digo. Solté su mano y saqué mi bolígrafo y mi libreta. —Pregunte, detective— dice, y sonríe. Su sonrisa es un poco torcida y tiene un hoyuelo en el lado izquierdo de la cara. Entre eso, el cabello oscuro, las patillas y el overol, tiene una vibra roquera despreocupada y de rebelde sin causa de los años 50. Creo que lo dejaría llevarme a una fuente de refrescos y a una tienda de calcetines. No es que tenga una falda de caniche. No estoy segura de tener faldas. Quizás una, en algún lugar del fondo de mi armario. —Empieza desde el principio y cuéntame que pasó esta mañana— le digo. No tiene mucho que contar: se puso a trabajar y fue vandalizado. Es muy difícil para mir concentrarme en los detalles y en hacer las preguntas de seguimiento correctas, como, por ejemplo, ¿todavía están allí las latas de pintura en aerosol? ¿La pintura parecía mojada? ¿Estaba la puerta abierta o cerrada? Solo me concentro en escribirlo, porque todavía tiene esa pequeña y divertida media sonrisa en su rostro y su único hoyuelo visible. Aunque el overol no es la prenda más favorecedora, puedo decir que es de complexión fuerte, fácilmente mide más de seis pies y tiene hombros anchos. Un gran trozo de hombre sexy, y Cristo, ¿Cuándo comencé a usar frases como esa? Intento no mirarlo demasiado porque empiezo a sentirme muy poco profesional. Recorremos todo dos veces. Me concentro en hacer mi trabajo y, finalmente, vuelvo a coger el hilo. —Esta puede ser una pregunta difícil— digo, golpeando mi bolígrafo contra mi libreta. —¿Pero falta algo? — Jax sopla aire por un lado de su boca y tira del puño de una manga. A diferencia de Sebastián, no se ha arremangado, pero sigue tocándolas como quiere. Finalmente, se cruza de brazos frente a si y mira hacia un lado. —No he notado nada— dice. —Pero realmente hicieron algo en este lugar, tiraron todas las herramientas por todas partes, simplemente lo destrozaron todo— dice. —Es posible que ni siquiera nos demos cuenta durante un par de días debido al desorden— —¿Qué tal objetos de valor? — pregunto. Él se encoge de hombros. —Hay unos cientos de miles de herramientas por valor de cientos de dólares y equipo aquí— dice. —Pero es difícil robar un ascensor y sacarlo por esa puertecita— Inconscientemente, tira un poco de su cuello, y me doy cuenta de que lo tiene abotonado hasta el botón superior. Algo acerca de este tipo está pinchando en el fondo de mi cerebro. No sé qué es, pero hay algo un poco extraño en él. Esta mañana lo vi hacer un berrinche relacionado con el surf. No pensé en eso entonces, porque absolutamente yo misma los tengo. Una vez me torcí un dedo del pie cuando pateé mi tabla después de caerme. Pero él tiene mal genio. Y ahora su lugar de trabajo está destrozado y él fue el primero en llegar. —¿Qué tal la oficina? — pregunto. Mira a su alrededor y luego niega con la cabeza. —Nada— dice. —Lo primero que hicimos fue revisar el cajón del efectivo, y no lo habían tocado. Guardamos las llaves en esa caja fuerte— señala con el pulgar detrás del hacia una caja de metal montada en la pared, —Y tampoco falta ninguna de ellas. Desde aquí podrían haber robado un par de coches, fácilmente— —¿Aunque estén en el taller? — —No hay nada ahí afuera que no funcione si cierras el capo— dice, Jax, pasándose una mano por el pelo. —No, lo retiro. Ese Volkswagen está reconstruyendo su transmisión, así que eso no ira a ninguna parte. Pero hay un BMW que solo está aquí por un cambio de aceite y un balanceo, y un Land Rover al que le rotan los neumáticos. Podrían haberse llevado a cualquiera de ellos y haber llegado a los muelles de Oakland en un par de horas, probablemente antes de que alguien se diera cuenta de que los coches se había ido— Dejo de escribir y lo miro de nuevo, y él me mira a mí. —¿Los muelles de Oakland? — pregunto. Jax se queda callado por un momento. —¿La mayoría de los autos robados no se envían al extranjero? — el pregunta. —Leí en alguna parte que era más difícil rastréalos de esa manera— Tiene toda la razón, y eso es lo extraño, porque en realidad no es de conocimiento común. Normalmente, si roban un coche, el propietario llama todos los días para preguntar si ya lo han encontrado, como si pensaran que el ladrón simplemente lo conducen por la ciudad. De vez en cuando eso sucede. Pero normalmente, en cuatro o cinco horas, el coche está en una caja de vidrio y se dirige a otro país. Jax vuelve a tirar el puño de su manga. —¿Hay algo que no he preguntado? — Yo digo. —Si crees que estoy ladrando al árbol equivocado, puedes decirlo— Cruza los brazos delante de sí mismo. —No tengo una idea mejor que usted, detective— dice en voz baja. —Pero, entre tu y yo, me gustaría retorcerle el cuello a quien le haya hecho esto a Sebastián. Tiene seguro, pero esto equivale a dos semanas de trabajo que tendrá que hacer gratis, e incluso más que eso para que todo vuelva a funcionar correctamente— Su mandíbula se flexiona y se queda en silencio, mirándome muy, muy intensamente. —¿Reconociste alguno de los grafitis? — pregunto, muy lentamente. No sé por qué se me ocurre, pero vale la pena preguntar. —No— dice. —¿Sabes quién podría guardarle rencor a Sebastián? — pregunto. Ya no tomo notas, solo hablo. Doy un paso más hacia el escritorio con Jax detrás, y ahora solo estamos a medio metro de distancia. —Ni idea— dice. —¿Qué pasa contigo? — pregunto. Ahora estoy ligeramente inclinada sobre el escritorio. —¿Qué hay de mí, detective? — pregunta, mientras un lado de su boca apenas se curva hacia arriba. —¿Hay alguien por ahí que te guarde rencor? — pregunto. Rompe el contacto visual y mira por la ventana detrás de mí por un momento, luego mira hacia atrás. —Ni siquiera conozco a nadie aquí— dice. —Todavía soy bastante nuevo en la ciudad y no creo que haya cabreado a mucha gente todavía— —¿Has cabreado a alguien? — pregunto. —Ahora es el momento de decirlo, antes de que alguien mas nos lo diga— Jax traga y mira hacia otro lado otra vez. Levanto una ceja. —¿Jax? — digo en voz baja y casi persuasiva. No es la voz que debería utilizar un policía para interrogar un testigo, pero es la que sale de mí. —Detective— dice, imitándome casi a la perfección, con una sonrisa burlona en sus ojos. —Esto parece injusto, ¿sabes? — —No me digas que crees que estoy culpando a la víctima— le digo, en voz aún más baja. —Es una pregunta valida— Él se ríe. —No me parece que no sepa su nombre, detective— dice. ¿O su nombre es “detective”? — No es la primera vez que un hombre me pregunta mi nombre en el cumplimiento de mi deber, pero es la primera vez que no me ha importado. Demonios, es la primera vez que quiero decírselo en lugar de retroceder lentamente. —Detective Morgan estará bien— digo, tratando de aferrarme a mis últimos vestigios de profesionalismo. —¿A quién cabreaste, Jax? —
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