CAPITULO 2

3104 Palabras
GIA Las llamas a ambos lados de la enorme estatua de oro macizo del dios de la guerra estaban de lo más vivaces, las flamas impuestas por las antorchas hacían brillar al oro incluso más de lo que lo hacía normalmente. Mi cuerpo permanecía hincado en el suelo con las palmas sobre mis piernas y mi largo vestido esparcido por el lugar, mi cabeza estaba cubierta por una palla mientras con la mirada en el suelo observaba como mis manos se humedecían por las lágrimas. —Lo siento, no tienes idea de cómo lo siento—pedí perdón. Había pasado la primera noche en una casa que no consideraba mi hogar, había dormido a unos cuantos metros donde descansaba mi esposo, un esposo que no era el hombre al que prometí dedicar mi vida entera delante de los ojos de Júpiter. —Mis noches se hacen cortas y los días largos, sin embargo, aun tengo un motivo por el cual vivir y es el que me llevó a tomar esta decisión, no es porque lo haya deseado. Mis palabras resonaban como un eco en la soledad del templo, la tarde comenzaba a caer y la concurrencia era mínima, a pesar de ello, los sacerdotes no permitían el acceso de nadie porque yo me encontraba dentro. Luego de llegar diariamente a ese lugar durante tantos meses sin faltar ni un solo día era más que esperado que tuvieran esa clase de contemplaciones conmigo. Dentro del fondo de mi corazón esperaba con ansias que el me escuchara, que desde los Elíseos escuchara mi llanto y me perdonara porque recordaba perfectamente sus deseos, aunque posiblemente en aquel momento sus comentarios habían salido a causa de su posesividad, le conocía, hubiera detestado la idea de un nuevo matrimonio. —Mi familia, se de antemano que soy el pilar más fuerte que sostiene a mi padre, sí mi reputación se hubiera visto mancillada ellos pagarían el peso de los pecados que se atribuirían y terminarían muertos luego de mi exilio o de mi muerte. El que se declara mi enemigo también se convierte en enemigo de mi familia y para mantenerlos fuertes, debo mantenerme fuerte también—explique limpiando mis lágrimas mientras contemplaba el casco de plata decorado con aquel enorme penacho rojo que permanecía en una bandeja de vidrio delante del altar. Era su casco, no me había atrevido a lanzarlo a la pira funeraria y lo había colocado allí, al lado de Marte como una ofrenda. —Cuando todo termine te prometo que también detendré esto, cuando Adrianus haya pagado lo que hizo contigo y lo que provocó juro que voy a divorciarme porque no importa cuando días, meses o años pasen, mi cariño seguirá intacto como el primer día. Juro por Juno que antes de ser tocada por otro hombre me entierro una daga en la garganta. Dejando esas últimas palabras en el aire me puse de pie cubriendo mi rostro de manera adecuada para luego, disponerme a salir del lugar. Antes de salir mis pasos fueron detenidos por una voz conocida, al girarme para comprobar de quién se trataba me encontré cara a cara con dos hombres conocidos que ya había tenido el placer de conocer, eran los aliados de mi padre, los miembros de la gens Cornelia y de la gens Fabia. —Salve, Domine—su reverencia no fue pasada por alto e inmediatamente les devolví el saludo, —ha sido una completa novedad escuchar que a cuatro meses de la muerte de su marido ha contraído nupcias nuevamente. Intenté responder a aquello, pero inmediatamente fui interrumpida. —No, no tiene que explicarlo, toda Roma sabe que el César ha enviado una carta solicitando este hecho a su padre y él mismo ha narrado los pormenores de la situación, lamento mucho que las cosas se hayan tenido que dar de esa manera, —comentó Fabio dándome su apoyo, estaba apenada con ambos pero mi situación matrimonial ahora parecía ser lo menos importante para ellos, —por suerte para usted y para su familia su reputación se mantiene y la decisión del matrimonio ha recaído sobre la espalda del emperador, como todos los malos actos que ahora ocurren en la capital. Muchas cosas malas vendrán y es de conocimiento público que lo que digo es cierto. —¿A que se refiere? —La frontera que divide a Roma del Canal de la Mancha ha sido rodeada por los pretorianos y por nuevos reclutas que han sido contratados de manera directa para el César, me temo que su esposo ha tenido participación en ello. Fabio Mario ha declarado su enemistad pública con Roma por