—¿Aficionado a las cartas? ¡Apasionado, mejor! El efecto de esta descarga fue multiplicado por el silencioso cierre de los párpados y por una pausa contenida, como si hubiera confesado otra clase de amor. Schomberg se devanaba los sesos en busca de una nueva trivialidad, sin llegar a encontrar ninguna. La habitual y difamatoria cháchara no le servía en este caso. Aquel criminal no conocía a nadie en menos de mil millas a la redonda. Se vio casi obligado a continuar con el mismo tema: —Supongo que siempre ha sido usted así, desde la más temprana juventud. Ricardo siguió con los ojos bajos. Los dedos jugaron indolentemente con el paquete de cartas. —No sé si fue tan pronto. Empecé por jugarme el tabaco en la bodega de los barcos, ya sabe, lo corriente entre marineros, guardias enteras al

