Yakov
El fin de curso llegó más rápido de lo que esperaba. No porque me importara la universidad en sí, sino porque había un trato: una carrera terminada y el imperio de mis padres sería mío por completo. Angelo lo había dejado claro.
El segundo cuatrimestre había terminado, La universidad era solo una fachada. Un juego que debía terminar, porque el verdadero tablero ya estaba en marcha.
Angelo no esperó más, no entiendo por qué , si lo había dejado claro, hasta terminada la carrera tomara el control, pero por alguna razón no quiso aplazarlo.
-No hay razón para seguir fingiendo que esto te hace falta -me dijo esa tarde, en el despacho privado de Brooklyn-. Es momento. Tus padres estarían orgullosos... o temerosos. No lo sé.
Sobre la mesa colocó una caja metálica. Dentro había algo más que papeles, códigos, cuentas, nombres: estaba el alma de la organización Zhukova. Lo que alguna vez fue de mi madre y mi padre. Lo que les arrebataron.
-Ahora es todo tuyo -declaró Angelo, con esa mezcla de respeto y resignación que solo los viejos soldados entienden-. Y tú sabrás qué hacer con ello.
-No me interesa ser un jefe más -le respondí mientras hojeaba los documentos-. Quiero respuestas. Quiero los archivos originales de la investigación -le pedí sin rodeos-. Todo lo que se haya encubierto. Si alguien los traicionó... lo voy a encontrar. Es hora de saber quién mató a mis padres.
Angelo asintió en silencio. Me entregó otro sobre. Era grueso, con fotografías y reportes antiguos. Y en medio de todo, un dato nuevo. Un nombre que no había visto antes...
Alex y Erika Klingthon.
Mi corazón no se inmutó. Pero algo en mi mente se tensó. Demasiado coincidencia, tienen el apellido de Meliza.
-¿Los padres de Meliza? -pregunté, aunque ya lo sabía.
-Encabezan la mafia americana desde hace más de
una década. Se mantuvieron en la sombra, pero siempre fueron parte de todo -explicó Angelo, serio-. Las pruebas no son concluyentes aún. Pero muchas rutas, contactos y pagos sospechosos los involucran.
Meliza... Ella no sabe nada, estoy seguro, su personalidad, toda ella no encajan en esto, no tiene idea de la sangre que corre por sus venas. Aún así, si sus padres tuvieron algo que ver con lo que pasó con los míos, no habrá piedad. Pero antes de cualquier juicio, necesito estar seguro.
Los días transcurrían entre sombras.
Aunque el cuatrimestre había terminado, mi vida no se detuvo. Las vacaciones eran solo una pantalla para los demás. Para mí, significaban más tiempo para mover las piezas.
Reuniones nocturnas. Vigilancias discretas. Rastros de sangre cubiertos por sonrisas ajenas. Estaba más cerca. Ya sentía el peso del poder sobre mí... y la sangre de quienes lo ensuciaron.
Fue entonces cuando apareció Lucía.
Me buscó una tarde cualquiera. La encontré "casualmente" cerca de donde vivía Meliza. Estaba claro que me esperaba.
-Estaba pensando en organizar algo para Año Nuevo -dijo con una sonrisa demasiado medida-. Nada exagerado... solo una fiesta tranquila entre amigos y con mis padres, ya los conoces. Meliza estará, claro. Y pensé que sería interesante si tú también vinieras.
Me quedé mirándola. Detesto las trampas mal disfrazadas. Y Lucía no era tan buena actriz como creía.
-Lo pensaré -respondí, seco.
Ella sonrió. Satisfecha.
Creía que estaba logrando algo conmigo.
No entendía que yo también jugaba... pero con reglas que ella no podría imaginar.
♦️
Más tarde, llegó un mensaje.
Meliza
> "Hola, Yakov. Me dijo Lucía que hablaron y mencionó que quizá podrías venir a la reunión de Año Nuevo. Es algo muy sencillo, sin formalidades. Solo para despedir el año entre amigos.
Sé que estas fechas no son fáciles... pero, si te animas, me gustaría que vinieras. A veces estar con otros, aunque no lo parezca, ayuda más de lo que uno admite.
Sin presión. Solo quería decírtelo."
Lo leí dos veces. Luego una tercera.
