Empezaba a clarear cuando abrí los ojos. Una mano me acariciaba el brazo y miré, encontrándome con mi preocupada madre.
- Buenos días, cariño. ¿Te encuentras bien?, has pasado la noche quejándote.
- ¿No te he dejado dormir? —terminaba de pronunciar esas palabras sentí unas terribles náuseas.
- No te preocupes por eso. ¿Te duele?
- Tengo ganas de vomitar.
Samantha se presento con un recipiente y me pidió que girara la cabeza hacia un lado. Cuando levantó el cabecero de la cama para facilitar mi postura un grito de dolor se ahogó en mi garganta. Apenas podía respirar, una tremenda presión en el pecho me lo impedía.
- ¿Qué le ocurre? — preguntó angustiada mi madre, a la vez que yo trataba de reprimir las arcadas que crecían desde la boca del estómago. Cada vez que el estómago se me contraía por las náuseas, el dolor se intensificaba.
- Aún no lo sé. ¿No ha comido nada? ¿No ha bebido nada? ¿Ni siquiera agua? —no dejaba de cuestionar Samantha. — No, no, con total seguridad.
Una figura apareció en la puerta.
- Buenos días... — interrumpió y avanzó corriendo hacia mí. Aún llevaba la gabardina puesta cuando alcanzó mi cama—. ¿Qué ha ocurrido? — sus ojos me miraron.
Mi madre y Samantha hablaron atropelladamente. Lena se quitó la gabardina y la lanzó sobre una butaca sin retirar la vista de mí. Cuando la gabardina aterrizó sobre la butaquita me arrancó una sonrisa. Menuda puntería, ¿cómo demonios lo había hecho sin dejar de mirarme?
- Sra. Danvers, déjeme a mí por favor — dijo tomando la palangana de las manos de mi madre—. Será mejor que espere fuera. Sam, comprueba las vías, por favor.
- Ya lo he hecho, están bien.
- Cambia la bolsa y enséñamela.
Cuando su mano se posó sobre mi frente hallé un gran alivio. Mi madre también solía ponerme la mano en la frente siempre que vomitaba cuando era pequeña, y bueno, no tan pequeña. Yo le decía que se fuera y que no se preocupara por mí, pero ella siempre se quedaba y me sujetaba. La mano de alguien sujetando tu frente cuando uno se encuentra en esa situación es probablemente una de las sensaciones más reconfortantes que puedan existir. Mientras agradecía el calor que desprendía la mano de Lena, yo continuaba reprimiendo las náuseas. Se liberó de la palangana, situándola en el trozo de cama que quedaba entre las dos y su otra mano, se deslizó sobre mi cuello. Noté cómo sus yemas me presionaban ligeramente la piel y supuse que estaba tomándome el pulso, pero de pronto, su mirada se congeló y sus dedos descendieron por la base de mi cuello abriéndome el camisón.
- ¡Dios mío! ¿Qué es eso? — oí exclamar a mi madre.
- Un hematoma — respondió Lena, que sostenía en su mano la bolsa que contenía mi orina.
- Eliza, por favor, espere fuera.
Era la primera vez que oía a Lena llamar a mi madre por su nombre de pila, y en cierto modo me sentí un poco celosa de que sus labios pronunciaran un nombre, que no fuera el mío, con tanta espontaneidad. La noche anterior, cuando Samantha entró en la habitación y Lena la llamó por su nombre, me había sucedido lo mismo. No quise pensar en lo que sentiría cuando fuera el nombre de David el que saliera de su boca, no alcanzaba a imaginar la posibilidad de que Lena pudiera ser heterosexual.
Cuando su pulgar acarició mi frente mis atormentados pensamientos se detuvieron de golpe. La observé avergonzada mientras estudiaba la bolsa, que Samantha le mostraba, con aquel líquido amarillo en su interior.
- Que lo analicen. Y, por favor, trae inmediatamente pomada anestésica, guantes, esponjas desechables, jabón, una cuña, gasas, agua tibia y toallas. En ese armario hay antiemético — señaló con la cabeza—, alcánzamelo.
Luego se dirigió a mí.
