Matthew Williams se levantó tan pronto el sol se mostró, hoy iniciaría su trabajo como el director del hospital psiquiátrico que heredaría después de tantos años, se sentía emocionado y expectante, después de tanto podría ejercer en su profesión y llevar el nombre de la familia. Estaba lleno de energía e iba a dar lo mejor de sí, le quería demostrar a su padre que había dejado su legado en buenas manos.
Se dio una ducha y se vistió con su mejor ropa, por ser su primer día quería dar una buena impresión a sus nuevos compañeros de trabajo. No iba a negar que después de salir de la universidad y terminar su especialización temía no poder laborar bien pero su padre lo ánimo en muchas ocasiones, así que iba a demostrar quién era él y de que estaba hecho.
Bajó al estacionamiento por su auto y arrancó hacia la clínica. Antes de apearse del auto dio una mirada rápida al hospital que sería su nuevo sitio de trabajo, según había leído y comentado su padre con anterioridad contaba con un edifico de dos alas, en una estaban las oficinas y áreas de tratamiento y en la otra estaban las habitaciones de los pacientes, contaba con un gran jardín que funcionaba como área de reposo junto con un salón para actividades de los internados, en la parte trasera del edificio había un zona especial que era para aislamiento, allí se internaban los pacientes de los casos más graves.
Se bajó del auto y se adentró a la clínica, las paredes de cristal y personas con trajes blancos moviéndose le causaron un nerviosismo, se acercó a la recepción donde lo recibió un joven enfermero con una cálida sonrisa la cual él correspondió.
—Buenos días—Dijo Matthew, tratando de sonar maduro y formal.
— ¿En qué le puedo ayudar?—Le respondió con una sonrisa, vestía un traje blanco y tenía un tapabocas colgando en su cuello.
—Bueno, soy el nuevo director Matthew Williams—El chico se sorprendió, sabía quién era. Últimamente corrían muchos rumores entre los enfermeros sobre el nuevo director que era el hijo del señor Robert Williams— Quisiera saber por dónde queda mi oficina.
—Oh, claro señor permítame.
— ¡Lucy!—Llamó a una de las enfermeras que pasaba por ahí, le hizo una seña y la chica se acercó—Por favor, lleva al señor a la oficina del director Andrew
La chica asintió.
—Por favor, sígame—Dijo de manera amable encaminándose por uno de los pasillos.
Sin dudar Matthew la siguió observando a las personas que pasaban por su lado, miraba con detenimiento cada uno de los pasillos por donde cruzaban memorizando cada detalle. Puede que sonara irónico pero era la primera vez que visitaba la clínica, su padre le dijo que solo la pisaría cuando tuviera el derecho a hacerlo, es decir cuando terminara sus estudios. Y ahora estaba ahí como un niño pequeño examinando su nuevo cuarto de juguetes.
—Siga—Señaló la enfermera una puerta abriéndole paso.
Matthew hizo una reverencia y paso, allí en esa oficina estaba su padre luciendo la bata blanca que lo había acompañado durante sus cuarenta años en la clínica, cuando el peliazabache lo vio se sorprendió de que su padre no envejeciera, se preguntó si él correría con la misma suerte. El hombre se giró al notar su presencia y le sonrío, abrió sus brazos y atrapó a su único hijo entre ellos.
—Llegaste temprano—Lo soltó y continuó empacando sus cosas en la caja.
—Sí—Se rascó la nuca—Digamos que quería empezar bien mi primer día, ya sabes tengo que revisar documentos, los pacientes, los enfermeros, todo.
Su padre lo examinó, Matthew siempre se había caracterizado por su excelencia y perseverancia. Iba a ser un director maravilloso.
—Bueno— El hombre le dio una pasada a la oficina con su mano—, bienvenido a su nueva oficina, Matthew Williams.
—Muchas gracias—Dijo, soltando una risa por las formalidades de su padre.
— ¿No traes tus cosas?—Lo examinó.
— No, mañana las traigo. Por ahora sólo quiero revisar historiales y la clínica.
—De acuerdo—Sonrío el viejo—, tienes mucho trabajo, hijo.
—Lo sé.
—Bueno—Le mostró los dientes—, vamos a conocer la clínica.
Matthew asintió y le siguió, era un sueño hecho realidad.
— Hoy es mi último día—Repitió su padre como si fuera un mantra mientras caminaban por el edificio para salir a un hermoso jardín que Matthew supuso era el de reposo—. Bueno, esta es el área de descanso de los pacientes, pueden venir aquí cuanto quieran además aquí suelen atender las visitas—Matthew asintió, señaló un pequeño edifico de una planta al fondo—- Allí es donde toman los cursos de artes para distraerse, contamos con clases de música y artes plásticas.
