—Lo lamento tanto —dijo Diana, abrazando a su mejor amigo, un joven que no podía ni siquiera abrir la boca, pues estaba seguro de que se haría pedacitos al más mínimo movimiento. Caleb asintió, mordiendo internamente su mejilla y respirando profundo para no ceder a sus emociones, que estaban a punto de hundirlo en la peor depresión de su vida. » ¿Cómo estás? —preguntó Sofía, madre de Diana, tomando las manos de Caleb y el chico negó con la cabeza, sin poder evitar que ese par de lágrimas rodaran por sus mejillas—. Todo va a estar bien, estamos contigo. Los labios del joven temblaron cuando asintió de nuevo. No era por ser pesimista, pero de verdad estaba convencido de que nada estaría bien a partir de ese momento. Y es que, ¿cómo podría estarlo si su única familia lo había dejado a

