Lyssa Monrrou
El timbre que indicaba el cambio de clase se filtró en mis oídos y desperté de un salto.
Desubicada deslicé mi mirada por todo el lugar y no recordé el momento en el que me dormí. Algunos compañeros se pusieron en pie, tomaron sus bolsos para salir del aula mientras el profesor recogía sus libros y los guardaba en un portafolio color n***o.
Rodé los ojos al leer las indicaciones anotadas en el tablero. Tenía un nuevo trabajo que agregar a mi lista de deberes por hacer.
Pasé la mano por mi rostro y oí algunas risitas que, para mi mala suerte, eran conocidas.
—¿Por qué tan cansada, Monrrou? —la voz burlona de la rubia, Lucy Aswen, se dejó oír a mis espaldas e hice mala cara.
Era hora de ignorarla.
Empecé a guardar mis libros en mi mochila mientras el profesor y gran parte de los alumnos abandonaban el aula.
Una mano se apoyó sobre el libro que me faltaba guardar y seguí su brazo hasta dar con su rostro. Tragué en seco al reconocer esos ojos color miel, mi mente quedó en blanco y fue como si todas las palabras aprendidas en lo que llevaba de vida desaparecieran por culpa de mis nervios.
Austin Floyd. Conocido en el instituto por sus increíble promedio, superior al mío, y por sus habilidades en la natación.
Era mi Crush, disfrutaba admirarlo de lejos, porque de cerca era una bola de nervios, tonta y torpe que no sabía nunca qué decir. Me gustaba, desde hacía un año y medio, pero yo era experta en ir en contra de mis sentimientos así que nunca me acercaba.
No tenía tipo para eras cosas.
Tenía un montón de problemas, como para agregar a ellos a un tipo que nunca se fijaría en mí. En varías ocasiones lo oía hablar de sus gustos y... Nada de lo que decía encajaba conmigo.
—Eh... Hola... —murmuró entre dientes y detalló mi rostro, como si intentara recordar mi nombre.
Él nunca antes se había acercado a mí.
—Lyssa... —balbuceé.
—Disculpa —pasó una mano por sus rizos—, olvido los nombres muy rápido.
Me quedé en silencio, no supe qué decir, solo quería huir.
—El trabajo es en parejas —indicó con un movimiento de cabeza hacia el tablero—. Llegué tarde y me quedé sin pareja. No hay de otra así que... ¿Quieres trabajar conmigo? —propuso.
«No hay de otra»
Se sintió como una punzada en mi corazón.
—No —respondí. Hice que quitara la mano de mi libro y lo guardé en mi bolso—. No hay de otra... —imité sus palabras ladrando mi cabeza—. Te toca hacerlo solo.
Subió ambas cejas, indignado ante mi respuesta miró a mis espaldas y sin más abandonó el aula de clase.
Solté un suspiro. La imagen que tenía de Austin empezaba a distorsionarse con la realidad.
Oí las risas de la rubia a mis espaldas y me giré a mirarla. Tanto ella, como sus amigos estaban allí, en los últimos asientos, con sus ojos fijos en mí, esperando por... No tenía ni idea de qué, pero solo quedábamos nosotros en el aula.
—Das pena... —soltó sin temor— Ly... ¿Qué se siente que el chico que te gusta te proponga hacer un trabajo con él solo porque no tiene otra opción? —preguntó burlona.
A veces me preguntaba: ¿Por qué era tan intensa? ¿Qué le había hecho yo para que estuviera al pendiente de mi vida? ¿Por qué simplemente no podía dejarme tranquila?.
No entendía por qué me odiaba. Anny, mi mejor amiga, decía que Lucy me tenía envidia, acto que ponía en duda. Lucy Aswen no tenía nada que envidiarme, era una hermosa rubia, de cabello liso, ojos azules, cuerpo de modelo y con mucho dinero. Ella no envidiaba, todo lo contrario, era la envidia de muchas; y no exactamente por el físico, sino porque su novio era nada más y nada menos que el capital del equipo de Fútbol, Alexander Undersom.
Ambos eran iguales y los detestaba, no solo a ellos dos, también a todo su grupito de amigos. Físicamente eran una divinidad, pero todo un asco hablando de personalidad.