- ¿Te duele mucho, verdad? — preguntó.
- Un poco — mentí.
Samantha abrió el armario con una llave.
- ¿Solución oral o rectal?
- Supositorios no, por favor — alcancé a decir.
Lena me sonrió y volvió a acariciarme la frente.
- ¿Crees que podrás tragarlo?
Asentí en esta ocasión porque las náuseas me impidieron hablar.
- El inyectable — le dijo a Samantha—. Acércame también guantes, jeringuilla, algodón y alcohol.
La observé mientras se enfundaba los guantes y manipulaba la ampolla. Después, seguí el recorrido de la aguja hacia mi brazo, hasta que atravesó mi piel y la jeringuilla se vació por completo dentro de mí.
- Veo que las agujas no te dan miedo — comentó al retirar la jeringuilla bajo un algodón. Negué con la cabeza. Ella permaneció a mi lado, sujetando el algodón contra mi brazo estirado.
- Enseguida te sentarás mejor. En cuanto remitan las náuseas te dolerá menos el tórax, ya lo verás.
- Gracias.- susurre
- De nada, bonita. Te vas a poner bien.
Posó suavemente su mano libre sobre mi bíceps, por encima del algodón que aún sostenía en la otra mano. Sus manos quedaron cruzadas sobre mi brazo y levanté de nuevo la vista, coincidiendo con la de ella, cuando percibí sus dedos a través del látex de los guantes, acariciándome la piel muy despacio. Cerré los ojos. Las náuseas comenzaban a remitir y mis cinco sentidos viajaron hasta la zona de piel que el calor de su mano me había revivido. Y allí me quedé, quieta y concentrada en el movimiento de sus dedos. Deseé que aquel momento no terminara jamás. La sensación era tan placentera que casi rozaba el dolor. Nunca antes había experimentado ese tipo de deseo y mi piel no tardó en reaccionar a su cálido tacto.
- ¿Tienes frío? — susurró, inclinándose hacia mí.
El aroma de su piel y de su pelo me envolvió por completo. Reconocí el maravilloso perfume del día anterior y la piel me ardió.
- No — musité.
- Tienes la piel de gallina.
Abrí de nuevo los ojos, pero ignoré sus palabras. ¿Qué podía responder? No era precisamente el frío lo que me había puesto la piel de gallina. La encontré mirando mi otro brazo. Si no hubiese sido porque al rato le vi alternar la mirada entre ambos brazos hubiera creído que se había quedado pensativa, con la mirada perdida, como cuando uno mira y no ve. Parecía absorta. Sus ojos volvieron a cambiar de brazo y ahora los paseaba desde la escayola de mi mano hasta mi hombro. Continuaba acariciándome y mi piel seguía poniéndome en evidencia. No obstante, ella parecía distraída y yo aproveché para mirarla. Volví a su mano oculta bajo el guante sobre mi brazo y seguí su movimiento. Traté de imaginármela sin el látex de por medio. Mis ojos viajaron más arriba, admirando el leve movimiento que se producía en su pecho cada vez que inhalaba y expulsaba aire. Era perfecta. Creo que fue en ese momento cuando comprendí la belleza de estar vivo. Es curioso como todos respiramos instintivamente y ninguno de nosotros le damos la más mínima importancia a ese acto. Contemplando a Lena, me pareció maravilloso, sobrecogedor. Me perdí en el ritmo de su respiración y de sus caricias. Cuando levanté la vista hacia su rostro la descubrí mirándome. Había perdido la noción del tiempo y no sabía cuánto rato podría haber pasado en ese estado. Y mucho menos podía adivinar desde cuándo me observaba. De pronto, me avergoncé de mi actitud y retiré la mirada de sus ojos por respeto. No quería que pensara que era así como le devolvía sus reconfortantes atenciones. Yo entraba en un estado de éxtasis, mientras ella me regalaba el calor que cualquier otra persona en mi situación necesitaba. Y también entendí que Lena no tendría por qué haberlo hecho. Sus atenciones podrían haber finalizado tras cubrir mis necesidades estrictamente médicas, sin embargo, no lo hizo. Una nueva caricia en mi brazo hizo que la mirara de nuevo, y a pesar de que quería ocultar lo que mis ojos reflejaban me sumergí en la miel de los suyos.
