La mañana les encuentra con una furiosa lluvia que les mantiene encerrados en la seguridad de la carpa y acurrucados bajo la manta con sus extremidades entrelazadas. Reagan no está seguro de donde exactamente se encuentra ubicada su pierna derecha, pero no puede molestarse. No cuando tiene a Julia abrazándose a su cuerpo con fuerza, como si el solo pensamiento de alejarse un mínimo centímetro fuera impensable y cruel. Siente el suspiro de la pelirroja golpear contra la piel de su cuello y su cuerpo se estremece. Julia suelta una risita y raspa con sus dientes la piel cálida. -Oye -le gruñe Reagan. Intenta apartarse, pero Julia se lo impide. -No te vayas -murmura con los labios rozándole un parche de piel en el cuello-, hace mucho frío. Reagan suspira. -No podemos quedarnos aquí todo

