No hizo falta que le diera una respuesta, pues mis acciones hablaron por sí solas. Volví a juntar nuestros labios en un beso que ya no era suave ni delicado, lo besé como si hubiese pasado un siglo sin besarlo, aunque solo pasaron unos segundos. Sus manos volvieron a posarse en mi cintura, pero esta vez no fue para torturarme con un simple agarre, no, me elevó con sus fuertes brazos y mis piernas se enrollaron automáticamente en su cintura. Francisco me dejó sobre la mesa donde hace unos minutos estuvimos cenando y se apartó solo un poco para sacarse el suéter que estuvo cubriendo su espectacular torso todo este tiempo, volvió a juntar nuestros labios, besándome con desesperación, con deseo, su lengua inquieta jugueteaba con la mía tan sincronizadas como si se conocieran de toda la vid