- ¿Estás un poco mejor? — preguntó cuándo Samantha apareció empujando un carrito con todo el material que había solicitado.
- Sí, mucho mejor. Gracias.
Se deshizo el contacto entre nosotras, tiró el algodón que había estado presionando contra mi brazo y también los guantes. Samantha y yo la miramos mientras se quitaba el jersey y lo dejaba sobre la gabardina, que con puntería certera había lanzado cuando llegó. Luego, se puso la bata blanca y se recogió el pelo con una goma que debía lleva oculta n la muñeca.
- Ahora voy a necesitar que nos ayudes — me miró de nuevo—. Vamos a bañarte y hacer todo lo posible para aliviarte el dolor del tórax.
Se me paralizaron los músculos de la cara y comencé a sentir una vergüenza espantosa pensando en el proceso de higiene personal. No quería que justo ella me tuviera que bañar como a un crío. Bajaron el cabecero y retiraron entre las dos la sábana y la manta que me cubrían. Miré mi cuerpo tendido con aquel ridículo camisón y después bajé la vista a los dedos de mi pie izquierdo que asomaban por la escayola. Advertí de nuevo el guante de látex sobre mi frente.
- No fuerces el cuello, por favor — me pidió Lena, y suavemente me hizo reposar la cabeza, ahora sobre el colchón, ya que Samantha había hecho desaparecer la almohada.
Traté de volver a mirarme el cuerpo, pero desde mi nueva posición ya no alcanzaba a ver nada que no fuera el techo o el rostro de ambas. La elección no fue difícil. Miré a Lena y a sus manos dirigirse al comienzo de mi cuello, exactamente donde su mirada se había congelado con anterioridad. Presencié cómo su gesto se endurecía y sus ojos se oscurecían recorriendo la piel que iba quedando desnuda, tras abrirme pausadamente aquel horrible camisón. El color cafe de su iris se había esfumado, en su lugar había un marrón opaco que ya no me permitía diferenciar su pupila. Inevitablemente, miré a Samantha. La encontré aún más paralizada observando mi cuerpo, pero regresé a Lena cuando la oí hablar.
- Samantha, pásame unas tijeras.
Esta tardó en reaccionar, hasta que Lena no dejó de mirarla con insistencia no las obtuvo. Me dirigió una cálida mirada antes de comenzar a cortar la tela desde la manga hasta el cuello. Después, hizo lo mismo con la otra manga. Cuando se deshizo de los dos trozos de tela, mi cuerpo quedó totalmente desnudo y expuesto.
Enseguida me cubrió con una toalla de cintura para abajo y yo agradecí que preservara así mi intimidad. Aún reflejaba la tensión que se había apoderado de mí, por la breve exposición de la desnudez de mi cuerpo ante la presencia de Lena, cuando noté la suave humedad de una esponja sobre mi rostro. Traté de relajarme, refugiada en el calor húmedo que desprendía aquella esponja, mientras Lena me lavaba la cara, el cuello, los brazos y los dedos que asomaban de mis dos escayolas. Ahogué un quejido cuando el agua cayó sobre mi pecho.
- Lo siento mucho, Kara. Voy a hacerlo lo más despacio y suave que pueda, pero me temo que incluso así te va a doler.
- ¿Tan grande es el hematoma? — pregunté asombrada por el dolor que me había provocado el simple contacto con el agua. Lena me miró, pero no respondió. Realmente tampoco mintió, de sus labios no salió una respuesta, aunque de sus ojos sí—. No te preocupes que yo aguanto.
Me miró con tanta dulzura que me dio fuerzas para soportar el dolor que vendría a continuación. La observé depositar jabón líquido sobre su guante de látex, frotándolo para formar espuma. Acto seguido, sentí su mano por debajo de mi clavícula, pero cuando empezó a descender por la separación de mi pecho apreté los dientes para contrarrestar el dolor que me producía. Lógicamente, había evitado utilizar la esponja directamente sobre mi piel y así no añadir más sufrimiento a aquella tarea. Su mano pasó prácticamente inadvertida sobre mi pecho, después sobre el otro. Me pareció casi una caricia si no hubiese sido por el dolor que aún padecía en el tórax. Los pinchazos volvieron a aparecer cuando su mano se deslizó por mi estómago hasta las caderas.
