Al regresar a la guarida, el aroma de Kai todavía impregnaba mi piel. Kael lo percibió al instante, sus ojos se oscurecieron y su mandíbula se tensó. —Así que has estado con él —gruñó Kael, su voz era un rugido bajo y amenazador. Asentí, sintiendo cómo mi corazón se aceleraba. Sabía que esto iba a ser complicado. —Sí, hemos hablado —dije, intentando mantener la calma. Kael se acercó a mí, su aliento cálido y pesado en mi cuello. Su voz se volvió más grave. —No quiero volver a verte así —dijo, su tono lleno de una intensidad posesiva. —Kael, cálmate —susurré, tratando de apaciguarlo—. No hay nada entre nosotros. Pero Kael no parecía dispuesto a creerme. Me levantó en sus brazos con una fuerza que no dejaba espacio para dudas y me llevó hasta la cama. Me acostó suavemente, pero su pos

