La que tenía adelante era la mujer más intrigante que Kaleb hubiera visto en mucho tiempo. Esos ojos como avellanas, con matices verdosos y amarillentos que parpadeaban sin cesar eran los más hermosos que hubiera contemplado. <<Esta nena es digna representante de ese mito que es la belleza natural>>, pensó sin perder de vista un detalle de su anatomía y de su accionar, fascinado. No había artificios visibles en ella. Seguro medía casi medio metro menos que él; era una pequeña belleza de actividad febril, con el cabello alborotado escapando de un moño flojo y rastros de harina en su rostro que, a pesar o gracias a eso, no podía menos que catalogarse como adorable. No era ese un adjetivo que utilizara normalmente para definir a una mujer, pero fue el que instintivamente su mente dedicó a