Meliza tenía esa forma de escribir que no pedía... pero abría puertas.
Tan honesta. Tan genuina. Tan... ajena al mundo que me estaba tragando.
La pregunta no era si iba a ir.
La verdadera pregunta era cuánto tiempo más podría seguir viéndola sin destruir esa mirada limpia...
...ni mancharla con la verdad sobre quién soy.
Y sobre lo que estoy a punto de descubrir de su familia.
No se puede remover el pasado sin ensuciarse las manos.
Desde que tomé el control, los movimientos de la organización americana se volvieron erráticos. Alguien tenía miedo. Alguien sabía que me acercaba a la verdad.
No fue una advertencia.
No hubo amenazas sutiles.
Fue un ataque directo.
En mi territorio.
♦️
Era mediodía. Yo estaba allí por otra razón, siguiendo a uno de los hombres que trabajó para los Klingthon en Europa del Este. No esperaba verlas.
Meliza y Lucía.
Saliendo de una tienda de ropa, riéndose de algo. Lucía traía bolsas, Meliza un café. Iban distraídas, como si el mundo fuera otro lugar.
No iba a acercarme, pero Meliza me vio primero.
-¡Yakov! -dijo con esa sorpresa genuina que siempre la hacía ver diferente.
Lucía sonrió con astucia, aunque se notaba que no esperaba encontrarme.
-¿También viniste de compras? -preguntó, en ese tono dulce que no terminaba de encajarle del todo.
-Negocios -respondí.
-¿Negocios en un centro comercial? -replicó Lucía, divertida.
Meliza solo me miró. Como si algo en mi expresión no encajara.
-Nosotras ya íbamos de salida -agregó-. Pero qué raro encontrarte aquí.
-Sí -dije, simplemente-. Raro.
Y entonces lo sentí.
Una sombra fuera de ritmo. Un movimiento que no cuadraba con el entorno.
Miré hacia el estacionamiento. El auto n***o. Vidrios oscuros. Motor encendido.
-Meliza -dije, acercándome a ella-. Quédate detrás de mí.
-¿Qué?
-Hazlo.
Lucía se quedó congelada. No alcanzó a entender.
Fue un segundo después. El sonido seco. El primer disparo. Preciso. Iba dirigido a mí.
Me giré, empujándolas al suelo. Meliza cayó contra el pavimento con un grito ahogado. El café rodó. Lucía gritó, pero no se movió.
El segundo disparo no me rozó. Saqué mi arma. Dos encapuchados bajaron del auto.
No estaba en posición de dar advertencias. Solo disparé. Uno cayó. El otro huyó. El coche arrancó. Rápido. Sin placas. Planeado.
Meliza levantó la cara. Tenía una herida en la frente. Sangre leve. La había golpeado en el borde del suelo. Estaba aturdida, confundida.
Y entonces me vio. De pie. Con un arma en la mano. Frío. En control.
-¿Yakov...? -murmuró, incrédula.
Lucía apenas podía hablar. La ayudé a ponerse en pie sin mirarla.
-¿Qué fue eso? -preguntó Meliza, sin poder apartar la vista del arma-. ¿Por qué tú...?
-No lo sé -mentí. Sin titubeos. Frío. Necesario.
Ella retrocedió un poco, sin saber si confiar o huir.
Salimos de ahí en silencio.
No podía quedarme. No con las cámaras, los testigos, las sirenas que ya se escuchaban a la distancia. No con Meliza mirándome como si no entendiera en qué momento el chico de mirada fría se convirtió en un hombre armado, Ya después me encargaría de solucionarlo.
Las llevé al auto sin decir nada. Nadie se atrevió a detenerme. Tal vez por la forma en que caminé, o porque la sangre aún estaba fresca en el ambiente.
-Suban -ordené.
Lucía obedeció de inmediato, con el rostro blanco.
Meliza dudó. Pero subió.
Conduje sin música. Sin preguntas. Sin mentiras innecesarias.
-No pueden hablar de esto -dije, finalmente-. A nadie.
Ni hoy, ni mañana. Nunca.
-¿Yakov... qué fue eso? ¿Quiénes eran? Y por favor no me digas que no lo sabes, que es más que obio-Meliza preguntó de nuevo, su voz más baja, más quebrada.
