Con ella enredada en sus caderas Aidan trepó a la cama y la tendió con suavidad, sin quitarle sus ojos de encima, oscurecidos e intensos. Semi incorporado, su gran figura apenas a centímetros, lo vio concentrarse en acariciarla con toques leves, una mano mesando su cabello y la otra contorneando su mandíbula, su cuello y su escote, para proceder a desabotonar la blusa. La torpeza que percibió en sus dedos, un temblor casi imperceptible, la maravilló. ¿Era posible que él estuviera tan nervioso como ella? El pensamiento era poderoso; que ella le provocara sensaciones suficientes como para desestabilizarlo era liberador. Cuando tuvo éxito con el último botón, abrió la prenda con lentitud para exponer los senos, seductoramente resaltados por el encaje coqueto del sujetador. Atraído de inmedia