—Austin, no me gusta. —mentí y se rio irónica.
—Claro, claro, y por eso casi no podías respirar al tenerlo en frente —ironizó pasando los brazos por los hombros de su novio quién seguía sentado en una de las sillas, detallándome minuciosamente sin expresar absolutamente nada.
—Sí, como digas. —Le resté importancia.
—Te he hecho una pregunta. —recordó llevando las manos a su cadera.
No comprendí sus palabras y una clase esperaba por mí, no podía perder mi tiempo con una rubia tonta.
—¿Qué estabas haciendo anoche, Ly? —repitió la pregunta su mejor amiga, An, una pelinegra igual de odiosa que la rubia. Hizo girar un lapicero entre sus dedos mientras fingía interés—, te dormiste mitad de la clase —recordó.
—¿Sexo duro, tal vez? —aventuró Thony Oween en tono burlón. Permaneció junto a An con su espalda apoyada en la pared y su mirada graciosa.
Le lancé una de mis peores miradas y me dispuse a abandonar el aula.
An junto a Lucy me impidieron salir colocándose en mitad de la puerta. Me miró de pies a cabeza e hizo un la gesto.
—¿Sexo duro? —Murmuró An con ironía.
De sus labios salieron risitas burlonas y chocó palmas con Lucy.
Rodé los ojos con fastidio
—Seguramente es virgen —aseguró Lucy pasando sus dedos por su cabello rubio—, no liberas estrés, seguro por eso eres una amargada.
—¿Podrían quitarse de la mitad, por favor? —pedí fastidiada.
—¿No te da vergüenza tener dieciocho años y seguir siendo virgen? —continuó Lucy mirándome fijamente —. Seguro nadie te quiere coger.
—¿Y a todos ustedes no les da vergüenza tener dieciocho años y seguir siendo igual de idiotas e infantiles? —repliqué armándome de valentía.
Los ojos de la rubia brillaron de furia ante mis palabras. Ella no estaba acostumbrada a ser enfrentada.
—¿A quién llamaste idiota, cariño? — Preguntó dando pasos en mi dirección.
Cuando estuvo cerca me olfateó y me miró con una repugnancia simulada—. ¿No te bañaste hoy? Hueles fatal... — Agregó dándome un empujón que no me esperaba.
Me sostuve rápidamente de una silla y no caí al suelo.
Oí risas.
—¡Ya, déjala! —Interfirió Alexander entre su novia y yo.
El enojo que sentí pasó a ser impresión. Era la primera vez que lo escuchaba hablarle fuerte.
Todos sus amigos lo miraron extraño, e incluso yo. Su orden bastó para que Lucy se quedara en silencio, ella le obedecía, siempre.
Alexander pudo controlar a su anormal novia, pero no a su mejor amiga. An podía llegar a ser peor que Lucy si se lo proponía y yo solo quería salir de aquí,
—Siempre traes los mismos jeans gastados... —observó mirándome de pies a cabeza, dejando el tema de la virginidad en el pasado—. ¿Acaso no tienes ropa? —preguntó mirándome con pena.
Me quedé inmóvil, sus palabras me hicieron sentir vergüenza y ganas de llorar, pero no lo haría, no delante de ellos.
—Si quieres puedes pasarte por mi casa y te regalaré ropa... —Ofreció simulando amabilidad—. Ah no... Lo siento. No creo que te quede, había olvidado lo plana que eres —Finalizó.
Con su comentario se hizo silencio total.
Tragué el nudo que se había creado en mi garganta y deslicé una fría mirada por cada uno de ellos.
No estaba dispuesta a seguir soportando sus comentarios. Caminé hacia la salida del aula y las quité a ambas de en medio. Salí de ese lugar sintiendo mis ojos arder y me repetí que no había ningún problema conmigo, ni con mis jeans, ni con mi cuerpo; el problema eran ellos y sus personalidades.
Recordé a Alexander Undersom defendiéndome por una razón que desconocía. No me caía bien, era el chico más patán, engreído y adinerado de toda el instituto, al menos para mí lo era. Otras chicas no pensaban lo mismo, se la pasaban diciendo que estaba guapo y eso no se podía negar, porque sí lo era. Tenía cuerpo atlético, un rostro casi perfecto, su cabello era liso y traía su corte hacia un lado siempre a la perfección. Sus ojos café claros gustaban a muchas y sobre ellos, como un plus, estaban sus abundantes y oscuras cejas, que tenían forma sin necesidad de ser pulidas.
