Capítulo 5

1495 Palabras
El fin de semana por fin llegó y he decidido invitar a salir a una de las chicas del gimnasio donde entreno. Gina es soltera y tiene unos treinta años igual que yo; es muy hermosa, agradable y sexy, su piel es bronceada y su cabello es oscuro y rizado. Acabo de pasarla a buscar y estamos en camino al restaurante en el que hice reservación. Estaciono el auto y la abro la puerta una vez que salgo del coche, lleva puesto un sexy y pero elegante vestido rojo y unos tacones de más de diez centímetros de alto. «Nunca entenderé a las mujeres y su obsesión por estas cosas», me digo a mi mismo moviendo la cabeza de un lado a otro disimuladamente. Por mi parte llevo puesto unos vaqueros con una camisa blanca y una chaqueta de en color kaki. Entramos en el restaurante y, después de dar mi nombre, el camarero nos busca la mesa que teníamos reservada. El lugar es italiano y se supone que hacen la mejor pasta de la ciudad. —Vaya, Roy, debo decir que me sorprendió mucho tu invitación —me dice una vez que el camarero nos deja a solas para traernos unas bebidas y los menús. —¿Ah sí? ¿Y eso por qué? —Pues nunca mostraste mucho interés en mí, aunque admito que siempre me esforcé porque me notaras. —Me guiña un ojo descaradamente. —Tonterías, tú siempre me has parecido muy atractiva; es solo que soy algo más tímido de lo que aparento. —Pues veamos si esta noche puedo quitarte un poco de esa timidez. —Ese comentario suena más que nada como una promesa. En ese momento el camarero reaparece con nuestras bebidas y los menús, cosmopolitan para ella y whisky escocés para mí. —Dios ¿Puedes creer esto? Todo lo que sirven aquí es pura grasa y carbohidratos —se queja. «Genial, por fin invito a una chica linda a salir y resulta ser una quejumbrosa que odia la comida». No puedo evitar pensar que me estaría divirtiendo mucho más si Jessica fuera mi cita esta noche, tal vez ahora estuviera riendo y disfrutando de su forma relajada de ver la vida... «¡Ya basta!» Me digo a mí mismo. «Gina es una linda chica, solo tengo que darle una oportunidad». —No todo, también hay buenas ensaladas —argumento esperanzado. —Sí, pero mira esto ¿Sabes cuantas calorías hay en un solo plato de espagueti? —"No, pero tengo la impresión de que tú me lo dirás", digo en mi cabeza. Después de escuchar la exacta cantidad de calorías qué hay en cada plato del menú estoy listo para pedir la cuenta. Justo entonces mi teléfono empieza a sonar y veo un número desconocido, contesto. —¿Hola? —Hola ¿Estás ocupado? —Escucho la voz de Jessica al teléfono aunque apenas si la pude reconocer. Se escucha horrible y además está tosiendo. Me disculpo con Gina y, después de levantarme de mi asiento, me voy al baño para que no escuche mi conversación. —Estoy en una cita, ¿Te encuentras bien? —El estornudo que me da como respuesta me indica que no lo está. —Lo siento, no sabía, es que no me siento muy bien y quería ver si podía traerme algunas cosas. —A su respuesta le sigue otra sesión de tos—. Pero no te preocupes, llamaré al delivery. —Tomando en cuenta el lugar en donde vives es más fácil que te lleven una bolsa de metanfetaminas que un jarabe para la tos, voy para allá. —No, tú sigue con tu cita y diviértete, yo me las arreglaré. —Ya te dije que voy, solo no llames a nadie más. —Cuelgo el teléfono y vuelvo a la mesa. Esta es la excusa perfecta para librarme de esta cita infernal—. Gina se me presentó una emergencia y tengo que irme. —¿Una emergencia? ¿Qué clase de emergencia? —pregunta confundida. —Un amigo está en problemas y necesita mi ayuda —miento parcialmente. —¿Y es muy grave? —Es bastante grave. Aquí tienes lo del taxi y para lo que sea que vayas a ordenar. Adiós. —Le entrego unos billetes y me voy a toda velocidad. Antes de llegar al apartamento de Jessica paro en el supermercado para comprar algunos suministros: vegetales, medicamentos, productos