Irene Viola dormía profundamente en una cuna improvisada. La manta que Marie había encontrado para ella era suave, aunque tenía ese olor de las cosas guardadas por mucho tiempo. Observé su rostro tranquilo, sus pequeñas manos cerradas en puños. Había algo casi milagroso en cómo podía descansar con tanta paz, ajena a todo el caos que nos rodeaba. El cansancio me pesaba en el cuerpo como una losa. Había pasado toda la tarde entrenándome, sin saber para qué. Igual como los últimos días, que intentaba huir sin saber adónde, sin tener ni rumbo, ni planes. Y aunque Marie y William me habían ofrecido refugio, mi mente seguía dando vueltas sin descanso. Entonces escuché sus voces. —Sabes, fingir ser otra persona no es precisamente una elección fácil —decía Marie desde el pasillo, su tono estab

