Narrador omnisciente
Meliza aún preocupada por qué Liam no contestaba el telefono, seguía en su habitación.
El celular seguía frío en su mano, como si pudiera absorber la ansiedad que crecía con cada llamada sin respuesta. La pantalla negra se volvió un espejo distorsionado de su rostro: ceño fruncido, labios apretados, y esos ojos que últimamente no sabían si mirar al pasado o al futuro.
Liam no contestaba
Meliza se sentó en la silla frente a la ventana de su habitación, y recordó esa noche en la azotea de su casa, esa donde él una vez le habló sobre “nosotros”, dónde le confesó sus sentimientos con paciencia y cariño. Ella había dicho que no… no aún. No porque no lo quisiera, sino porque tenía miedo de fallar, de perderse a sí misma en el intento.
Pero en esos meses, Liam había estado ahí. Siempre. Con su sonrisa suave, sus preguntas sinceras, sus silencios cómodos. No insistió. Solo esperó. Y ahora, que él era quien guardaba silencio, el eco dolía más de lo que imaginó.
Se abrazó a sí misma mientras el viento le revolvía el cabello. Esperando alguna señal, alguna noticia sobre que había pasado con el, solo había podido dormir una o dos horas de la preocupación que sentía, Meliza apretó los labios, tragándose la nostalgia. Tal vez era hora de admitir que había esperado tanto que al no tener noticias d él se dió cuenta del gran Amor que se había estado formado entre ellos, ya no solo él la amaba, si no que ella también sentía ese amor por él.
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La noche había caído hacía horas, pero en la casa de Meliza todo parecía detenido en un limbo sin tiempo. La luz cálida del escritorio apenas alcanzaba para romper la penumbra del cuarto, y el celular descansaba sobre la cama como si esperara instrucciones.
Pero no sonaba.
Meliza se encontraba enredada entre pensamientos y mantas. Llevaba el mismo suéter desde la mañana, y el cabello recogido de cualquier manera. Lo único que se había movido eran sus ojos, y solo para mirar una y otra vez la pantalla, por si acaso.
Liam aún no respondía, le había estado llamado, mandando mensajes, pero nada, simplemente no respondía, trato de comunicarse con su hermana y sus padres pero paso lo mismo, seguía sin respuesta de ni uno.
El silencio dolía más de lo que estaba dispuesta a admitir. Y lo peor no era la preocupación, sino la culpa, de no haberse atrevido a sentir, ese nudo que volvía una y otra vez a recordarle que cuando él quiso avanzar, ella lo hizo esperar.
Y ahora, quizá, era él destino que los quería separar, por su mente pasaban uno y mil pensamientos donde todos tenían un tragico final.
¿Y si sufrió un accidente?¿ Y si se arto de mi y ya no me quiso esperar?¿Y si se reencontró con algún amor de su pasado?
Esas y miles de preguntas pasaban por su mente, hará que el timbre del teléfono rompió el silencio. Meliza se incorporó de golpe, con el corazón latiendo más rápido de lo que debía, con la esperanza de tener noticias de Liam… pero no era él.
Era Lu.
—¿Mel? —La voz al otro lado de la línea sonó suave, casi susurrante—. Te mandé mensaje hace rato. ¿Estás bien?
Meliza se dejó caer de nuevo sobre la almohada, cerrando los ojos, tratando de no derrumbarse.
—Mal —respondió, sin necesidad de fingir—. No tengo noticias de Liam. No contesta. Y no puedo evitar pensar en lo peor.
Lucía suspiró.
—Lo entiendo. Pero no pienses así, ¿sí? Seguro está bien. Quizá no tiene señal, o se quedó sin batería. Tranquila Mel.
—Es que… no sé —dijo con un nudo en la garganta—. Me siento ridícula. Antes yo le pedía tiempo. Y ahora no tengo noticias de el por un poco, y siento que el mundo se me va.
—No eres ridícula. —La voz de Lu sonó firme, protectora—. Estás sintiendo. Eso no es una debilidad, Meliza. Es lo que te hace tú.
Meliza sintió que los ojos se le humedecían, más por el gesto que por las palabras.
—Gracias. En serio. Por llamarme.
—Siempre —respondió Lucía sin dudar—. Te quiero, ¿sí? Lo que sea que pase con Liam, yo estoy aquí. No estás sola, trataremos de solucionarlo juntas.
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Por otro lado, Lucía colgó lentamente, dejando el celular sobre su escritorio sin decir nada. Se quedó quieta unos segundos, observando la pantalla negra reflejar la luz de su habitación. El ambiente estaba en silencio, salvo por la música suave que sonaba desde una bocina olvidada en la esquina: algo instrumental, tranquilo… como ella misma solía parecer.
Con cuidado, se puso de pie y caminó hacia su ventana. Afuera, la noche era espesa, y las luces lejanas de los edificios daban la sensación de un mundo que seguía girando sin pausa, aunque alguien más estuviera esperando una respuesta que no llegaba.
Lucía apoyó la frente contra el vidrio, como si pudiera pensar mejor desde allí. Cerró los ojos por un momento. Suspiró, largo y contenido. No era el suspiro de una persona agotada, ni triste, ni dolida.
Era un simple suspiro como si estubiera esperando que algo pasara.
Caminó de regreso al escritorio, donde una libreta abierta mostraba unos apuntes subrayados con precisión. Entre ellos, una hoja extra: unas copias que Yakov le había dejado más temprano. No los tocó. Tampoco volvió a mirar el celular.
Se sentó, cruzó las piernas en la silla giratoria, y por fin murmuró, apenas audible:
—Pobre Meliza…- más no profundizó más en sus pensamientos.
