Su afán por tener algo de él, por compartir horas, había dejado que el fantástico sexo compartido la engañara, haciéndola pensar que le pertenecía. Era una falacia y de nuevo se lo recordaban. Como esa manecilla que golpea la puerta, cada tanto, le decían que despertara de su fantasía. Ella era nadie. Él pronto la dejaría atrás. Y se llevaría su corazón con él. O mejor, lo dejaría quebrado, devastado, en pedazos. Tenía que ser fuerte y romper el hechizo, decidió, caminando sin parar y dando vueltas a las ideas sin parar. Era preferible un desengaño a tiempo que el rechazo y la patada cuando él se cansara de ella. No podría soportarlo, no podría soportar su indiferencia y el abandono. Limpió sus lágrimas, sentada en un banco. Se sentía cansada, sin esperanzas. Ni siquiera tenía ganas de tr