de limpieza, entre otras cosas. Llego hasta su puerta después de veinte minutos. —Adelante —dice cuando me abre y yo le tomo la palabra cerrando la puerta tras de mí. Su estado es casi tan deplorable como el lugar. Tiene la nariz y los ojos rojos, la piel pálida y está ataviada con un suéter manga larga y unos pantalones de pijama, además de estar envuelta en una manta de lana. —¿Qué te pasó? —le pregunto. —No lo sé, creo que pesqué un virus o algo así —me dice mientras se desploma en el sofá. —Déjame ver. —Dejo las bolsas en el suelo y me acerco a ella, con el reverso de mi mano le toco la frente. Puedo sentir el ardor en mi piel, así como su suavidad; antes de que me dé cuenta mi mano está resbalando por su rostro hasta su mejilla, acariciándola. La retiro en cuanto me percato. —¿Cuál es su diagnóstico doctor? —me dice con tono de broma. —Estás ardiendo en fiebre —respondo serio y un poco preocupado. Por suerte traje los medicamentos necesarios para hacer que le baje. Voy a la cocina por un vaso de agua y se lo ofrezco junto con unas pastillas—. Tomate esto, te sentirás mejor. —A duras penas sostiene el vaso con sus manos, pero hace lo que le digo. Noto que en unos minutos se queda dormida y me quedo parado observándola, se ve tan frágil ahí acostada, me agacho y le retiro un mechón de su cara, mis ojos se desvían hacia sus labios que se ven rosados y besarles. «Okay, esto no está bien». Me pongo de pie y aprovecho que está dormida para inspeccionar el lugar. «Con razón enfermarse, esto es un desastre». Saco de una de las bolsas unos guantes y productos de limpieza, me quito la chaqueta y empiezo a limpiar y organizar; después de media hora me doy por satisfecho viendo que esto al fin parece un sitio habitable. Luego voy a la cocina y empiezo a preparar una deliciosa y nutritiva sopa con los alimentos que compré. —¿Qué has hecho? —me pregunta impresionada cuando despierta. —Convertí tu casa en la de un ser humano decente —le digo desde la cocina—. Toma, come esto—le digo acercándole un tazón de sopa recién hecha. Ella se incorpora en el sofá y lo toma en sus manos con cuidado—. Está caliente, ten cuidado. —Esto está muy rico —me dice entre sorbos—, ¿Cómo es que alguien pudo divorciarse de ti? —¿Qué dices? —Cuando nos conocimos me comentaste que eras divorciado y la verdad no lo entiendo, eres apuesto, generoso, bueno en la cama. —Eso último me hizo sonrojar— ¿cómo pudo ella dejarte ir? —Pues, me halagas, pero no soy para nada perfecto. —Suspiro resignado—. Y si en verdad quieres saberlo, creo que nos casamos muy jóvenes y que, según fuimos madurando, nos dimos cuenta de que no teníamos casi nada en común. —Al pensar en Trisha, mi exesposa, me vienen a la mente todas las peleas que llevaron a la disolución de nuestro matrimonio. —Pues yo creo que eres de esos chicos por los que vale la pena luchar.  —A ver si entendí, me dices que la chica con la que te acostaste aparece en la escuela como una alumna, pero no es una alumna porque está haciendo un reportaje de incógnito; se supone que debes cuidarla, pero no quieres estar cerca de ella, pero haces un trato con en el que tienes que estar con ella prácticamente todo el día; luego tienes una cita y la dejas plantada para ir a cuidar a tu alumna-reportera enferma. —Carlos se queda pensativo por unos minutos antes de estallar de la risa— ¿Desde cuándo tu vida se volvió tan interesante? —Sí búrlate, eso es justo lo que necesito en este momento —le digo con ironía mientras le doy un sorbo a mi cerveza en nuestro bar favorito. —Lo siento amigo, es que no puedo evitarlo. Oye ¿Cuándo me la presentas? Tengo que conocer a la chica que ha puesto tu mundo de cabeza —dice tratando de controlar las risas. Quisiera argumentar, pero en algo tiene razón, Jessica Falcon definitivamente ha puesto mi mundo de cabeza.
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