La miró retirarse y a pesar de la sorpresa que sus palabras le habían provocado, su libido no pudo dejar pasar el contoneo de esas caderas que parecían magnetizar sus ojos. ¡Dios, la había añorado! Había echado de menos su voz, su cuerpo pegado al suyo, su sonrisa. Había sido consciente de ello a medias en New Jersey, pero la real dimensión de cuánto lo movilizaba la asumía al verla otra vez. Había estado pendiente de su llegada y, cuando apreció su ingreso, fue inevitable que su mirada declinara toda imagen que no fuera la de la voluptuosa de ojos grises que titubeaba como si no supiera qué hacer. Esta indecisión se evaporó de su rostro, que se distendió en una sonrisa, al localizar a Regina y Violet. Por un instante el shock de apreciar que ella lo hacía sentir en casa lo desconcertó.

