(...)
Ahora tengo un rato libre, así que me dediqué a ordenar unas cuantas cosas del hospital. — Aclaró su garganta, al otro lado de la línea.
— Adrien…
— en un mes estaré de vuelta en el hospital, el tratamiento ha sido muy efectivo, la paciente está mejor y aunque es pacebo…
— Adrien…
— le está dando mucho resultado…
— ¡Adrien! — exclamé furiosa. — Te hice una pregunta, amor… ¿Nos casaremos?. Estás lejos y cada vez siento que estamos más y más lejos.
Evité soltar una lágrima.
Adrien se había quedado en silencio. A pesar de que el teléfono estaba en altavoz, ni un ruido emanaba de él, fue como si hubiera estado hablando sola todo este tiempo.
Creí que no importaría, creí que todo estaría bien, pero siempre me decía a que un mes nada más, y a este paso, dudaba que eso pasara.
La alarma que indicaba que era mi hora de entrar de nuevo al trabajo sonó. Tomé mi cartera, sorbí el último trago de mi café y respiré conteniendo el dolor de su silencio.
— hablaremos luego.
— Princesa…
— es mi primer día de trabajo, Adrien, quizá sí no te hubieras tardado tanto en contestar, las cosas no quedarían tan mal.
— Danna, yo te amo.
Alejé un poco mi teléfono y cerré los ojos.
— Yo también… hablamos luego.
Corté la llamada y guardé al fondo de la cartera mi teléfono; sequé mis lágrimas que sin permiso habían decidido salir y corrí hasta el elevador.
Era mi primer día, debía esforzarme por no echarlo a perder, al menos por el primer día.
Me sentía cansada, estaba desvelada, no había dormido prácticamente nada por los nervios. Me hacía quedado en casa de Kathy, habíamos hablado hasta la madrugada y mientras ella me contaba sobre su trabajo en el despacho, yo trataba de prestarle atención y no pensar en Adrien;
¿A dónde iríamos a parar con tanta lejanía?. Pensé en Andrew; esperaba que no le dijera a mi hermano o a mis padres sobre el empleo, y pensé en la universidad. Tan cerca de sacar mi técnico en medicina general, y no era lo que yo quería hacer toda mi vida…
Había sido una noche demasiado agotadora. Me sentía cansada, pero era más cansancio mental que otra cosa.
Mientras llegaba a mi piso, retoqué mi maquillaje, bajé un poco mi vestido blanco, tubo, pegado al cuerpo; y escote un poco pronunciado.
Ajusté mis lentes y dejé mi cabello sobre mi hombro derecho.
Debo aceptar que estaba algo incómoda, pero Kathy se había tomado la molestia de arreglarme para mi primer día y no podía pagarle mal o hacerle un desplante.
— Buen dia, jefe — entré animada a la oficina del ogro. — ¿Listo para la junta?.
Aún estaba algo cohibida, por la conversación con mi novio, por tener que estar aquí y por la presencia de Andrew, pero mientras más lo ignorara, sería mejor.
Andrew se levantó del escritorio y… el traje n***o que llevaba puesto le quedaba de muerte… pero seguía siendo un amargado.
— Quiero que anotes todo lo que suceda ahí adentro, será tu primera tarea. No lo arruines. — exigió.
Abrí la puerta para pasar, pero al parecer, el señorito creyó que como toda caballera, le estaba abriendo la puerta a él, el delicado damo; y pasó justo al mismo tiempo que yo, quedándonos atrapados en la entrada.
— ¡Primer strike del día, White!
— ¡Se supone que el caballero eres tú! ¡Tú deberías abrir la puerta para mí.
Empujé su hombro y él empujó el mío.
— ¿Perdón? ¡Te pago para que me sirvas! — sacó una pierna, empujándome hacia atrás.
— ¡No soy tu maldita esclava, Andrew! — empujé su otra pierna haciéndolo trastabillar. Sin embargo, eso solo sacó su lado malo.
Dio media vuelta, dejó sus manos pegadas a cada lado de mi cabeza, en el marco de la puerta, y acercó su rostro al mío. — Esa es mi decisión, señorita White… su deber es obedecer.
— ¿Y si no quiero? Ser mi jefe no te da poder sobre mí, ni a mi prometido se lo he permitido. — lo reté con la mirada.
No era buena obedeciendo… ni siquiera a él… a nadie.
— En ese caso, la haré obedecer, soy su maldito amo.
— no soy una perra.
Cuando menos lo pensé, su cuerpo ya estaba pegado al mío, sus ojos se habían oscurecido y miraba mis labios con intensidad; mi corazón estaba por estallar y mi cuerpo se estremecía a cada roce de su aliento contra el mío.