No tenía ningún problema con su belleza. Lo que me fastidiaba de él y de sus estúpidos e idiotas amigos era que creían todo el tiempo que podían controlarlo todo. No creían que debían amoldarse al mundo, el mundo debía amoldarse a ellos.
Sabía perfectamente que hoy había ingresado al instituto solo porque Undersom habia sobornado al vigilante. No era tan estúpida.
Caminé hacia mi siguiente clase y me extrañé al divisar a mis compañeros fuera del aula.
Me detuvieron por el brazo y reconocí ese agarre.
—Andrew... Déjame en paz —pedí fastidiada y me solté de su agarre.
Andrew era un chico de Manhattan, rubio, de ojos claros, enviado del cielo a mi vida para hacer del Instituto un lugar agradable. Podía decirse que él y yo éramos amigos, aunque no anduviéramos siempre juntos. Lo conocí solo por el hecho de que Andrew era mejor amigo de Josh, y Josh era el novio de mi mejor amiga.
—¿Cómo estás, Ly? —preguntó extrañado.
—De muy mal humor... Lucy volvió a molestar —indiqué y rodó los ojos.
—Réstale importancia... Ella fastidia a todo el mundo —aconsejó e hizo mala cara—. ¿Qué te dijo esta vez?
—¿Dónde está, Anny? —pregunté por mi mejor amiga mientras me cruzaba de brazos para evadir su anterior pregunta.
—Está en clase, con Josh... —explicó sonando obvio—. Y a ti, querida, te toca justo ahora clase de física con tu querido amigo, Andrew, o sea yo —se señaló a sí mismo y sonrió ampliamente.
—Tenemos examen —recordé y rascó su nuca.
—Sobre eso... —murmuró y lo miré con los ojos entrecerrados—. Necesito que me ayudes, no estudié absolutamente nada y tú eres la chica muy inteligente que va a ayudad a su amigo ¿Verdad? —aseguró mientras juntaba sus manos y ponía cara de suplica.
—Uhum... —Cedí—. Colócate detrás de mi. —expliqué.
Andrew me abrazó fuerte y me levantó del suelo con una facilidad que me hizo sentir tan liviana como una pluma.
—¡Me has salvado la materia! —agradeció aliviado sin dejar que mis pies volvieran a tocar el suelo —. ¡Te amo, Ly, y te debo una!.
—Me debes como mil favores —recordé y Andrew soltó algunas risitas moviéndome de un lado a otro —Ya puedes soltarme, mis piecitos extrañan el suelo... —dije con diversión y me dejó en el suelo de inmediato.
Y aunque el día no inició como esperaba, la clase cumplió con mis expectativas. No había hablado con mi mejor amiga en toda la jornada. En el receso estuve en la biblioteca adelantando algunos trabajos porque debía ir al restaurante en la tarde y seguramente llegaría a casa agotada.
Cuando abandoné el aula una sensación de malestar invadió mi cuerpo. Algo no iba bien conmigo, sentí debilidad y la boca seca.
Caminé rumbo a la salida del instituto, crucé por el pasillo centrar y cierta felicidad tomó lugar en mi corazón al reconocer a la chica de tez morena y de cabello ondulado hasta su cadera, frente a su casillero. Nos conocimos cuando teníamos siete años, porque solía vivir junto a mi casa. Conectamos desde el primer momento y desde entonces fuimos hermanas. Sabía todo de mí, conocía mi situación y en muchas ocasiones me miraba con compasión, lo cual odiaba. Intentaba no demostrar mi situación, para no dar eso, lastima.
La sorprendí por su espalda.
—¡Aquí estás! —Se alegró al verme y me abrazó fuerte —Juro que te he estado buscado... —comentó— Odio los Lunes, solo porque no comparto clases contigo, ¿dónde estuviste en receso?.
—Te explico luego... —indiqué—. Ahora salgamos de aquí —insistí tomándola de la mano. Mis hermanos, seguramente, ya me esperaban afuera, debía ir a casa, terminar mis deberes e ir al trabajo.
