—Yo no he hecho nada, ¿qué dices? —me espetó Jason. La policía no era adivina y tendría que haber recibido algún aviso. Entonces, incrédula, miré a la habitación. Me descolgué la mochila del hombro y empecé a rebuscar, pero no lo encontraba. —¡Mi móvil está ahí dentro! —chillé, dándome ya igual si Jason me disparaba o no a estas alturas. Jason alternó la mirada un par de veces de la habitación a mí y, entonces, casi tropezando entró veloz en la habitación y yo iba detrás de él. Jesse estaba tirado donde lo había dejado Jason, con la única diferencia de que mi móvil estaba descansando en su mano. Yo solté la mochila en el suelo y me llevé las manos, temblorosas, a la cara. Jason empezó a gritarle a Jesse y darle puñetazos. Pero él no hacía nada para defenderse, simplemente me miraba des

