Caminar te ayuda a pensar, eso era lo que siempre decía Alison, y es lo que estaba tratando de hacer, mientras recorría el centro de la ciudad. Solamente hasta ese momento me di cuenta que nunca noté cuán cerca se encontraba, a veces nunca vemos las distancias que nos separan del mundo y las redimensionamos; pero, habría jurado que lo sabía perfectamente. Estaba rodeada de tiendas, la gente pasaba por mi lado, ¿Qué estaba haciendo? Tratando de pensar, eso fue lo que pensé, aunque en realidad no me refería a eso.
—Elaine —el viento parecía susurrarme al oído, con el eco de una voz familiar que no lograba recordar a quien pertenecía.
Un sentimiento extraño me recorrió, lentamente me gire hacia la calle para ver los autos pasar, mientras dejaba al viento juguetear entre mis dedos, y mi mente vagar en fragmentos de memorias dispersas. La voz sonaba cansada y dolida, completamente desconocida o mi cerebro se negaba a darme un nombre.
—¡Elaine! —alguien llamó no muy lejos y entonces vi a Emma al otro lado de la calle y la saludé con falsa emoción, esperando que no se acercara. Lamentablemente no tuve tanta suerte, no solo Emma se encontraba en esa calle, también estaba él. Me sorprendí al verlo con la misma sonrisa de siempre, ¿se burlaba de mí? Me pregunté, extrañamente en ese momento no sentí miedo, en realidad me invadió la ira, me sentía en desventaja de algún modo.
—¿Quién eres? — pregunté, insegura de si podría escucharme —. ¡¿Quién eres?! —pregunté de nuevo al no obtener respuesta —. Te hice una pregunta, ¡responde! —su expresión se endureció y su semblante se tornó pálido y distante, como si hubiera enfermado de repente. El cuerpo le temblaba, hasta que recuperó algo de estabilidad de repente.
Obviamente no obtuve ninguna respuesta, su silencio era nuestra condena, hasta que vi un cambio en su mirada y luego solamente vi sus ojos dirigirse a Emma, quien atravesaba la calle sin percatarse que un auto iba directo hacia ella. Ella no lo noto. Este apareció de la nada y no parecía importarle el semáforo o tal vez perdió los frenos. No, fue él, me estaba amenazando y no podía hacer nada para detener lo que sucedía. Vi los ojos de Emma llenos de sorpresa, ya era demasiado tarde cuando vio el auto, y en un instante el sonido de huesos al romperse resonó en mis oídos. Traté de alcanzarla; pero, se encontraba tan lejos de mí que solamente pude gritar.
Entonces, alguien me sacudió por los hombros, era Emma. Ella me observaba con preocupación y no lograba comprender lo que estaba sucediendo. Se supone que Emma… No, ella lucía completamente sana, sin ningún hueso roto y estaba junto a mi. Volví la mirada al otro lado de la calle y él aún estaba de pie en el mismo lugar, sonreía de nuevo, se veía satisfecho, ¿acaso había sido él quien…?
—¿Elaine? —recordé que Emma seguía a mi lado.
—Lo siento, me siento un poco enferma —ella asintió en comprensión.
—Entonces, mejor ve a casa —sugirió.
—Antes, necesito hacerte una pregunta —me sentía desesperada en busca de un poco de cordura, mientras el corazón aún me latía con gran velocidad y trataba de nivelar mis respiraciones —, al otro lado de la calle..., ¿Ves a un chico de camisa negra ahí? —señalé con mi mano.
—Hay muchos chicos caminando por ahí —me indicó, observando con atención el lugar que le indicaba.
—No, él no se está moviendo —le dije, para especificar de quién hablaba.
—Pero… —me miró sorprendida y un tanto apenada —, todos se están moviendo.
Mi respiración se detuvo al darme cuenta que ella no lo veía, solo yo podía verlo, él no era real. No podía creerlo, no cuando lo veía frente a mi.
—Lo siento, tienes razón, iré a casa —me disculpé e intenté sonreír para que no se preocupara, mientras buscaba borrar todo el suceso de mi mente. Así que después de despedirme seguí mi camino.
