A la mañana siguiente, Lucía se despertó temprano, no por la luz del sol que entraba en la habitación, sino por costumbre. Cuando vivía en la mansión Mancini trabajaba como una empleada haciendo los quehaceres de la casa: cocinar, limpiar, planchar... Todos los días se levantaba al alba para que el tiempo le rindiera y sólo tenía un pequeño respiro los domingos por la mañana a causa de la misa, pero siempre se despertaba a la misma hora sin importar lo tarde que se hubiera acostado o lo poco que hubiera dormido. Y su vida en el convento no era diferente. Como novicia también tenía que madrugar para realizar los deberes que le correspondían. Así que se podría decir que su cuerpo estaba acostumbrado a madrugar y parecía que aunque en aquella mansión en la que era prisionera no tenía ningún