los que las legiones de Britania ahora ya no están al mando de Roma si no suyo, me temo que es posible que, en un arranque de ira, conociendo su temperamento decida invadir la Capital. Todo el mundo sabe que Caius Maximilian era como un hermano para él. —¿Ha tenido noticias de él? No he sabido nada desde la muerte de mi marido y me preocupa que tome decisiones que lo conduzcan a la muerte, lo impulsivo que es Adrianus no es una novedad. No quiero que Roma se convierta en un charco de sangre. —Hace poco he tenido noticias de parte de mis hermanos en Pompeya, parece que Cornelia a logrado mandar una carta y exige a su familia la liberación completa de la fortuna que le compete, según lo que se ha escuchado en Britania del Sur se planea el inicio de la guerra civil, se necesitará mucho dinero y recursos para sustentar un ejército, mucho más cuando cinco legiones no son suficientes. Lo último lo susurró demasiado bajo, el hombre se acercó un poco más a mi como si fuera a decirme un secreto. —Yo que usted no confiaría en mi marido esta información, se perfectamente que es probable que esté bajo amenazas a lado de Adrianus, pero más vale prevenir que lamentar. Hay cosas que deben guardarse en secreto. Claro que no pensaba decirle aquello, no pensaba decirle absolutamente nada de lo involucrado con mi familia o con lo que pasaba en Britania, cuando estaba tan cerca de Adrianus era prudente mantener la guardia alta y saber manejar la situación con la mayor prudencia posible. Sus comentarios continuaron, esta vez informando sobre la comunicación que ahora era inexistente entre Roma y Britania, era imposible, dadas las tensiones que una carta llegara o fuera enviada de cualquiera de los lados. Según la información proporcionada por ellos había una forma, pero tomaría meses incluso medio año en llegar a las manos del remitente. El dinero era vital para mantener un ejército, las provisiones eran indispensables y no podían faltar, para sembrar la tierra se necesitaba dinero y para alimentar a una legión toneladas de trigo. Esperaba que una batalla no fuera necesaria, me enfermaba imaginar a un romano traspasando con su espada a otro cuando claramente era sangre hermana, esperaba poder encontrar la forma de quitar a Adrianus del poder sin derramar sangre inocente. Suficiente tenía con las cinco mil vidas ya derramadas en el Norte, entre ellas, la de Maximilian. —Tengo algo más que decir—comentó esta vez Cornelio, —parece que encontraron la ubicación de Aurelius, he escuchado que hay movimiento de la guardia pretoriana en Egipto, es un rumor que necesita ser confirmado, se le ha visto en esa zona y aparentemente César lo desea muerto. —¿Egipto? —Si, un cazarrecompensas ha dicho que reconoció al antiguo Primus Praefectus de Augusto rondando por las calles de Alejandría en la tierra de los faraones. Estoy seguro que su marido tiene más información que yo sobre eso, pues solo he escuchado esos rumores de unos legionarios de rango bajo con los que tengo amistad en la guardia. Aurelius podría morir en cualquier momento. Pensarlo me quitó el apetito al regresar a casa, Seia quien se había mantenido muy servicial durante el día me suplicó que comiera algo, pero negué con la cabeza, no había recibido carta alguna, nada de lo que había prometido había llegado. ¿Me había engañado? No lo creía, había visto sinceridad en sus ojos y algo de mi deseaba pensar que algo malo había ocurrido como para que las noticias que prometió llegarían, no lo hubieran hecho. Mi corazón tenía una plena confianza de que el fuera inocente de la muerte de Augusto. Aelius había llegado a casa hacía poco tiempo, pero en cuanto lo hizo dos hombres ingresaron en el despacho para encerrarse allí por bastante tiempo. Esperé pacientemente que salieran, iba a preguntarlo directamente, debía saber si alguien había entregado a Aurelius en Egipto y si aún vivía. Seia quien se había marchado, pero rondaba mi lado de vez en cuando se apresuró a venir a mi encuentro. —Dominus estaba hablando de viajar a Egipto—susurró en cuanto llego a mi lado, —me han ordenado serviles vino y he escuchado un poco. —Dicen que un informante que desea una recompensa les ha mandado una carta diciendo que tiene la ubicación donde el antiguo Primus reside, Dominus ha ordenado que envíen a una cohorte de hombres a Egipto y supervisen