Caminé con lentitud, no quería llamar la atención de nadie y tampoco era permitido porque deseaba recuperar la calma. Pero, al dar vuelta en la esquina, empecé a correr porque temía que me persiguiera, después de todo, siempre estaba donde yo me encontraba. Corrí sin detenerme hasta llegar a casa, nadie me detuvo, a nadie le importó. Cuando llegué a la puerta, esta se abrió rápidamente y Jane se encontraba allí.
—Eli...
Mi corazón latía tan rápido como podía, se me dificultaba respirar y mi mente no lograba hallar coherencia.
– ¿Qué…qué estás haciendo aquí? – pregunté al mismo tiempo que trataba de recuperar mi aliento. Las imágenes sobre lo que supuse imaginé, se repitieron en mi mente una y otra vez. Necesitaba recuperar la compostura y…
—Tu madre me dijo que podía esperar aquí por ti —explicó la razón de su presencia en mi casa.
Jane me llevó a la cocina y luego me sirvió un vaso de agua al ver que el sudor corría por mi frente. Finalmente estaba segura, él no entrará aquí, pensé con confianza, esta era mi casa y no estaba sola.
—¿Cómo te fue con la Dra. Grey? —Jane me miraba a los ojos y empezaba a temer sufrir de lagunas mentales.
—¿Cómo sabes dónde estaba? —no recordaba haberlo dicho, así cómo no recordaba muchas cosas sobre ese día.
—Tu madre me lo dijo —tomó el vaso vacío de mis manos con mucho cuidado al ver mi agitación.
—Claro… No lo sé —respondí, un tanto nerviosa.
—¿No sabes qué? —me preguntó, confundida por como estaba actuando.
—Creo que me estoy volviendo loca —dije asustada y ella tomó mi mano.
—¿Eso te dijo? —ella estaba seriamente preocupada.
—No —desvié la mirada.
—¿Qué no me estás diciendo? —se acercó un poco más.
—Es solo que… He tenido un día extraño —traté de explicarme.
Mis palabras fueron vagas y sin sentido, creí que serían suficientes por el momento; sin embargo, cuando la vi de nuevo, supe que tendría que contarle todo, así que lo hice. Le hablé sobre el chico extraño y Jane creyó que era un acosador, hasta que le conté que Emma no lo vio. Luego le dije acerca de mi falta de memoria o que eso era lo que creía y al final ella me preguntó sobre el medicamento que me habían recetado, aunque apenas y lo había nombrado. Me llevó a mi habitación y casi me obligó a tomar la medicina; pero, aun no me sentía segura, después de ello me arropo y sostuvo mi mano.
—No te preocupes, me quedaré contigo hasta que tus padres lleguen —me aseguró mientras mis ojos se cerraban.
—Pero, nunca están —le dije medio dormida y me pregunté —¿Por qué nunca están cuando los necesito?
—Porque están muertos —creí haberle escuchado decir antes de perderme entre sueños oscuros.
Horas después, mis ojos se abrieron sin sentir la cálida mano de Jane, estaba completamente sola en mi habitación, excepto por esos ojos oscuros que me observaban de cerca, a la espera de algún movimiento, alguna reacción. Mis párpados estaban pesados y cayeron de nuevo. Estaba a punto de dejarme caer en un profundo sueño cuando sentí su respiración, abrí los ojos de golpe y me di cuenta que él estaba allí, en mi casa, en mi habitación y al lado de mi cama. Retrocedí inmediatamente, hasta chocar con la pared y el dolor del golpe me señaló que no era un sueño.
El chico se encontraba en la silla que hacía unas horas había ocupado Jane para estar a mi lado, aunque retrocedí, el no se movió ni un poco, ni siquiera sonreía, mantenía una expresión seria e inescrutable. Su mirada me indicó que me estaba analizando, preparándose para mi próximo movimiento, ¿qué debería hacer? No lo sabía. Su postura se relajo un poco al verme totalmente arrinconada, entonces pasó su mirada por mi cuerpo.
—¿Ves algo que llame tu atención? —me atreví a preguntar.
Como respuesta, su sonrisa regresó.
