—Bien, la verdad, estoy encantada—sonrió con ilusión su hermana—Cada vez me gusta más. No te negaré que debo esforzarme, hay algunos cursos complicados. —Nada que no puedas manejar—sonrió confiada—. Eres el cerebrito de esta familia. —Pues entonces tú eres el corazón—respondió Tina, con amor en su voz. Se adoraban y complementaban en las tareas y en el cuidado de su tía y Regina aspiraba a que pudiera hacer una carrera que le permitiera depender de sí misma y no sufrir las limitaciones de trabajos mal pagos y jefes horribles. Bien podía pasarle a ella, pero le había prometido a su madre al morir que la cuidaría. La nostalgia de pensar que hacía once años que estaban sin su querida mami la desanimó, pero se recuperó enseguida. Meg las había adoptado como suyas y a su vera habían crecido