- ¿Puedes levantar los brazos? — me preguntó.
Lo intenté, pero a medio camino descubrí que efectivamente no podía. La piel me tiraba y el dolor reaparecía.
- No te fuerces, solo sepáralos un poco.
La vi examinarme las axilas y a continuación las jabonó de nuevo con su propia mano, por lo que deduje que el hematoma había ido comiendo más terreno del que pensaba.
Contemplé a Lena mientras volvía a cambiarse de guantes.
- Esto va a hacer que te sientas mucho mejor pero...
- Pero me va a doler, ¿verdad? — interrumpí.
Asintió levemente con una compasiva sonrisa en los labios.
- Haré todo lo que esté en mi mano para que te duela lo menos posible.
La miré a los ojos y le devolví la sonrisa para que supiera que podía continuar con su labor. Perdí su contacto visual tan pronto como comenzó a aplicarme la pomada sobre la piel. Aquello dolía mucho más que cuando me estaba lavando. La espesura impedía que se deslizara con facilidad sobre mi piel, por lo que percibía la presión de su mano con mucha más intensidad que antes. Reprimí el dolor sin quejarme y sin gritar, aunque mis ojos no tardaron en llenarse de lágrimas. No quise pestañear para evitar que una de ellas rodar por mi rostro. Me mordí el labio inferior y cerré los ojos con fuerza para que las pestañas absorbieran la humedad de mis lágrimas. No lo conseguí.
Cuando una de ellas cayó inevitablemente, Lena la detuvo a la altura de mi mejilla.
- Lo siento, de verdad. Vamos a dejar que vaya haciendo efecto y luego continuamos.
Se hizo con un pañuelo de papel y comenzó a secarme la cara con suavidad. La miré mientras lo hacía, hasta que la cara de sorpresa con la que me observaba Samantha llamó mi atención. Cuando la miré ella desvió la vista, conteniendo una risa. Aunque no mostrara señales, hubiera jurado que Lena se percató del motivo que le había provocado la risa a Samantha. No me importó. Yo tampoco hacía nada por disimular mi creciente atracción por Lena y, por otro lado, tampoco conseguía apartar mis ojos de ella cuando estaba conmigo. Fijaba la mirada en su rostro y la estudiaba sin descanso. Sabía también que Lena era consciente de ello, especialmente cuando retiraba sus ojos de mi incesante mirada.
Pidió a Samantha que trajera más agua caliente porque la que estaba allí ya se había enfriado. Volvió a dirigirse a mí cuando nos quedamos a solas.
- ¿Te duele menos?
- Ya no me duele nada.
Era casi verdad. Aquel ungüento había empezado a hacer efecto y el dolor del tórax iba desapareciendo. Me pidió una vez más que separara los brazos. Sabía que la miraba mientras hacía su trabajo, aunque su mirada no se desviara en ningún momento de la piel que iba cubriendo cuidadosamente. Parecía impertérrita. Me pregunté en qué estaría pensando, si es que pensaba en algo. Su guante de látex se deslizó por mi costado a la altura de las costillas y mi piel reaccionó involuntariamente.
- ¿Cosquillas?
- Un poco — mentí.