—¿Qué haces aquí? —el silencio se mantuvo —. ¿Cómo entraste? —Ladeó su cabeza a un lado —. ¿Quién eres? —empezaba a irritarme tantas preguntas sin responder.
—Eso depende de ti —respondió con voz tenue y me hizo sentir confusa.
—¿Qué quieres decir? —no debí haber preguntado.
—Ya lo veremos —respondió sin ganas —, una cosa más, sime... ¿Crees que soy real? —su expresión se oscureció de nuevo.
—No, no eres real —se levantó tratando de suprimir las carcajadas.
—No soy real, ¿entonces qué soy? —eso mismo quería saber —. ¿Soy una ilusión? —tal vez lo era, una ilusión sacada de una película de terror —. Ya sé, ¿un fantasma? —dejó de contener su risa —. Dime, ¿no me conoces? —intentó acercarse a mí para intimidarme.
—No, y como no eres real… —sus ojos brillaron a la espera de mis palabras —¡Vete! —Le lancé una almohada de forma infantil y fallé por completo o él lo evadió sin problema, no estaba segura —, ¡desaparece! —le lancé otra sin fallar y esta no lo atravesó. No era un fantasma, no era una ilusión…
—Muy bien, me iré —levantó sus manos en forma de derrota mientras retrocedía hacia la puerta.
Lo vi marcharse y no dejaba de preguntarme, si no era real, ¿Por qué la almohada lo toco? ¿Es eso también parte de las ilusiones? Tal vez no lo lance con tanta fuerza y por eso cayó en ese lugar, necesitaba una explicación. Me levanté para buscarlo y luego tuve otra pregunta, ¿la puerta de mi habitación estaba abierta o él la dejó así? Me negaba a aceptar su existencia o mi falta de cordura. Corrí a través del pasillo, buscando por él, aún no sabía su nombre, ¿a dónde había ido? Se había esfumado lógicamente, porque estaba en mi cabeza. Bajé las escaleras tan rápido como pude en medio de la oscuridad, ¿Qué hora era? Busqué el reloj de pared blanco de la sala, que tanto adoraba mi madre. Era la una de la mañana y la puerta que daba a la calle, se encontraba abierta.
Él se había ido.
—Cariño, ¿Qué haces despierta? —me volví para ver a mi madre detrás de mí.
—Tenía sed —fue lo único que vino a mi mente.
—Tu padre, debió haber olvidado cerrar la puerta —se dirigió a ésta y la cerró.
¿Mi padre?
—Creo que voy a dormir —había cierta sospecha en la mirada de mi madre —, ten cuidado mi niña, que nadie controle tu sueño.
Mis piernas se movieron de algún modo, pero no las sentía, veía todo moverse. Sé que subí, caminé por el corredor, entré en mi habitación y cerré la puerta detrás de mí. No estaba preparada para lo que vería después, cuando me di la vuelta y encontré todas las fotos que me había esforzado por esconder, cada una de vuelta a su lugar. La tierra pareció moverse y luego no hubo nada.
—Pase lo que pase, yo manejaba —dijo Susan.
—Creo que si nos atrapa un policía y no te ve manejando, no nos creerán —bufó Daniel.
—Bueno, estoy borracha, puedo decir lo que quiera —refunfuñó Susan.
—Acabas de romper una regla importante de los borrachos —indicó Alison con falso enojo.
—¿Qué hice? —preguntó.
—Admitiste que estás borracha —reí como nunca.
—Eso significa que soy una borracha inteligente…
—Pero con falta de equilibrio —señaló Daniel.
—Al menos no soy como mi hermano —contraatacó Susan.
—No tienes hermanos, Susan —le dije y el ambiente extrañamente se tensó, como si ellos supieran algo que yo no, y ese algo acabaran de recordarlo, aunque en un segundo lo olvidaron.
—¿Saben qué? Hay que mejorar el ambiente, cantemos una canción —propuso Alison.
Alison propuso la canción.
Daniel reía.
Y Susan.
Susan no conducía.
¿Realmente importa quién conducía? Una voz dentro de mí me sorprendió, parecía tratar de decirme que todas mis dudas iban al lugar incorrecto.