—No tienes que disculparte por nada—le aseguró, dando una palmadita a su mano. Quería tranquilizarla, que se sintiera a gusto y segura con él—. ¿Qué te puedo ofrecer de beber? ¿Un café, refresco, algo más fuerte? —No, no. Si usted desea la puedo traer—ella intentó incorporarse. —No estás aquí para servirme, Regina—acotó, mientras pensaba al menos tres formas en que podía hacerlo. —Sí, bien, perdón. Es la costumbre—bajó la cabeza y él no pudo evitar tomar su barbilla con dos dedos y elevarla, para que lo mirara, con el respingo traspasando sus ojos. Parecía que no estaba habituada a gestos de ese tipo. <<Eres un desconocido, idiota, un hombre poderoso que le pide venir y tiene un planteamiento para hacerle, luego del incidente en este mismo edificio, el que hizo que la despidieran. La c