Comencé a darme cuenta de que mi cuerpo reaccionaba, por primera vez, de una manera diferente a como lo había estado haciendo hasta el momento. Lo que Lena me hacía sentir solo con mirarla era indescriptible. Anhelaba constantemente su proximidad física. Al más mínimo roce mi piel ardía y mi corazón se desbocaba. Hacía ya tiempo que había descubierto el modo de darme placer a mí misma. Pero una vez más, en esas sesiones de masturbación, jamás deseé que fueran otras manos en lugar de las mías las que me llevasen a aquellos maravillosos orgasmos. Y sin embargo ahora, mientras sentía la mano de Lena enfundada en el látex sobre mi piel amoratada y dolorida, deseaba que no parara nunca. Demasiados deseos y sentimientos a flor de piel para y por alguien a quien acababa de conocer hacía apenas veinticuatro horas. Nunca había creído en el destino, pero de pronto, el nombre de Cora me vino a la cabeza. Si no hubiese sido por él es posible que, incluso viviendo en la misma ciudad, nunca hubiera tenido oportunidad de conocerla. ¿Qué habría sido de mí entonces? ¿Podría haber conocido a otra persona que me hubiera hecho sentir lo que Lena, tan solo con su presencia, conseguía? Lo dudo, otra opción que no fuera ella no hubiera tenido cabida ni en mi vida ni en mi corazón.
Inesperadamente, la sentí extendiéndome crema sobre el pecho. Se movía muy despacio, haciendo círculos desde el exterior. Lo hacía en dirección a las agujas del reloj e iban cerrándose en cada vuelta. Mi cuerpo se tensó al instante y mis sentidos se sumieron bajo sus dedos. A pesar de mis esfuerzos por controlar las emociones noté que el cuerpo actuaba por su cuenta. No respondía a las señales que el cerebro le enviaba y mi pecho se endureció con su tacto. Fijé una mirada tensa en su rostro, preocupada por lo que pudiera pensar. Pero ella ni se inmutó, mantuvo el mismo ritmo con el que había llegado hasta allí, y ni su cara ni sus ojos reflejaban la más mínima sorpresa o rechazo. Pensé aliviada que posiblemente habría sido una sensación derivada de mi atracción por ella. Al fin y al cabo, mi cuerpo, extremadamente contusionado, era difícil que pudiera responder a nada que no fuera dolor. Sin embargo, cuando sus dedos alcanzaron la cima, comprobé la dureza de mi propio pezón contra sus yemas, ocultas como siempre bajo el látex. Mantuve la respiración tratando de averiguar lo que le pasaba por la mente. Una vez más Lena no mostró el menor síntoma de irregularidad. Era obvio que se había dado cuenta. Estaba justo allí, delante de mí y con sus ojos posados en mí. Desgraciadamente la erección de mis pezones era difícilmente disimulable a la vista, y desde luego no pasaba precisamente inadvertida al tacto. Entonces lo comprendí. Ya podría haber ocurrido lo que fuera que pudiera ocurrir durante los cuidados a un paciente, que ella jamás revelaría signos de ninguna clase de emoción. Todo era natural, cualquier reacción que una persona pudiera tener formaba parte de su trabajo diario y todo, por desagradable que pudiera llegar a ser, quedaría siempre entre el rostro impávido del médico y su paciente. Continué observándola y un mechón de pelo se desprendió, cayendo sobre su cara. Permanecí mirándola e indecisa durante un momento. Después, alcé mi mano escayolada y lo coloqué lentamente detrás de su oreja. Sufrí un dolor agudo por el movimiento, pero antes de bajar la mano rocé suavemente el contorno de su oreja. La vi cerrar los ojos un instante ante mi leve caricia.
- Gracias — dijo sin levantar la vista.
- A ti por cuidarme tan bien.
Sonrió sin mirarme y continuó con su tarea.
- ¿Cómo es posible que te acordaras de mi nombre al despertar? — preguntó de pronto, comenzando de nuevo la labor sobre mi otro pecho.
- Es fácil, tienes una voz muy bonita.
- No, no es fácil. Especialmente en las condiciones en las que llegaste — respondió obviando mi cumplido.
- No te veía pero sí te oía.
- Aun así, no es fácil.
- Lo que no es fácil es olvidar tu voz, la tienes preciosa.
Alzó la vista para mirarme y después volvió a su cometido con rapidez. Seguí contemplándola en silencio, pero en esta ocasión la expresión de su rostro sí había cambiado.
- Bueno, esto ya está — anunció—. En cuanto vuelva Samantha terminamos de bañarte.
- Eso lo puede hacer mi madre — repuse con rapidez.
- Sí, seguro que puede. Pero lo voy a hacer yo — concluyó.