La miré brevemente por el retrovisor.
-No ahora. Después te daré explicaciones. Solo... no digas nada, Meliza. Por favor.
Ella asintió, lentamente. Su confianza no se había ido, pero estaba herida. Como su frente.
Lucía no dijo una sola palabra en todo el trayecto. Solo abrazaba su bolso con fuerza, como si eso pudiera protegerla de lo que acababa de ver.
♦️
Dejé a Meliza primero.
Se bajó sin decir nada más. Me miró una última vez antes de cerrar la puerta.
Había más preguntas en sus ojos de las que estaba preparado para responder.
♦️
Cuando retomé el camino con Lucía, el silencio era distinto. Tenso. Incómodo. Peligroso.
-¿Estás bien? -pregunté sin mirarla.
-¿Eso fue... real? -su voz temblaba-. ¿Tú... mataste a alguien?
-No están muertos.
Ella tragó saliva.
-¿Quién eres, Yakov?
No respondí. Me detuve frente a su casa. Lucía no se movió.
-No puedes decir nada de esto -dije despacio-. A nadie. No solo por mí. Por Meliza también.
-¿Y si ya lo conté? ¿Y si no quiero callar?
Me giré entonces. La miré. Directo. Sin filtros.
-No lo harás.
Lucía parpadeó, confundida. Y por un instante, vulnerable.
Me incliné hacia ella, lento. Con precisión.
-Lucía... sé lo que viste. Sé que estás nerviosa. Pero también sé que tú no quieres estar del lado equivocado.
Ella se quedó inmóvil cuando mi mano rozó su mejilla. No fue afecto. Fue control. Calma forzada.
-¿Sabes qué haría alguien como yo si quisiera que te callaras para siempre?
Lucía tragó saliva de nuevo. Pero no apartó la mirada.
-¿Y si lo que quiero es entenderte?
-No necesitas entenderme -susurré-. Solo necesitas quedarte callada. Lo haces por ti. No por mí.
Mi voz fue baja. Mis ojos, firmes. No necesitaba levantar la voz para dejar claro que hablaba en serio.
Ella asintió lentamente, hipnotizada más por el miedo que por el encanto.
-Buenas noches, Lucía.
Ella bajó sin decir más.
La vi entrar en su casa. Y solo cuando cerró la puerta, suspiré.
No era la primera vez que tenía que controlar a alguien con caricias vacías. Pero sí era la primera vez que alguien como Meliza estaba tan cerca de salir herida.
La noche volvió a cubrirlo todo, pero el silencio no trajo respuestas. Solo más preguntas.
Abrí el expediente sobre la mesa. Fotos. Transferencias bancarias. Rostros pixelados. El rastro del atacante caído. Su origen. Sus contactos. Todo apuntaba a lo mismo.
Los Klingthon.
Pero había algo que no encajaba.
Meliza.
Ella estaba allí. En medio del fuego. Expuesta. Vulnerable.
Y eso no era parte del estilo Klingthon. No ponían en riesgo lo que era suyo. Mucho menos a su única hija.
Si hubieran querido matarme, habrían elegido otro momento. Otra forma. No frente a Meliza. No con la posibilidad de que saliera herida. No con tantas variables incontrolables.
¿Y si fue otra organización?
¿Alguien que quiere hacer parecer que fueron ellos?
Alguien que quiere sangre, pero también caos. Confusión.
Cerré el expediente con un golpe seco.
Tenía que repensar todo.
Volver al principio.
Y lo más difícil: aceptar que podía estar siguiendo el camino equivocado. Quizás, mientras miraba a los Klingthon como enemigos, alguien más se movía en las sombras... y estaba mucho más cerca.
♦️
Afuera, el viento era helado. Como Moscú, pero sin el alma.
Prendí un cigarro. Pensé en Meliza.
¿Qué haría si supiera quién soy? Si supiera lo que escondo... y lo que empiezo a sospechar de su familia?
Y más aún... ¿qué haría cuando yo ya no pueda protegerla?
Porque si esto no fue obra de los Klingthon, entonces fue alguien que no tiene miedo de tocar a inocentes.
Y eso significa que la guerra ya empezó.
Solo que no sé aún contra quién.
Nota de la autora
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