—Ha ganduleado usted un buen rato, ¿verdad? La ciudad entera es condenadamente perezosa; nunca me había encontrado partidas tan flojas como las de aquí. En cuanto dan las once de lo único que se habla es de plegar el tapete. ¿Qué les pasa? ¿Quieren meterse en la cama temprano o qué? —Supongo que no pierde usted una fortuna porque ellos se marchen a la cama —dijo Schomberg con siniestro sarcasmo. —No —admitió Ricardo con una mueca que le estiró los labios de oreja a oreja y dejó entrever por un momento la blanca dentadura—. Sólo que, ya ve, una vez que arranco sería capaz de jugar hasta por unas cuantas nueces, por guisantes secos o por cualquier otra porquería. Yo les jugaría el alma. ¡Así los cuelguen por indigentes! ¡Pedazo de pepinos con patas, sin sangre en las venas! —Pero si pasar