No insistí. Aunque su tono de voz fue amable, también fue lo suficientemente rotundo, dando aquella conversación por finalizada. A fin de cuentas, lo que estaba por llegar no podría ser mucho peor de lo que ya había pasado. Quizá más íntimo, pero no mucho peor. Al menos eso es lo que pensé. Cuando regresó Samantha, Lena me cubrió de cintura para arriba y me descubrió de cintura para abajo. El calor húmedo de la suave esponja resbaló ahora sobre mis piernas.
- Kara, voy a necesitar que eleves la pelvis — me pidió Lena al tiempo que apoyaba su mano sobre mi cadera.
Flexioné la pierna derecha y levanté las caderas. Al hacerlo advertí la sonda sujeta en la cara interna del muslo y Lena deslizó la cuña debajo de mí. La vi manipular suero fisiológico, así que supuse que la lavaría para posteriormente desinfectarla. Empecé a sentirme incómoda. Recordé cuando me dijo que llevaba una sonda vesical, sin embargo, en aquel momento no le concedí importancia. Obviamente, la sonda no habría llegado allí por arte de magia y me pregunté si fue ella quien me la facilitó. Seguro que sí. No quería ni pensarlo. Mi cuerpo se tensó ante el agua tibia corriendo por mi pubis. Cuando lo que sentí era cómo me lavaba me quise morir. Me agarré con fuerza a la sábana de abajo y por primera vez aparté la vista de Lena, dirigiéndola al techo blanco de aquella habitación. No soportaba mirar a Lena mientras yo yacía incapacitada de cuidar de mi propia higiene personal. Debí de haber insistido en que quería a mi madre para hacer aquella labor, aunque la decisión hubiera molestado a Lena. La prefería molesta conmigo que bañándome como a un recién nacido. Aún me dolía la mandíbula de la tensión cuando me cubrió de nuevo con una toalla. Pero todavía aquella pesadilla no había terminado.
— Kara, ¿crees que puedes ponerte de lado? — preguntó amablemente.
No contesté, ni siquiera pude mirarla. Me giré como pude dándole la espalda y quedé frente a Samantha. Y todo el proceso volvió a comenzar de nuevo. Más tarde, aprovechando mi postura, cambiaron la sábana de abajo y volví a quedar en decúbito supino.
- ¿No le ponemos un camisón? — preguntó Samantha.
- No, vamos a evitar movimientos innecesarios.
- Sí, mejor sin ese camisón, es espantoso — por fin hablé.
Las dos se rieron a pesar de que mi tono de voz no fue divertido. Desde luego que no pretendí ser graciosa con el comentario. El maldito camisón era horrible y no quería ponérmelo. Bastante humillación había pasado ya. Solo quería que me dejaran sola. Sabía que ambas me estaban observando aunque lo disimularan. Cuando recogieron todo, pensando que ya se marchaban, solo Samantha desapareció tras la puerta.
- Si esta tarde te encuentras mejor igual puedes ver alguna película o algún concierto de Imagine Dragon — anunció Lena caminando hasta el borde de mi cama.
- Gracias — respondí aún sin mirarla.
- Y yo creo que mañana podrás recibir visitas, lo digo por si te apetece avisar a alguien.
- Genial, gracias — mi tono sonaba monocorde, no había un ápice de alegría en él.
De repente, su mano envolvió los dedos que asomaban de mi escayola. Agradecí el calor de su tacto, ahora por fin sin guantes, pero no me moví. Dejé la mano tan inmóvil como lo estaba hasta ese momento. Supuse que buscaba una reacción en mí, porque empezó a presionarme los dedos intermitentemente. Parecía Morse. Permanecí quieta y sin mirarla. Sabía que estaba haciendo esfuerzos por ser amable conmigo, por quitarle hierro a la situación que tanto me había incomodado. Siguió insistiendo con su código en Morse sobre mis dedos al ver que yo no reaccionaba. La presión se había acentuado y el movimiento era ahora más corto y seco. Se echó a reír cuando su insistencia me venció y le devolví exactamente el mismo movimiento y presión a sus dedos..