Guio a Matthew allí, el suelo era de madera y contaba con dos ventanales que iluminaban el salón, a través de ellos se podía contemplar el jardín justo donde estaba una fuente. En el suelo de madera reposaban varios lienzos en lo que se visualizaban pinceladas que se asemejaban a paisajes, al fondo junto a la ventana había un hermoso piano de cola junto con otros instrumentos de cuerda, en cierta manera era un lugar acogedor.
Su curiosidad se posó en el hermoso piano.
— ¿Alguien utiliza el piano?—Preguntó Matthew curioso acariciando la corteza blanca y fría de este.
—No—Contestó el padre llevando sus manos a los bolsillos de la bata—, ninguno de los pacientes lo hace solo el profesor.
—Ya veo—Era una lástima.
Salieron de allí y continuaron su recorrido por el jardín, era un gran espacio que estaba cubierto completamente de césped, contaba con un par de caminos. En el medio de este se alzaba un hermosa fuente con donde reposaban dos ángeles femeninas que compartían las alas, Matthew las recordó como Teresa y Clare las diosas gemelas del amor. Teresa es la diosa ubicada al lado izquierdo y Clare la del lado derecho, le causó curiosidad que algo como eso estuviera allí. Con la mirada termino de recorrer el tranquilo lugar, se respiraba un aire fresco.
Además, podía ver perfectamente el salón de artes por dentro.
Dio una mirada vaga al jardín donde estaban varios pacientes.
—Ese chico de allí se llama Henry Michener—Dijo su padre, señalando a un joven que estaba sentado observando una flor del suelo—. Es el paciente más joven que tenemos, está internado por intentar asesinar a su novia.
Matthew lo escuchó mientras lo miraba con curiosidad, era muy joven para estar allí. Pero ¿Quién era él para decir eso? Los trastornos mentales no tenían edad.
Regresaron al edificio, caminaron por las alas de las oficinas, allí Matthew conoció a los psicólogos y psiquiatras que atendían los casos. Cada uno de ellos lo recibió con una cálida sonrisa y el desearon suerte en su nueva labor, el peliazabache no iba a negar que le agradaron sus nuevos compañeros de trabajo.
Pasaron a la otra ala donde se hallaban las habitaciones de los pacientes, Matthew observó las habitaciones, vio a varios pacientes que caminaban por los pasillos con la mirada perdida o con curiosidad, muchos de ellos estaban más por reposo temporal que por tratamiento después de unos días se les daba de alta, nadie duraba una eternidad allí a menos de que fueran problemas con drogas o enfermedades en las que se necesitaba que el paciente ingiriera una cantidad de drogas para controlarlo junto con una terapia, pero por lo general con las drogas siempre era suficiente.
En cierto modo esas personas internadas le causaban tristeza, las enfermedades mentales muchas veces ahogaba a las personas en un abismo del que costaba salir. Siempre daba gracias a Dios por no estar con una enfermedad de esas.
Iban caminado por uno de los pasillos y de pronto de una de las habitaciones salieron dos enfermeros empujando un carro donde llevaban bandejas de comida, uno de ellos era Lucy la chica que lo había guiado en la mañana y el otro chico no tenía ni idea. Su padre les sonrió y ellos se acercaron.
—James, Lucy—Golpeó uno de los hombros de Matthew—. Les presento a mi hijo y nuevo director. Matthew Williams.
El peliazabache les sonrío con amabilidad, la pareja le hizo una reverencia.
—Es un gusto—Dijo el chico de labios acorazonados, dedicándole una sonrisa.
—El gusto es mío—Respondió—Espero que nos llevemos bien.
—Estoy segura de que será así—Contestó Lucy—Es todo un placer poder trabajar con usted señor Williams.
—Gracias—Un leve sonrojo acudió a sus mejillas.
—Bueno nosotros tenemos que continuar con nuestro recorrido y ustedes con su trabajo—Dijo el viejo dándole una palmada a Matthew y empujándolo con suavidad—. Ahora si me disculpan.
Continuaron su camino dejando a los enfermeros atrás, no había más de treinta pacientes allí pero eso ya de por si era bastante trabajo para Matthew. En ese momento un sudor frío le recorrió la espalda, hasta ese momento estaba tomando conciencia de la gran responsabilidad que estaba tomando en sus manos, ya no era un sueño lejano de adolescencia ahora era una realidad. ¡Y qué realidad!
—Quiero ir al área de aislamiento— dijo Matthew de pronto.
Su padre lo miró de reojo.
—Sólo tenemos a un paciente ahí no es necesario—Trato de persuadirlo.
—No importa, quiero ir— Dijo determinado tendiéndoselo.