Andrew sonrió con altivez.
— no… no lo eres… pero mientras trabajes para mí… — llevó sus labios a mi oído. — Eres mía.
Sentí mucho calor y arqueé un poco mi vientre al frente de manera involuntaria.
¿Suya?
¡¿Adónde había que firmar?!
Un momento… ¡No! ¡Yo lo odio! Aunque...
Callé mis pensamientos y aparte mi mirada con incomodidad.
Esto era extraño.
Se apartó rápidamente y caminó lejos por delante, dejándome atrás, pegada a la puerta y con millones de sensaciones recorriendo mi cuerpo.
Tragué saliva, lo seguí bastantes metros atrás, apretando mi libreta de notas con mis brazos y solté aliento antes de entrar a la sala de juntas.
Ya no sabía porqué era que estaba nerviosa.
Porque este era mi primer día, por tener que estar rodeada de ricos estirados o por la bipolaridad de mi jefe.
Al final del día daba igual.
No era algo a lo que tuviera que darle importancia.
— Buen día, señores.
— Buen día. — contestaron al mismo tiempo, mirando con cierto temor y respeto a mi jefe.
— Buen día, señores. — hablé de igual manera apenas entré.
Al inicio creí que no contestarían, sin embargo me equivoqué…
— Buenos dias, mi lady.
— bonito día, señorita.
— bon giorno, cara…
Andrew rodó los ojos al ver como todos sonreían y respondían mi saludo. Me tomó de la cintura y me pasó hacia atrás de su fornido cuerpo. Ahora estaba de frente a su ancha espalda.
Habían en total cinco hombres, algunos más viejos que otros, y una mujer alta, de bonito cuerpo y ojos negros, así como su cabello.
La secretaria de uno de ellos supongo.
— Deberíamos empezar de una vez. — habló Andrew. frío, tan ronco que su voz no solo daba miedo e imponencia, también provocaba que mi cuerpo se estremeciera exorbitante.
No dije nada más, no pregunté o me hice notar, solo me dediqué a anotar todo lo que allí adentro pasaba, tal y como lo había ordenado Andrew.
Algo me decía que mi jefe tenía un límite de paciencia y lo mejor en este momento, era no sobrepasarlo.
Hablaron de los sobregiros en ciertas empresas del país, de los capitales de algunos inversionistas y de los activos en el banco; hablaron de los productos que implementarìan en el banco y del sistema financiero… hablaron de varios temas, pero para ser sincera, ninguno me interesaba.
La reunión se prolongó media hora más de lo que se suponía, debía durar, tomaron un descanso y me tocó servir el refrigerio a cada uno de los accionistas.
Fue incómodo, las miradas que me dirigían eran demasiado incómodas.
No sé qué era lo que mi rostro reflejaba, supongo que mis mejillas rojas, mis manos sudadas y mis ojos llorosos fueron suficientes para que el castaño se diera cuenta, pues se levantó rápidamente de su asiento, se quitó el saco y me lo colocó encima.
— Ve por las carpetas que dejé en mi escritorio, yo terminaré con esto.
— Yo puedo…
— maldición, Danna, obedece una puta vez en tu vida.
Seria, pero agradecida, salí de la sala y fui a la oficina, tomé las carpetas que me había pedido y regresé a la celda de la tortura.
Andrew ya había repartido los cafés y las galletas y ahora se dedicaba a hablar del último tema de la junta.
La cantidad de egresos e ingresos del banco anualmente, basándose en las operaciones de los clientes que decidían guardar su activo en el Golden Bank.
Cuando la junta terminó, los accionistas de levantaron y caminaron hacia mí para estrechar mi mano. No obstante, Andrew lanzó una taza al piso y con altivez e indiferencia me mandó a la bodega por una escoba y una pala para que recogiera su desastre.
¡¿Por qué rayos había hecho eso?!
Salí de la junta, alejándome del montón de ancianos sin vergüenzas, miré mal a Andrew y salí de nuevo hacia la bodega.
¡Se estaba aprovechando de su puesto!.
(...)
— terminé.
Entré sin tocar a la oficina, lancé la escoba a un lado del sofá que estaba a la derecha del escritorio y me senté en la silla de enfrente.
— ya era hora. — resopló don perfecto.
— ¿Cómoda?.
— mucho.
Se irguió recto en su asiento, mirándome con severidad.
— Siéntate bien. Es una orden.
— ¿Te afecta en algo? Yo creo que no.
