El reencuentro

1210 Palabras
En mi mundo, las mujeres son como los contratos: llegan, cumplen su propósito y desaparecen sin dejar rastro. Pero Elena Harper no es un contrato. Es un incendio que no puedo apagar. Han pasado tres semanas desde esa noche en mi penthouse, y todavía siento su piel bajo mis dedos, escucho su risa sarcástica, veo esos ojos oscuros que me desafiaron hasta el último segundo. Desperté solo, con su aroma en las sábanas y un vacío que no esperaba. Intenté encontrarla —pregunté en la gala, revisé las listas de invitados—, pero nada. Como si se hubiera evaporado. Hasta hoy. Estoy en la sala de conferencias de Moretti Enterprises, en el piso 50 de un rascacielos que corta el cielo de Manhattan. Los ventanales muestran un horizonte de acero y cristal, pero mi atención está en el equipo de ciberseguridad que mi directora de tecnología, Clara, está presentando. Estamos reforzando nuestra red tras un intento de hackeo, y este grupo de cerebritos es nuestra nueva línea de defensa. No espero sorpresas, solo nombres y currículums. Pero entonces la veo. Elena. Está al fondo, con una blusa blanca que abraza sus curvas y una falda lápiz que me recuerda lo que sentí al tocarla. Su cabello oscuro está recogido en un moño, y sus ojos evitan los míos, fijos en la laptop frente a ella. Mi pulso se acelera, y por un segundo, olvido dónde estoy. — Luca, ¿quieres añadir algo? —pregunta Clara, arrancándome de mi trance. Los demás me miran, esperando, pero mi mente está en ella. ¿Qué demonios hace aquí? ¿Es una broma del destino o algo más? — Sigan —digo, mi voz más cortante de lo que pretendo, y me recuesto en la silla, fingiendo interés en la presentación. Pero mis ojos están en Elena, en la forma en que tamborilea los dedos, en el rubor que sube por su cuello cuando finalmente me mira. Es un vistazo fugaz, pero suficiente para encender algo en mí. No es solo deseo. Es curiosidad, intriga, una necesidad de entender por qué huyó y por qué está aquí ahora. La reunión termina, y los empleados se dispersan. Me quedo atrás, hablando con Clara sobre plazos, pero mi atención está en Elena, que recoge sus cosas con movimientos rápidos, como si quisiera escapar. No esta vez. La sigo al pasillo, donde las paredes de vidrio reflejan la ciudad y el suelo brilla como un espejo. Está sola, mirando su teléfono, y cuando me acerco, levanta la vista, sobresaltada. — No esperaba verte aquí, cara mia —digo, dejando que mi voz baje, cargada de esa promesa que sé que la desarma. Me apoyo en la pared, bloqueando su camino, y su rubor se intensifica. — Y yo no esperaba que fueras mi jefe —replica, tragando saliva. Su tono es firme, pero hay un temblor en sus manos que no puede ocultar. Está nerviosa, y eso me intriga aún más. Sonrío, dando un paso hacia ella. El pasillo está vacío, y el silencio amplifica el sonido de su respiración. Está tan cerca que puedo oler su perfume —jazmín, fresco, como esa noche— y ver las pecas que salpican su nariz. — ¿Tu jefe? —repito, arqueando una ceja—. Interesante giro. Aunque, si me hubieras dado tu número, habría preferido invitarte a cenar antes de verte en mi oficina. Ella suelta un bufido, cruzándose de brazos como si quisiera poner una barrera entre nosotros. — No estoy aquí para citas, Luca —dice, y su voz tiene un filo que no esperaba—. Estoy aquí para trabajar. Si me disculpas… Intenta pasar, pero extiendo un brazo, deteniéndola sin tocarla. No quiero asustarla, pero tampoco dejarla ir. No otra vez. — ¿Por qué te fuiste? —pregunto, mi tono más serio ahora. La pregunta lleva semanas en mi cabeza, y necesito una respuesta. Ella me mira, y por un segundo, algo cruza por sus ojos —dolor, miedo, no lo sé—. Pero luego baja la mirada, apretando el bolso contra su pecho. — No era mi lugar —respondió en un murmullo—. Y tú tenías… otra cita, ¿recuerdas? La mención de la “cita real” me golpea. Maldita Daniela y su maldita organización. Quiero explicarle que fue un error, que la mujer que mi asistente trajo no significaba nada, que Elena fue la única que quise esa noche. Pero antes de hablar, unos pasos resuenan en el pasillo. Me giro y veo a Victoria Lang, mi directora de estrategia y una víbora con tacones de aguja. Su vestido rojo abraza cada curva, y su sonrisa es afilada como un cuchillo. — Luca, qué sorpresa encontrarte aquí —dice, su voz melosa, pero sus ojos están en Elena, evaluándola como un depredador—. ¿Interrumpo? — Solo charlamos con una nueva integrante del equipo —respondi, manteniendo la calma, aunque la presencia de Victoria me irrita. Siempre está buscando un ángulo, una debilidad, y no me gusta cómo mira a Elena. — Qué encantador —replica, acercándose demasiado para mi gusto—. Espero que te estén tratando bien… ¿cómo te llamas, querida? — Elena Harper —dice ella, levantando la barbilla, y admiro su valentía. Victoria puede intimidar a cualquiera, pero Elena no retrocede. — Un placer, Elena —dice Victoria, con una sonrisa que no llega a sus ojos—. Luca siempre tiene un ojo para el talento… entre otras cosas. El comentario está cargado, y veo a Elena tensarse. Quiero intervenir, pero ella se adelanta, recogiendo su bolso con un movimiento brusco. — Tengo que irme —dice, dirigiéndose a mí pero evitando mis ojos—. Nos vemos en la próxima reunión. Se aleja antes de que pueda detenerla, sus tacones resonando en el pasillo. Victoria suelta una risita baja, apoyando una mano en mi brazo. — Cuidado, Luca —susurra, su aliento rozando mi oído—. Esa chica parece más complicada de lo que te gusta. Me zafo de su agarre, forzando una sonrisa. — No te preocupes por mis gustos, Victoria —digo, mi voz fría—. Ocúpate de los números. Me alejo, pero mi mente está en Elena. ¿Por qué está aquí? ¿Por qué huyó esa noche? Y, más importante, ¿por qué no puedo sacarla de mi cabeza? Moretti Enterprises es mi territorio, y ella acaba de entrar en él. No sé qué juego está jugando, pero estoy dispuesto a descubrirlo. Camino hacia mi oficina, con vistas al skyline, y me sirvo un whisky, aunque es mediodía. Elena Harper no es solo una conquista. Es un misterio, y yo nunca dejo un misterio sin resolver. Pero mientras miro la ciudad, una duda me golpea. Hay algo en ella, en su nerviosismo, en la forma en que evita mis ojos, que no encaja. No es solo orgullo o timidez. Es algo más, algo que no puedo nombrar pero que me hace querer acercarme, tocarla, entenderla. Sacudo la cabeza, molesto conmigo mismo. Luca Moretti no se obsesiona. No se distrae. Pero mientras bebo, el sabor del whisky no borra el recuerdo de sus labios, y sé que esto está lejos de terminar.
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