ꗥ🌸 𝐂𝐋𝐀𝐑𝐈𝐒𝐒𝐀 🌸ꗥ

1488 Palabras
Me encontraba en la habitación más oscura y fría de la casa, con las paredes cerrándose a mi alrededor. Mi padre, con su rostro endurecido por la ira y la decepción, me miraba fijamente. “No saldrás de aquí hasta que nazca ese bebé”, dijo con voz firme y amenazante. Sus palabras resonaban en mi mente como un eco interminable. Las lágrimas corrían por mis mejillas sin control. No podía creer que mi vida hubiera llegado a este punto. Todo lo que alguna vez soñé se había desmoronado en un instante. Mi amor por Nathan, nuestro futuro juntos, todo se había convertido en un recuerdo doloroso. Me senté en el suelo, abrazando mis rodillas mientras sollozaba desconsolada. La soledad y el miedo me envolvían como una manta pesada. ¿Cómo había llegado a esto? ¿Cómo podía mi propio padre ser tan cruel? Sentía que mi corazón se rompía en mil pedazos con cada lágrima que caía. El tiempo pasaba lentamente en esa habitación. Cada día se sentía como una eternidad. Mi única compañía eran mis pensamientos y el sonido de mi propio llanto. Me preguntaba si alguna vez volvería a ver la luz del sol, si alguna vez podría sostener a mi bebé en mis brazos. Pero en medio de la desesperación, una pequeña chispa de esperanza se encendía en mi corazón. Sabía que tenía que ser fuerte, no solo por mí, sino por el bebé que crecía dentro de mí. No importaba cuánto dolor y sufrimiento tuviera que soportar, estaba decidida a luchar por un futuro mejor para los dos. La puerta se abrió lentamente, y vi entrar a la empleada con un plato de comida. Mis ojos, hinchados de tanto llorar, se llenaron de una desesperada esperanza. “Por favor, ayúdame a salir de aquí”, le rogué con la voz quebrada. “No puedo soportar más este encierro”. La empleada, una mujer de rostro amable, pero asustado, bajó la mirada y negó con la cabeza. “Lo siento, señorita Clarissa”, susurró, “no puedo hacer nada”. "Su padre me despediría si lo intentara". Mi corazón se hundió aún más en la desesperación. Las lágrimas comenzaron a brotar de nuevo, y mi voz se elevó en un grito de súplica. “¡Por favor! ¡No puedo quedarme aquí!” De repente, escuché los pasos firmes de mi madre acercándose. Antes de que pudiera reaccionar, ella entró en la habitación y, sin decir una palabra, me dio dos bofetadas que resonaron en el silencio. “¡Basta de escándalos, Clarissa!”, gritó con furia. “Te quedarás aquí hasta que nazca ese bebé, y no quiero oír más quejas”. Me quedé allí, con el rostro ardiendo y el alma rota, mientras la empleada se retiraba rápidamente, cerrando la puerta tras de sí. La soledad y el dolor eran mis únicos compañeros en esa prisión que una vez llamé hogar. Recuerdo aquellos días de libertad con una mezcla de nostalgia y dolor. Cuando estaba en la universidad, parecía que el mundo entero se abría ante mí. Podía respirar, elegir mi camino, y sentía que era dueña de mi destino. Ignoraba los planes que mis padres tenían para mí, sus ambiciones y expectativas, y me aferraba a la idea de que podía ser libre. Mis días se llenaban de risas y descubrimientos. Estudiaba lo que me apasionaba, me sumergía en libros que me llevaban a otros mundos y soñaba con un futuro donde podría ser quien yo quisiera. No había límites, no había restricciones, o al menos eso creía. Me encantaba pasear por el campus, sentarme bajo los árboles con mis amigos y hablar durante horas sobre cualquier cosa. La vida me parecía tan simple y maravillosa. No tenía que preocuparme por las expectativas de mis padres ni por sus planes de grandeza. Estaba convencida de que podía trazar mi propio camino, de que mi vida me pertenecía. Pero ahora, encerrada en esta habitación, todo eso se siente como un sueño lejano. Me doy cuenta de que nunca fui verdaderamente libre. Mis padres siempre tuvieron una sombra de control sobre mí, esperando el momento adecuado para imponerse. La libertad que sentía era una ilusión, una burbuja que estalló en el momento en que tomé una decisión que no encajaba con sus ambiciones. La realidad me golpea con fuerza, y no puedo evitar llorar por la pérdida de esa libertad que una vez creí tener. Ahora, más que nunca, debo encontrar la fuerza