Me detuve al sentir nuevamente esa extraña debilidad. Apoyé mi cuerpo a los casilleros y llevé mis mano a mi abdomen. Era una presión dolorosa, como un ardor. Cerré mis ojos con fuerza mientras unas extrañas ganas de vomitar se apoderaban de mí.
Intenté controlar mi respiración.
—¿Te sientes bien? —oí la voz de Anny lejana y angustiada.
Asentí mientras intentaba reponerme en vano. Abrí mis ojos y todo giró a mi alrededor. Los casilleros se movían con lentitud y el rostro de Anny no se mantenía quieto.
Odiaba las nauseas. Mi boca volvió a sentirse seca y mis manos frías.
—Ly... No te ves bien... —la oí murmurar— . Lyssa... ¡¡Lyssa!! —solo podía pensar en mis hermanos, tenía que buscarlos e ir a casa.
—Anny, dile a Matt... Dile...
Fue como si me arrebataran las fuerzas, intenté resistir pero mi cuerpo se fue hacia adelante. Todo se tornó borroso, y luego oscuro.
Alexander Undersom
Fui el primero en salir de los vestidores. Mi cabello estaba húmedo, las gotas caían sobre mi camisa y el suelo con cada paso que daba.
Habíamos dejado la practica a la mitad debido a la fuerte lluvia que se había desatado.
Me permití pensar en Lucy, estaba acabando con mi paciencia. A veces, me preguntaba si realmente era una relación lo que había entre ambos.
Ella me pidió que la llevara a casa justo cuando la practica estaba por empezar y no lo hice. Las prácticas y el fútbol eran importantes para mí. Lucy lo sabía, pudo haber esperado por mí, pero no lo hizo y decidió irse con un "amigo".
No me importaba.
Con paso firme me adentré en el pasillo principal, la salida del instituto estaba a tan solo unos metros. Deseaba llegar a casa y dormir.
Necesitaba relajarme, pero la chica que había visto en la mañana llamó mi atención. Estaba apoyaba en los casilleros mientras hacía un gran esfuerzo por mantenerse en pie. Parecía mareada y su piel se tornó pálida.
No pude seguir caminando al ser testigo de su debilidad.
La chica tenía a Anny a su lado, conocía a la morena porque era novia de uno de mis compañeros de equipo, Josh.
—No te ves bien ¡¡Lyssa!!... —le habló Anny un tanto angustiada.
¿Su nombre era Lyssa? ¿O acaso ese era un diminutivo? En la mañana quise preguntarle a Lucy, pero luego se pondría dramática y le haría la vida imposible a la pobre. Nunca antes había compartido clases con esa chica, hasta este año escolar que había iniciado hacía tan solo un mes.
No conocía mucho de ella, pero al parecer Lucy y An sí.
Lyssa intentó mantenerse en pie, susurró algo que no pude entender y sin previo aviso se desplomó.
Mis ojos se abrieron de la impresión y corrí hacia Anny quien intentó sostenerla, pero sus fuerzas no fueron suficientes y la dejó caer al suelo.
—¡¡Ayuda!! —gritó cuando me hube acercado. Se arrodilló al lado de su amiga y más que angustiada se le vio nerviosa y aterrorizada.
La tomé en brazos y esperé su indicación. Ella no era la única nerviosa aquí.
—¡¡Llévala a la enfermería, rápido!! —indicó poniéndose en pie y señaló en dirección al lugar—. Yo iré por sus hermanos y nos encontramos allí —ordenó en un grito apresurado y luego salió corriendo en dirección a la salida del Instituto.
A mi alrededor muchas personas estaban mirando la escena estáticos y me apresuré a llevarla a la enfermería.
No pesaba casi nada. La debilidad en su cuerpo junto su piel pálida y fría logró asustarme.
Le di una leve patada a la puerta de la enfermería y se abrió de tiro dejando ver a la enfermera, sentada en su escritorio. Se sobresaltó ante el sonido y se puso en pie en cuanto me adentré en el blanco lugar.
Dejé a Lyssa con mucho cuidado sobre una de las camillas y la enfermera se acercó rápidamente a ella.
—¿Qué sucedió? —preguntó mientras la revisaba.
¿Cómo podía verse tan calmada?
Tocó su frente, revisó sus ojos, los latidos de su corazón y sus muñecas.
—¡No lo sé, solo se desmayó!... —informé lo que vi e intenté controlar mi agitada respiración.
—¿Sabes si comió algo? ¿O si ya venía enferma de su casa? —preguntó mientras tomaba algo de alcohol y mojaba un algodón con el.
—No lo sé... —repetí y pasé mis manos por mi cabello con preocupación—. Está muy pálida, ¿ella está bien?.
Pobre chica.
Las puertas se abrieron de tiro y por ellas entró Anny arrastrando consigo a dos niños que ya había visto antes. La niña más pequeña se adentró mirando a todos lados y cuando fijó la mirada en su hermana mayor se quedó plasmada.
—¡¡Lyssa!! —gritó la pequeña llena de angustia y corrió hacia la camilla.
La enfermera le impidió el paso y ella lloró intensamente.
—Señorita... —habló en esta ocasión el hermano—. ¿Qué le pasó? ¿Ella está bien? —miró angustiado hacia Lyssa— ¡¡Lyssa!!
—Tranquilos... —intentó calmarlos la mujer—. Ella va a estar bien —murmuró con voz suave.
La niña se quedó inmóvil y siguió llorando a mares.
Anny intentó acercarse a ella, mas yo actúe más rápido. Ver a una niña llorar tanto como lo hacía ella me partía el corazón.
Siempre quise una hermanita.
—Oye... Linda —le dije para llamar su atención mientras me colocaba a su altura—. Tu hermana va a estar bien... Ya lo verás —Le animé. Me miró atentamente y su llanto se intensificó.
La tomé en brazos y la abracé fuerte mientras me ponía en pie. Hundió su cabeza en mi cuello, se aferró a mi suéter y lloró en silencio.
—Yo no quiero que ella se vaya... No puede dejarme sola —susurró y me dolieron sus palabras.
Miré hacia el niño. Ahora estaba sentado junto a Anny quien se había dedicado a calmarlo.
—No le va a pasar nada. Confía en mi —Afirmé acariciando su cabello y ella asintió.
Me pidió que la dejara en el suelo y así lo hice. La nena caminó hacia donde estaba Lyssa, tomó una banca, se subió en ella y como pudo la tomó de una de sus manos mientras la observaba y acariciaba su cabello.
Nunca había visto algo tan tierno.
—Aleja... Ven. Anny dice que debemos esperar quietos hasta que despierte —le habló su hermano y ella negó.
—No, Matt. Yo me quiero quedar aquí, hasta que se levante. No le estoy haciendo nada — respondió sin dejar de acariciarla.
—¿Alguno de ustedes sabe si ha comido algo en todo el día? —preguntó nuevamente la enfermera, pero esta vez mirando a los niños.
Se miraron entre si y negaron.
—Ayer en la noche tampoco lo hizo porque llegó muy tarde a casa, y no creo que haya comido algo por fuera ¿Eso sirve de algo? —confesó el chico.
Lyssa no podía estar bien de la cabeza, llevaba casi un día entero sin comer. Me pregunté si tendría trastornos alimenticios o problemas con su cuerpo.
—Ese es el motivo de su desmayo... —Anunció la enfermera.
—¿Ustedes si han comido, verdad? —les preguntó Anny dudosa a ambos chicos y la niña sonrió abiertamente.
El más pequeño siguió en silencio, mirando a Lyssa desde lejos.
Esto era extraño.
—Ayer nos dejó la cena lista antes de irse y hoy mi hermano me ha comprado de comer —explicó la niña.
¿Irse a dónde?
Tenía que dejar de ser tan chismoso, eso no era lo que me importaba, sentía que algo raro estaba pasando aquí.
Ellos no lo estaban contando todo.
El alivió se vio plasmado en el rostro de los pequeños cuando Lyssa empezó a reaccionar. Sus ojos se abrieron de a poco y cuando los abrió del todo se centraron en mí.
Apenas notaba que tenía bonitos ojos, pero una mirada demasiado triste y perdida.
Recordé todo lo que le habían dicho mis amigos esta mañana y por un momento me sentí culpable, porque aunque no dije nada para hacerla sentir mal, tampoco hice algo para defenderla.