Un nuevo mensaje entró a su teléfono, vibrando sin sonido. Lucía lo leyó sin pestañear.
Yakov:
*“¿Todo bien con ella?”
Lucía sonrió apenas, una línea sutil dibujándose en sus labios, y escribió con rapidez:
Lucia:
*“Sí. Estaba un poco angustiada, pero ya está más tranquila.
Puso el celular boca abajo.
Y el silencio volvió. Aunque solo por unos segundos.
Yakov:
“¿Estás sola?”
Ella frunció apenas el ceño. La pregunta era directa, como todo en él. No le sorprendía.
Lucía:
“Sí. ¿Por?”
Yakov:
“Solo preguntaba. Pensé que podrías necesitar compañía. Pareces alguien que no duerme bien cuando se preocupa por otros.”
Lucía sonrió, ladeando la cabeza. El mensaje era ambiguo, como casi todo lo que Yakov decía: frío, casi clínico, pero con ese filo que rozaba lo íntimo sin tocarlo del todo. Al menos así lo percibo Lucia
Lucía:
“¿Te preocupa cómo duermo, o solo quieres una excusa para venir?”
La respuesta tardó más de lo habitual. Cuando llegó, era más cruda.
Yakov:
“Las dos cosas. Pense que querrías compañia. Así que pensé que podríamos pasar el rato.”
Lucía dejó el celular sobre sus piernas y respiró hondo. No se ofendía. No con Yakov. Ya lo conocía lo suficiente para saber que no había flores en su lenguaje ni promesas en sus gestos, era directo, frio y crudo para hablar
Lucía:
“Meliza está mal. No me parece el momento.”
Yakov:
“No te estoy pidiendo permiso para consolar a tu amiga.”
Lucía:
“No. Pero me gusta cuando al menos finges que tienes tacto.”
Se detuvo, miró la pantalla un momento, sabía que tal vez Yakov se molestaría, ya que no le gustaba ser insistente pero aún así obtuvo respuesta.
Yakov:
“Ok.”
Ni un emoji. Ni una palabra de más.
Lucía lo miró, sin saber si sentirse decepcionada o aliviada. Sabía quién era Yakov. No esperaba más, pero aun así… ese "ok" tenía el peso de una puerta cerrándose con suavidad.
Suspiró, dejando el celular a un lado. Se levantó, fue hasta la ventana y cerró las cortinas, sin pensarlo demasiado. Lo que necesitaba esa noche no era compañía, sino silencio. Y Yakov, al menos, sabía respetar ambos.
Se llego el domingo y Meliza seguía sin saber nada de Liam, decidió bajar y comer algo ya que no había tenido mucho apetito los últimos días por su preocupación, pero ya empezaba a debilitarse.
El cielo tenía ese gris que presagia tormenta, pero no caía ni una gota. Solo ese viento tibio que parecía recorrer las paredes de la casa como una advertencia. Meliza no había salido en todo el día. El teléfono seguía en la mesa, aunque ya no lo miraba cada cinco minutos. Estaba rendida. Triste. Pero por dentro, una parte de ella ya se había rendido a otra cosa: a la idea de que quizás Liam ya no volvería.
El timbre sonó. Una sola vez.
Ella se quedó quieta. Pensando que pudo haber sido su imaginación.
Volvió a sonar. Esta vez con más insistencia.
Cuando abrió la puerta, Liam estaba ahí. Mojado por una llovizna fina que no había notado desde adentro. El cabello desordenado. Las manos en los bolsillos. La misma mirada que ella conocía, pero con una culpa evidente.
—Hola —dijo él.
Meliza no respondió. Lo miró. Esperó. Él entendió.
—Mi celular se arruinó. Se cayó al agua justo cuando llegamos a casa de mis abuelos. Intenté secarlo, pero no encendió. Y allá… decidieron desconectarse del mundo. “Un fin de semana sin electrónicos”. Ni señal había. Nada. Te juro que cada noche pensaba en ti. Quería hablarte, que supieras que estaba bien, incluso le pedí a mi hermana su teléfono, pero la abuela se lo quito antes de que pudiera dármelo. Intenté convencerla, pero no cedió y me rendí hasta está mañana que salí desesperado por llegar a ti.
Ella sintió cómo todo dentro suyo se revolvía. La voz de él era honesta. Demasiado.
—Pensé que me habías dejado, Liam.
—Nunca —respondió rápido—. Me habré alejado un momento, pero jamás te dejaría. No después de todo lo que hemos vivido.
Meliza lo miró. Las palabras que tenía preparadas se deshacían en la lengua. Su impulso era abrazarlo. Su orgullo decía que debía seguir resistiendo.
Pero el corazón... el corazón no esperó.
Lo besó.
Lo hizo sin pedir permiso. Sin pensar. Solo se lanzó. Con rabia, con alivio, con miedo y con deseo. Liam tardó medio segundo en corresponderle, en abrazarla con una fuerza suave, como quien sostiene algo que se le estaba cayendo desde hace rato.
Cuando se separaron, ella habló, con la frente pegada a la de él y viendolo a los ojos, esos bellos ojos que tanto le encantaban.
—Sí.
—¿Sí...? —murmuró, todavía medio en trance.
—A ti. A nosotros. A lo que me propusiste. Quiero estar contigo, Liam. Sin pausas. Sin excusas.
Él la abrazó de nuevo, como si el mundo volviera a su sitio.
Pero justo cuando estaban por cerrar la puerta, una sombra pasó frente a la reja, y se detuvo frente a ellos.
Nota de la autora
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