capitulo 5

1166 Palabras
Tomo una respiración profunda y trato de aclarar mi mente. No puedo pensar así. Mis padres nunca querrían que pensara así, así que no puedo rendirme. No cuando pasaron por tanto para mantenerme con vida. Jose, también. Toca el borde de mi mejilla y me da una cálida sonrisa. —Sé fuerte, mi amor. —Baja la voz—. Moriré antes de permitir que Roco te venda. —No quiero que mueras. —No te preocupes por mí, niña. —Sus ojos marrón pálido me devuelven la mirada con una calidez paternal que me preocupa porque sé que quiere decir lo que dijo. Daría su vida por mí. No quiero que nadie más que amo muera—. Ahora, vete. La costurera ya está aquí. Asiento con la cabeza y me da un apretón en el hombro para tranquilizarme. Cuando salgo de la habitación, endurezco mi columna vertebral y reúno fuerzas. A la costurera no le va a gustar volver a verme. Cuando llego al pasillo donde hacemos los arreglos, su rostro enojado es lo primero que veo cuando paso por las grandes puertas de madera de roble. Pero me preocupa más la sonrisa de comemierda que se dibuja en el rostro de Felipe Naveed que lo enfadada que está la costurera o lo que me pueda decir. Él está de pie junto a ella vestido con su traje. Casi lo hace parecer un ser humano. Casi. Felipe es el segundo al mando de Roco e igual de malvado. No creo que me puedan engañar pensando que este hombre era otra cosa que el bastardo que es. Cada vez que lo veo, recuerdo cómo colocó esa pistola en la cabeza de mi padre y apretó el gatillo. Mató a mi padre por orden de Roco, pero lo odiaba tanto que no necesitaba ninguna orden para hacerlo. —Maravilloso. Déjanos—le dice a la costurera con una vibra burlona en su voz. Yo también soy una broma para él, pero no quiere matarme. Él me quiere de otras maneras. No me ha follado porque también quiere que me vendan en la subasta, pero eso no le ha impedido jugar conmigo. La costurera abre la boca para protestar, pero no se atrevería a decir nada más que lo que dice ahora. —Sí, señor Naveed. Tan pronto como ella sale por la puerta, lanzándome una mirada de desaprobación al pasar, esa sonrisa en el rostro de Felipe se ensancha. —Ven aquí conmigo, Natalia—dice, y me obligo a moverme. Me obligo a moverme por la misma razón que obedezco las órdenes de Ariana. Sin embargo, es su culpa que la antipatía de Ariana por mí se haya convertido en odio. Ella odia que él me desee y solo la quiera a ella porque es su camino hacia la cima del imperio. Por mucho que juegue con cualquier hombre que la desee, quiere que Felipe la desee a ella y solo a ella. Le gusta su poder y lo que significa para su futuro como la Reina del Cártel cuando Roco el entregue el reino a Felipe. Cuando lo alcanzo, me aseguro de detenerme a unos pasos de distancia, pero el bastardo sabe lo que estoy haciendo y da un paso adelante, cerrando el espacio entre nosotros. La cercanía hace que se me ponga la piel de gallina, pero clavo los pies en el suelo y trato de parecer más fuerte de lo que soy. —¿Ariana te envió de nuevo?—dice. —Sí. —Estoy seguro de que no dijo adónde iba. —No. Él sonríe más ampliamente revelando unos dientes blancos y rectos, recordándome a un tiburón bien vestido. Toma mi rostro entre sus manos y baja la cabeza para rozar con sus labios mi frente. —Sé que está abriendo las piernas para ese imbécil en el club— susurra él—. No me importa. Puedo jugar contigo. Su gran mano cubre mi seno derecho y lo aprieta. Cuando trato de alejarme, desliza su brazo alrededor de mí y me mantiene inmóvil. —Suéltame—grito, tratando de liberarme de su agarre. —Maldita sea, deja de pelear conmigo. —Una risa áspera retumba en su pecho, y aplasta sus labios contra los míos. Tan pronto como fuerza su repugnante lengua en mi boca, el golpe de la puerta hace que nos separemos de un salto. O más bien, me suelta, y me alejo de él ante el sonido. Ambos miramos hacia la puerta cuando un hombre entra. Un hombre alto, muy alto, que yo ubicaría en alrededor de dos metros con el tipo de músculo que encontrarías en un militar. Es hermoso. Impresionante incluso, y a pesar del peligro que emana de él, estoy cautivada por su belleza. Su rostro, con la piel bronceada por el sol, sus ángulos y planos profundos, parece tallado por los dioses. Y los gruesos mechones de salvajes y rebeldes cabellos n***o azabache que cubren su cabeza y una barba pulcramente recortada le dan un borde duro. El aro de oro que cuelga de su oreja lo hace parecer uno de los capitanes piratas del viejo mundo que navegaron por el Caribe. Lo que me atrae aún más son sus ojos. El color y la emoción. Brillan como miel cálida, pero no tienen nada de cálidos. La emoción que detecto es un odio helado. Eso hace que se me erice el vello de la nuca, y mi alma se encoge cuando él da pasos medidos hacia nosotros. —Imposible—jadea Felipe, como si acabara de ver un fantasma. Nunca lo había visto tan asustado. Incluso yo sé que cuando el monstruo que te aterroriza se asusta, debes preocuparte por lo que lo está asustando. En este caso, es este hombre. Este hombre que nunca he visto antes. —T-tú—tartamudea Felipe. —Sí, yo—responde el hombre, hablando con un toque de acento que no puedo ubicar sobre el tamborileo de mi corazón en mis oídos. —Se supone que debes estar muerto. —Claramente, no lo estoy. Pero tú lo estarás. El hombre saca dos pistolas de sus bolsillos y antes de que Felipe pueda hacer algo, el eco de las balas rebota en las paredes cuando el hombre le dispara. Grito y retrocedo, sabiendo que tengo que largarme de aquí. El hombre no me mira. En cambio, continúa disparándole a Felipe. Corro hacia las puertas en el otro extremo del vestíbulo, con la esperanza de que no me dispare mientras huyo. Acabo de atravesar las puertas cuando lo escucho venir. —Ya, ya, princesa, corre tan rápido y tan lejos como puedas. No te escaparás de mí. Su voz resuena por el pasillo. Él también tiene razón. No llego muy lejos, y sé que no escaparé cuando otro hombre, éste enmascarado, salta de detrás de una de las columnas y me da un codazo tan fuerte en la cara que el impacto me deja fuera de combate.
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