Se levantó y antes de que tomara represalias por mi actitud, me senté con formalidad.
Andrew regresó a su asiento. Miraba de vez en cuando su teléfono, tecleaba en su computadora y luego anotaba en el libro mayor unas cuentas.
Tal y como Leti me había indicado, mientras él trabajaba, yo ordenaba las carpetas por color y fecha, sentada en el piso frente al archivero, escuchando música de Eminem y cantando en voz alta.
Una que otra vez miraba a mi jefe, quien estaba tenso -vaya sorpresa - y soltaba gruñidos llenos de desesperación, hastío y cansancio.
Reí y elevé mi tono al cantar.
Me gustaba enfadarlo.
Todo transcurrió con calma y dicha, hasta que sentí un fuerte jalón en mis auriculares.
— ¡Oye!
— en primer lugar, eres un fiasco cantando, y en segundo lugar, quiero las notas que tomaste en la junta.
— Adorable. — bufé.
Andrew rodó los ojos y se cruzó de brazos en espera de mis notas.
Me apoye de su pantalón y me levanté para darle la libreta.
— aquí están.
— Dictame lo más importante — pidió, regresando a su asiento, con sus manos listas sobre el teclado y su mirada fija en el ordenador, en espera de mi voz.
¿En verdad quería eso?.
Qué raras eran las empresas de hoy en día.
Como sea.
Me encogí de hombros y comencé.
— El señor de cabeza calva y esmoquin rojo a cuadros se sacó un moco y lo dejó bajo la mesa. — levantó su mirada con su ceño fruncido y una mueca de asco y me miró confundido. Lo ignoré y proseguí. — El señor canoso de ojos verdes estaba limpiando su placa dental con una de las servilletas que tapaba las galletas, el otro anciano que estaba a la par estaba acabando con las galletas y según él nadie lo vio,
El tipo de chaqueta de cuero y barbilla le estaba metiendo la mano a la chica bajo la mesa y…
— ¿Es en serio?.
— Sí, incluso la chica soltó un imperio y botó el café cuando él le metió más la mano…
Sonreí con inocencia y le extendí mis notas.
Las tomó con amabilidad, demasiada para ser ciertas, las leyó con atención mientras caminaba hacia la ventana y sin un apice de respeto, lanzó mi libretita de los Minions bebé por la ventana, treinta metros al suelo.
— ¡Oye! ¡Papá me compró esa libreta!
— ¡Eso explica muchas cosas!. — soltó ofuscado. — ¡Te pedí claramente que anotaras lo más importante que habláramos ahí!
— ¡No, me pediste que anotara lo más importante que sucediera ahí y fue lo que hice!. — me defendí. — Todo lo demás fue aburriiidooo! — solté con hastío.
Andrew deslizó sus manos por si rostro, me miró como si fuera una cucaracha que debía ser exterminada y caminó apresuradamente hasta mi puesto.
Pensé en escapar, esa mirada no me gustaba, sentía miedo. No obstante, tropezó en las carpetas que había dejado tiradas en el piso, trastabilló y me pasó llevando con él al piso.
Solté un grito y caí.
¡Maldición!
Cayó él primero y yo caí sobre su pecho, con su rostro cerca del mío, con sus labios rozando los míos.
De nuevo ese estremecimiento… de nuevo esa sensación.
No podía seguir así.
Aparté toda cosa extraña de mi mente y traté de levantarme. Sin embargo, Andrew me jaló de un brazo y me hizo caer de nuevo, me rodeó con un brazo de la cintura y dejó su mano libre sobre mis muslos.
De nuevo su mano estaba ahí y parecía que tenían la medida perfecta para mis muslos.
Cerré mis ojos para escapar de su mirada, mordí mi labio y sentí un bulto crecer en sus pantalones, cerca de mi centro.
Tragué saliva, abrí los ojos y tal y como me lo temía, él estaba ahí… mirándome, tocándome… haciéndome sentir la peor persona del mundo y la más confundida del planeta.
Su mano subió tan solo un poco por debajo de mi vestido y sin poder controlarlo, me hizo jadear y buscar más presión entre nuestras partes.
Estaba mal… pero se sentía bien.
Luego recordé que lo odiaba, que tenía novio al que amaba y antes de caer por completo ante aquella angustiosa y deliciosa sensación, ante mí peor enemigo; a un segundo de unir mis labios a los suyos, embriagada de su perfume. Me alejé.
Me levanté de prisa, tomé mi cartera y salí corriendo de la oficina.
Lo sucedido había rebasado mis límites.
¿Por qué sentía que debía volver?.
¿Acaso me estaba volviendo loca?.