El hombre lo continuó observando, había olvidado ese pequeño detalle que estaba encerrado. Ya no disfrutaría de su juguete favorito.
—Está bien—Bajaron al primer piso y caminaron por un pasillo que conducía a una puerta que decía "área restringida", al abrirla se mostró un pasillo con cinco puertas que tenían apenas una ventanilla. —. De vez en cuando traemos a uno que otro paciente que se pone peligroso o atenta con su propia vida—Comentó su padre tratando de calmar el ambiente.
—Ya veo—Tratando de ocultar su nerviosismo.
Caminaron hacía la última puerta del pasillo, su padre sacó una llave de su bolsillo y la abrió, un viento gélido golpeó el rostro de Matthew. De pronto su corazón se detuvo al ver a un pequeño de cabellos castaños acostado en una camilla con una mueca inexpresiva, a simple vista no parecía peligroso, por instante se preguntó que hacia allí, era hermoso en todo el sentido de la palabra.
Su padre se mantuvo al margen detrás de Matthew expectante por lo que iba a suceder. El pequeño dirigió su mirada a ellos examinándolos, un temblor recorrió su cuerpo al ver al viejo y le dedicó una mirada de odio, Matthew no paso por alto eso y se puso nervioso.
—Hijo, será mejor marcharnos—dijo el viejo jalándolo.
Matthew miro por unos minutos más al chico que no cambiaba su expresión, era intimidante, prefirió no insistir y se cerró la puerta saliendo de allí.
— ¿Por qué esta ese chico encerrado?—Dijo caminando detrás de su padre por los pasillos.
—Es un chico problemático—Fue lo único que dijo zafándose del problema— Se llama Oliver Beckham, tiene problemas de esquizofrenia.
Matthew meditó un momento, Oliver Beckham no mostraba los síntomas de esquizofrenia, al menos como para estar encerrado. Además, eso se controlaba con medicamento.
—Ya veo.
Después del recorrido Matthew fue a la oficina en compañía de su padre para ayudarle a terminar de empacar, revisó los historiales de los pacientes internados junto con los tratamientos que estaban siguiendo.
Su padre lo observaba, en su interior deseaba que Matthew no se cagara sus planes, tenía miedo de lo que fuera a hacer su hijo con respecto a Oliver Beckham pero tenía que persuadirlo, sería fácil.
Matthew leía con detenimiento cada uno de los historiales, de pronto se detuvo cuando apareció ante él el nombre de Oliver Beckham. Leyó con detalles la historia del chico que estaba en aislamiento, después de unos minutos se aburrió y continuó.
Tenía muchos pacientes por delante como para detenerse en uno.
***
— No quiero ni una palabra de esto a mi hijo—Dijo el viejo alzando la barbilla del pequeño con fuerza para que lo mirara a los ojos—, si lo haces puedes darte por muerto—Soltó su rostro. —. Además es mi palabra, la del prestigioso Doctor Williams contra la de Oliver Beckham, un jodido enfermo mental.
El viejo se subió la cremallera del pantalón y contempló a Oliver en el suelo de rodillas que permanecía en silencio como un juguete sin inmutarse. Definitivamente extrañaría sus mamadas y joderlo.
Se acomodó la bata y abrió la puerta.
—Pero no te preocupes me asegurare de venir a visitarte seguido y regalarte noches inolvidables.
Cerró la puerta desapareciendo.
El corazón de Oliver se terminó de quebrar con el sonido de la puerta. El olor a sexo inundaba la habitación blanca, sentía náuseas y ganas de vomitar. Sentía el asqueroso sabor de ese hombre en su boca.
Lo único que lograba alegrarlo en ese momento era el hecho de que ese viejo se marcharía, tal vez con el nuevo director las cosas pintaran mejor para él ¿Pero quién se lo aseguraba? El nuevo director era hijo de ese jodido enfermo, lo más probable es que tal vez fuera como él o peor y eso le angustiaba.
Ya sentía que no podía dar un paso más, se juró a si mismo que tan pronto tuviera la oportunidad se quitaría la vida porque aún si llegaba a salir de ese infierno algún día ¿Cómo iba a poder reconstruir los pedazos de su rota vida? ¿Con qué fuerzas iba a salir adelante?
No, no podía.
Su tío lo envió al infierno.
Nanami lo traicionó.
Ese jodido doctor lo violaba junto con enfermeros.
¿En quién iba a confiar?
Odiaba todo, a todos.
Con cada una de las células de su cuerpo.
Pero, si algún día lograba salir, se vengaría de cada uno de ellos.
Eso lo motivaba más.
Y lo disfrutaría.
Disfrutaría verlos pagar.
A cada uno de ellos.