la información. Ha dicho que viajará en cuanto constaten la información. Lo tenían. Una opresión se apoderó de mi pecho, era extraño, pero no me sentía tranquila. En cuanto escuché los pasos de los pretorianos salir de la casa me dirigí al estudio, había una inmensidad de libros que casi podrías marearte con ellos. Pura sabiduría. Aelius mantenía el codo sobre la mesa de madera labrada su dedo índice estaba sobre su ceja, su dedo pulgar en su mejilla y los demás flexionados delante de él, pues apoyaba su rostro en su mano en una pose pensativa. Su traje militar oscuro, color n***o brillaba lustro y en la mesa permanecía su casco, mirar ese casco me recordó a Aurelius cuando Augusto le ordenó entregar el regalo de bodas de Maximilian, lo recordaba claramente. —El emperador César Augustus Octavius concede a su hijo, Caius Maximilian Augustus el cargo de Legatus Pro Praetore (LEGADO) de cinco legiones: Legio I Augusta, Legio II Augusta Beatrix , Legio III Italica, Legio IV Flavia Felix y Legio V Alaudae, y concede todo poder militar necesario para ejercer autoridad en las provincias imperiales de Roma, sin embargo para mantener la seguridad del senado se prohíbe el acceso del ejército a la capital imperial, pero en caso de verse sometida la integridad del emperador por parte de algún organismo interno tiene permitido el ingreso y represión de los traidores. Recordé a Maximilian tomar aquel papel con un brillo en sus ojos cargados de mero gozo, había agradecido a Augusto la confianza por darle tal papel en la vida militar. Me acerqué al lado de Aelius y cuando estuve casi rozando el borde de la mesa él levantó la mirada. —¿En qué puedo ayudarte? —Aurelius—dije haciéndolo gesticular una mueca que no supe cómo interpretar, —hay rumores de que lo han encontrado y quiero saber qué pasará con él una vez que lo encuentren. —Hay una proscripción, como el asesino de Augusto debe de morir. —¿Y si no lo es? —¿Desconfías acaso de su culpabilidad? —su pregunta me tomó por sorpresa. —Tantos años trabajando para Augusto y nunca se dejó cegar por la ambición, era un hombre demasiado inteligente como para dejar pasar por alto la oportunidad de hacer algo en su contra antes de la llegada de Maximilian, el mismo Augusto denotó cuánta confianza le tenía dejándolo en el cargo incluso luego de perecer, le dejo protegido legalmente hasta que las acusaciones de su muerte cayeron sobre él como una tempestad en medio del campo abierto. Él se puso de pie solo para observar cómo los enormes ventanales ondeaban las cortinas casi transparentes de la enorme casa. Se quedó callado por varios segundos hasta que por fin decidió romper el silencio. —Puede que tampoco crea que sea el culpable, sin embargo, todo apunta a él y Adrianus quiere su cabeza, no dudó en amenazarlo una vez y eso basta para que el loco te ponga en su lista, una vez que se compruebe que está en Egipto se le dará caza hasta matarlo porque esas son las órdenes que ha dado el emperador, puedo posponerlas, pero no eliminarlas porque si hago eso será nuestra cabeza la que ruede por los escalones del palacio imperial. Ahora no solo debo de cuidarme a mí mismo si no también debo cuidarte a ti. Su comentario me hizo sonreír levemente. Eso no era necesario. —No necesitó que ningún hombre me cuide, puedo hacerlo sola. Agradezco que me tomes en cuenta cuando tomas decisiones, pero será mejor que no lo hagas porque puede que te sea desleal y no te tome en cuenta en las mías. —Lo que digas o dejes de decirme para mi no es importante, mi rol como esposo es protegerte y lo voy a cumplir porque al final si te sucede algo solo perjudicaria mi posición como hombre y me tacharían de mal marido—se acercó a mí y colocó sus manos a ambos lados de mis hombros, como si fuera a decirme algo importante. —Por ahora no te preocupes por Aurelius, posiblemente tarden mucho en encontrarlo, pues Egipto es una provincia grande, no pongas de nuevo tu confianza en él porque puedes salir decepcionada. —No le tengo confianza, pero pienso que por lo que hizo por mí en el pasado debería darle el beneficio de la duda. Tú también, estoy segura de que en más de una ocasión te dio algún consejo para subir de escalafón en la Guardia Pretoriana, por respeto y porque se lo debes deberías al menos darle la oportunidad de decir la verdad y sincerarse. —Un hombre que tiene la soga al cuello siempre te va a mentir. Hay dos razones para la mentira y para que esta se apodere de un hombre, que no engañen diciendo que lo hacen porque está en su naturaleza. Los hombres mienten en primera razón, porque lo necesitan para escalar en el poder y en segunda, para librarse de los problemas cometidos, por cobardía. La tercera es la más interesante y cercana a la naturaleza masculina, la mentira es más hermosa que la fea verdad y los hombres por naturaleza siempre se dejan cegar por la belleza.   —¿Y porque mentirías tú? Al escuchar mi pregunta que había salido en automático me soltó. —No tengo porque mentir, ni el poder ni la cobardía me ciegan y si algún día tengo que mentir será para proteger a lo que amo y a mis ideales—respondió de manera conclusiva, —Aurelius tiene deudas que saldar, no tengas dudas que si no tuviera el claro pensar que mató a Augusto no lo perseguiría, pero es posible que el lo haya asesinado y no podemos dejarlo libre sin pagar esa falta. —¿Qué hay de su familia? —Tiene dos hijas y una esposa. No pude evitar pensar en ellas, tal vez eran jóvenes, dada la edad no tan longeva de Aurelius tal vez pasaban de adolescentes, pero no podían ser mayores. Ser perseguidos políticos era un trauma pesado para una dama, mientras en Roma estarían esperando el matrimonio y ser Domines de una familia siendo casados debían olvidarse de eso, Aurelius como el pilar de su hogar siendo asesinado las dejaría en la ruina, solas, sin un hombre para protegerlas del mundo cruel con las jóvenes sin pater familias. —¿También tendrán el mismo destino? Aelius suspiró. —Están en la lista, pero si te preocupa como un acto de benevolencia lo que pase con la familia de Aurelius te daré mi palabra de que una vez teniéndolo a él me asegurare de dejar a su familia libre, por las deudas cometidas solo los infractores deben pagar. —¿Harías eso? Asintió. —Es lo único que puedo hacer por él, no puedo decirte que lo ayudare escapar porque tampoco sería justo, estoy seguro incluso de que tu no estas al cien por ciento segura de que él no ha matado a Augusto, no podemos dejarlo libre, además, si no lo entregó la responsabilidad caería sobre mí y Adrianus terminaría con mi vida y se acabaría cualquier confianza que he ganado a su lado. —Pareces tener miedo a su reacción… —Se debe tener miedo de un hombre trastornado, son impredecibles, —ese era un buen punto, no poder predecir los movimientos del enemigo era una clara desventaja, Aelius, sujetó la zona donde tenía la herida que le había propinado la daga de Adrianus, —cada día que pasa tiene menos poder político, solo espera un par de meses tal vez incluso el mismo se quite la vida. —¿Por qué dices que se quitara la vida? —Su madre lo atormenta, todos los muertos que arrastra en su conciencia lo amenazan con arrastrarlo al inframundo con ellos. Hoy mientras hablaba con él observé que tenía un vendaje en la mano, cuando lo descubrió observe una herida que rodeaba toda su palma, había roto el espejo de su habitación y casi se rompe un dedo, le pregunté que le había pasado, —sonrió macabramente como si el recuerdo le pareciera gracioso, —dijo que Maximilian se aparecía en ese espejo y que le atormentaba diciéndole que  su muerte estaba cerca, que él mismo lo ahorcaría mientras dormía, rompió espejo y la carne de la mano se le hizo añicos, era una herida terrible. Antes de regresar aquí me enteré de que tan solo media hora antes había lanzado a una criada a la hoguera, la pobre mujer ardió en llamas hasta que murió porque no permitió que nadie la ayudara a apagar el fuego. Todos están aterrados. —Dijiste que lo matarías—recrimine, —este es el momento, hazlo ver como un suicidio o como la venganza de un esclavo o sirviente con miedo. Una corriente de euforia me recorrió, quería mirarlo muerto lo más pronto posible. —Quiero que lo haga el mismo, será lo mejor para todos, el senado le tiene miedo a la ira de los dioses porque al final fue embestido. Si muere asesinado liberaran cientos de proscripciones y mucha gente morirá en cambio si se quita la vida nunca serán liberadas porque las cláusulas de liberación de proscripción no contienen que en caso de suicidio se liberen. La paciencia es primordial para obtener lo que se desea.      
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