MILO Avanzó los últimos metros por el camino arbolado que conducía a la lujosa mansión familiar en pleno corazón de Beverly Hills. La casa refulgía como una joya en su blanca elegancia, orlada por la miríada de bajorrelieves austeros que le daban carácter y prestancia. Cómo era habitual cada domingo, la familia se reunía impulsada por la batuta de su madre, a quien le gustaba juntar a todos sus hijos en un ritual que se había vuelto aún más cerrado luego de la muerte de su padre, hacía de eso cinco años. No había excusa que eximiera a ninguno de los cinco si estaban en la ciudad, y eso era más que habitual en él, salvo las contadas ocasiones en que viajaba por negocios. No es que a Milo le disgustara esta reunión, por el contrario, la consideraba su tiempo de desconexión con el exigente m