para enfrentar este encierro y luchar por un futuro donde pueda ser realmente libre, por mí y por mi bebé. Las lágrimas caían sin cesar por mis mejillas mientras me imaginaba el odio de Nathan hacia mí. La impotencia me consumía, y el dolor en mi pecho era insoportable. ¿Cómo había llegado a este punto? ¿Cómo había permitido que todo se desmoronara de esta manera? Me veía a mí misma en sus ojos, una traidora, alguien que había destruido su confianza y su amor. La idea de que Nathan pudiera odiarme me desgarraba por dentro. Recordaba sus sonrisas, sus caricias, y ahora todo eso parecía un sueño lejano, una fantasía que nunca volvería a ser realidad. La soledad en esta habitación se hacía más pesada con cada pensamiento. Me sentía atrapada, no solo físicamente, sino también emocionalmente. No podía hacer nada para cambiar lo que había sucedido, y esa impotencia me ahogaba. Quería gritar, quería romper las paredes que me rodeaban, pero sabía que nada de eso cambiaría mi situación. El dolor de perder a Nathan, de imaginar su odio, era más fuerte que cualquier otra cosa. Me sentía como si estuviera en un abismo sin fondo, sin esperanza de salir. Pero en medio de mi desesperación, una pequeña voz en mi interior me decía que debía ser fuerte, que debía luchar por mi bebé y por un futuro mejor. Me acerqué a la puerta, con el corazón latiendo con fuerza en mi pecho. Sabía que mi padre estaba del otro lado, y aunque temía su reacción, no podía quedarme callada. —Papá, por favor, déjame hablar con Nathan —le rogué, mi voz temblando de desesperación—. Necesito explicarle lo que ha pasado. Mi padre abrió la puerta de golpe, su rostro lleno de furia. —¡Ese joven es un fracaso! —gritó, sus palabras llenas de desprecio—. Pagará por haberse metido contigo, ese niño mimado no nos sirve. Arruinó todos mis planes para ti, y no permitiré que vuelva a acercarse. Las lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos mientras escuchaba sus crueles palabras. —Papá, por favor, —supliqué—. Nathan no tiene la culpa. Solo quiero hablar con él, explicarle… —¡Basta! —me interrumpió, su voz resonando en la habitación—. No quiero oír más sobre ese muchacho, te quedarás aquí hasta que nazca el bebé, y luego harás lo que yo diga si quieres que ese bastardo siga con vida. La impotencia me envolvía como una nube oscura. No podía hacer nada para cambiar su decisión, y el dolor se intensificaba dentro de mí, hasta volverse insoportable. Me sentí atrapada, sin esperanza, mientras mi padre cerraba la puerta con un golpe seco, dejándome sola en la oscuridad. Los meses pasaban con una lentitud insoportable. Cada día se sentía como una eternidad en esta prisión que una vez llamé hogar. Contaba los días, las horas, los minutos, esperando el momento en que todo esto terminaría. Mi cuerpo cambiaba, mi vientre crecía, y con cada movimiento del bebé dentro de mí, sentía una mezcla de esperanza y desesperación. Finalmente, el día llegó. El dolor del parto era intenso, pero nada comparado con el dolor emocional que sabía que estaba por venir. Gritaba, lloraba, y en medio de todo, solo podía pensar en mi bebé. Quería sostenerlo, protegerlo, amarlo. Cuando finalmente nació, lo sostuve en mis brazos por un breve momento. Era tan pequeño, tan frágil, y mi corazón se llenó de un amor indescriptible. Pero ese momento de felicidad fue efímero. Antes de que pudiera siquiera memorizar su rostro, sentí unas manos frías arrancándolo de mis brazos. —¡No, por favor! —grité, mi voz llena de desesperación—. Déjenme tener a mi bebé, por favor. Pero mis súplicas cayeron en oídos sordos. Mi madre, con una expresión de determinación fría, se llevó a mi hijo. Sentí como si me hubieran arrancado una parte de mi alma. Las lágrimas corrían por mis mejillas mientras veía cómo se alejaban, llevándose a mi bebé lejos de mí. La impotencia y el dolor me consumían. Me quedé allí, sola, en esa habitación oscura, con el corazón roto y el alma destrozada. Sabía que tenía que ser fuerte, pero en ese momento, todo lo que podía hacer era llorar amargamente por la pérdida de mi hijo y la injusticia de mi situación.
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR