Aquel sábado quedé con Lena por la tarde, aunque eché de menos no haberla visto desde primera hora de la mañana, cosa a la que me tenía acostumbrada durante los días que pasé con ella en su casa. Muchos sábados los pasaba con mi madre hasta mediodía, en que comíamos juntas. Era el rato que dedicábamos para vernos los fines de semana. Después, cada una hacía su vida, ella salía con David o sus amigas y yo hacía lo mismo por mi cuenta. Pero eso ocurría antes de que apareciera Lena. Ahora deseaba estar con ella cada segundo del día, y cualquier otro plan que interfiriera en retrasar el momento de verla ya no era de mi agrado. De todas formas, fue ella misma quien propuso que nos viéramos a última hora de la tarde. Podría haber cambiado mi habitual rutina con mi madre, cosa que ya había hecho en múltiples ocasiones si algo me surgía, pero esta vez ni siquiera hizo falta. No quise quejarme cuando sugirió la hora el día anterior, aunque fuera bastante más tarde de lo que yo esperaba y deseaba. Después de todo me iba a llevar a DEO y era la primera vez que saldría con ella por la noche. Aún faltaban veinte minutos para verla, pero ya no aguantaba más en casa y decidí encaminarme hasta la avenida principal, donde habíamos quedado. Me apresuré cuando vi su coche aparcado en la esquina con las luces de emergencia encendidas. Como siempre, los latidos del corazón se aceleraron. Me asomé por la ventanilla del copiloto pero descubrí que no estaba dentro. Miré a mi alrededor en su búsqueda y no la encontré entre la gente que paseaba arriba y abajo en la acera, ni entre las que se agolpaban frente a los escaparates de las tiendas. Apoyé el brazo sobre la barra embellecedora del techo de su coche y dirigí la mirada a la acera de enfrente, por si la veía. Bajé la vista cuando oí el característico ruido que hacían las puertas al abrirse con el mando a distancia.
— Hola, chica guapa. ¿Esperas a alguien?
Reconocí su voz de inmediato.
— A ti — me di la vuelta.
Tropecé con sus ojos, que me observaban sonrientes. Como cada día, no pude evitar sentir aquel flechazo que me atravesaba cuando la veía por primera vez. Incluso me pasaba cuando llevaba horas con ella y de pronto la miraba.
— Llegas pronto.
— Tenía ganas de verte — confesé. Su sonrisa se dibujó más amplia en su rostro y sus ojos me miraron penetrantes —. Tú también llegas pronto.
— Será porque yo también tenía ganas de verte.
— Lo mío no es una suposición, sino una confirmación — dije dándole un beso en la mejilla.
Giró mi cara con la suya mientras la besaba y me devolvió el beso, pero con mayor intensidad.
— Lo mío también — susurró en voz baja junto a mi oído.
Bromeó bloqueándome las puertas del coche cuando me disponía a entrar en él. Aquella noche parecía especialmente contenta. Observé su juego atontada aún por el cosquilleo que me había producido su beso, su aroma y su voz en tono confidente.
— ¿No íbamos a DEO? — pregunté, acomodada al fin en el asiento del copiloto cuando vi que tomaba otra dirección.
— Luego, ahora vamos a otro sitio. ¿Te parece bien?
Me pareció perfecto. Había sonado ligeramente misteriosa y no quise preguntar más para no estropear la sorpresa, si es que había una. Entramos en el club náutico y recorrimos la calzada, adornada con plantas y palmeras, hasta que llegamos al aparcamiento. Hacía una noche tan buena que parecía primavera. El cielo estaba totalmente despejado y las estrellas brillaban junto a una luna en fase de cuarto creciente. Caminé a su lado entre la gente que también había aparcado y se dirigían ahora hacia el edificio principal. La seguí cuando todos entraron, y ella continuó el camino bordeando la finca. Me rodeó el brazo al doblar la esquina y la acera se convirtió en un sendero de pizarra que nos abría paso a través de un jardín iluminado tenuemente con farolillos. En ese instante, solo fui consciente del calor de su mano y la leve presión que ejercía a través de la manga de mi abrigo.
— Estás increíblemente guapa esta noche, ¿lo sabías?
— Gracias — me tembló la voz y el corazón se me desbocó. No tuve valor para mirarla cuando me dijo aquello y continué con la mirada en el suelo, para asegurarme de no tropezar con algún saliente.
— No, no lo sabes — dijo, apoyando cariñosamente su cabeza en mi hombro.
La tensión apenas me dejó hablar, y agradecí como nunca la falta de luz para que no pudiera ver mi rostro enrojecido. Su mano resbaló por mi brazo en una caricia hasta alcanzar la mía y entrelacé mis dedos con los suyos a pesar de la escayola.
— Estás muy callada — musitó.
— No — es todo lo que alcancé a decir tras la descarga de electricidad que recorrió mi cuerpo con el roce de sus dedos.
Se detuvo y tiró de mi mano levemente para que me detuviera también.
— ¿Estás segura de que te apetece estar conmigo? — me preguntó con dulzura buscando mis ojos que aún la rehuían.
— ¿Cómo puedes dudarlo? Yo siempre quiero estar contigo — al fin la miré, aunque no pudiera ver su cara con excesiva claridad.
Se acercó despacio a mí, aproximándose tanto sin apartar sus ojos de los míos, que por un instante pensé que iba a besarme. Dejó escapar un suspiro y apoyó la frente sobre mis labios en su lugar. La besé suavemente, descendiendo por el lateral de su rostro.
— Hoy te he echado mucho de menos — susurró entrecortadamente al tiempo que sus dedos se deslizaban entre los míos con una sensualidad estremecedora.
— Y yo a ti — le respondí al oído con un hormigueo en el estómago.
Mi respiración se agitó cuando su cara acarició la mía. Rocé con los labios su cuello antes de besarlo y me dejé llevar por su aroma. En esta ocasión no se retiró. Ahogó un gemido cuando mis besos se tornaron húmedos, recorriéndole l piel. Me perdí en su ardiente acogida y mi propia excitación me llevó en busca de sus labios. Me detuve antes de alcanzarlos al oír la risa de una mujer. El leve jadeo de su aliento sobre mi boca me abrasó la piel, pero di un paso atrás, separándome de ella tras escuchar que se acercaban. Nos miramos en silencio, con la respiración acelerada. Aún apreciaba el pecho de Lena ascender y descender por la falta de aire cuando la pareja pasó junto a nosotras. Clavé enfurecida la mirada en sus espaldas mientras se alejaban.
— Ven, vamos — dijo cogiéndome de la mano otra vez.
Caminamos detrás de la pareja, manteniendo la distancia. No podía dejar de mirarles, de contemplar que tonteaban entre ellos. Me pregunté cómo les sentaría que les estropearan aquel momento, del mismo modo que habían arruinado el mío, cuando por fin parecía que Lena iba a permitir que la besara.
— ¿Estás bien?
Su pregunta hizo que dejara de maldecir mentalmente a la pareja, aunque siguiera observándoles.
— Sí, bueno… no — corregí enseguida.
Se echó a reír y tomó mi rostro, girándolo para que la mirara.
— Déjales, los vas a fulminar.
Sonreí a regañadientes y desvié la vista de la pareja para prestarle atención a ella.
— Cuéntame entonces, ¿dónde vamos?
— Allí — señaló hacia el fondo del muelle.
Levanté la vista para mirar el lugar que apuntaba su dedo.
— Pero allí solo hay barcos atracados.
— ¿No me dijiste que te gustaba navegar? Es lo más parecido a eso que he encontrado para una noche de sábado.
— ¿Vamos a dar una vuelta en barco? — me brillaron los ojos.
— Y de paso cenamos — añadió ilusionada mientras me contemplaba.
La abracé en mitad del muelle sin importarme la gente que nos rodeaba. Estaba feliz cuando subí por la pasarela accediendo a la cubierta. La miré en el momento en que un camarero se acercó a nosotras ofreciéndonos copas de champagne, cogí una cuando me guiñó un ojo, a modo de aprobación.
— Es Moët & Chandon, no se sube.
— ¿Y eso qué es? — reprimió la risa, haciendo chocar su copa contra la mía —. ¡Ah, el champagne ese tan caro!, ¿no?
— Es la mejor definición que he oído en mi vida de un Moët & Chandon — rio con una carcajada.
— Lo siento — me reí yo también.
— ¿Por qué?, me ha parecido genial — dijo rozándome la mejilla con un dedo.
Caminé hacia la proa y ella me siguió de cerca. Quería que viera el mar cuando zarpáramos. La gente se nos había adelantado y no quedaba hueco ni en la barandilla ni en los distintos asientos distribuidos por la zona. Me dirigí a uno de los solitarios laterales y encontré con rapidez un pequeño hueco entre dos jardineras. Me senté y la arrastré conmigo para que se sentara sobre mí.
— Te voy a hacer daño, peso mucho.
— No pesas nada, y al revés no podemos porque yo sí que peso más que tú — dije rodeándole la cintura y sentándola sobre mis piernas. Apuré la copa cuando vi que ella bebía de la suya —. Está muy bueno. Es francés, ¿a qué sí?
Se giró para mirarme con ternura.
— ¿Te refieres al champagne ese tan caro? Sí, es francés.
Le di un beso en la espalda sobre su gabardina.
— ¡Anda!, perdona mi ignorancia.
Se dio la vuelta sobre mis piernas, sentándose de lado.
— Es una broma, boba — dijo quitándome la copa de la mano y dejándola junto con la suya sobre la jardinera—. Me importa un bledo si lo sabes como si no — añadió rodeándome los hombros con su brazo.
Permanecimos allí hasta que el barco zarpó y nos alejamos mar adentro, dejando las luces de la ciudad a lo lejos. Estaba tan guapa sentada sobre mí, con la mirada pensativa contemplando el oscuro mar que se escuchaba rompiendo contra el casco del barco, que solo deseaba besarla. Pero no me atreví, a pesar de que la falta de luz en la cubierta jugara a mi favor. Ni tampoco lo intenté cuando decidió levantarse, preocupada por su peso sobre mis piernas y llevándome dentro para que cenáramos.
— ¡No me lo puedo creer! — murmuré más alto de lo que pretendía al ver a la pareja que había interrumpido mi beso apenas un rato antes, aparecer detrás de Lena.
— ¿Qué ocurre?
— Nada — aseguré bajando la vista al suelo del pasillo que dividía las mesas a uno y otro lado del comedor.
Al comprobar que ella calzaba zapatos de tacón alto decidí cambiar mi objetivo. La rubia caminaba airada detrás del camarero y su pareja le seguía a muy corta distancia. Dejé que alcanzaran nuestra mesa, cuando él estuvo a mi lado deslicé la muleta haciendo que tropezara empujando torpemente a su pareja, aunque eso le ayudara a recuperar el equilibrio evitando la estrepitosa caída al suelo.
— Lo siento, se me ha resbalado, ¿te has hecho daño? — me disculpe cínicamente.
— No, tranquila — respondió el hombre rubio clavándome sus ojos azules, sin dar señales de reconocerme.
Le mantuve la mirada hasta que continuó su camino y volví el rostro, encontrándome con los ojos de Lena que me observaban interrogantes.
— Lo has hecho a propósito — apuntó en voz baja, no pudiendo evitar sonreír.
— Para nada, ha sido un accidente.
— Kara…
— Bueno… tal vez — me venció la risa.
— Pero no se puede ir por ahí poniendo la zancadilla a la gente.
— A los inoportunos sí. Ellos han empezado primero.
— ¿Y qué se supone que tengo que hacer yo entonces con el morenito que no deja de mirarte desde que hemos entrado?
— Usa la muleta — respondí despreocupadamente.
— ¡Ah!, ¿pero sabes de quién hablo?
Me encogí de hombros.
— Si te molesta te dejo la muleta o si prefieres lo hago yo.
— ¿Pero lo sabes o no?
— Qué más da, mientras no te mire a ti no me preocupa.
— Pues ahora me está mirando a mí.
Giré de golpe la cabeza y choqué con los ojos claros del chico moreno que me miraban desde el otro lado del pasillo. Observé que se ruborizaba al verse descubierto y rehuyó mi mirada dirigiendo la suya hacia la mesa. Aparté la vista yo también, porque me recordó a mí misma cuando contemplaba a Lena sin que ella lo supiera.
— Te pillé — me susurró Lena—. Lo sabías.
— Pobre, no tiene gracia.
— ¿Si quieres le invito a que siente aquí con nosotras?
— No, gracias. Me gustaría estar contigo a solas.
— Es a ti a la que mira sin descanso. A mí solo me mira cuando trata de dilucidar quién demonios puedo ser — comentó en voz baja y mirándome fijamente a los ojos.
— No empieces, por favor, Lena — le rogué incapaz de disfrazar el gesto que acababa de alterar mi semblante. Hacía días que había conseguido que nuestra diferencia de edad no saliera a relucir a cada instante, y de pronto me vi al comienzo del camino, sin el más mínimo vestigio de lo avanzado.
— Cómo no te va a mirar si eres una auténtica belleza — dijo con dulzura.
Paseé mis ojos por su rostro, intrigada por si lo había dicho en serio o tan solo era su sutil manera de suavizar su comentario anterior, a sabiendas de lo que me había fastidiado. Pero me quedé igual que estaba porque no conseguí hallar la respuesta en sus brillantes ojos color cafe. Desvié la vista hacia el camarero cuando apareció con nuestra comida, aunque percibiera que Lena no dejaba de observarme al ignorar su cumplido.
— ¿Te ha molestado lo que te he dicho? — me preguntó suavemente cuando desapareció el camarero.
— No — negué con la cabeza—. Y tu indirecta sobre nuestra diferencia de edad tampoco. Es más, lo echaba de menos.
Deslizó su mano lentamente sobre la mesa hasta cubrir la mía.
— Tendría que haberse caído encima de su novia por inoportunos, ¿no te parece? —dijo con una sonrisa traviesa.
— Pues sí, entre lo nerviosa que me pongo yo y lo mal que lo llevas tú, ha sido justo lo que nos faltaba.
— ¿Tan mal lo llevo yo? — preguntó con una carcajada.
— Mal es poco, lo llevas fatal — confirmé divertida, aunque no tuviera gracia.
Le dije que saliéramos cuando terminamos de cenar y sacó su paquete de cigarrillos poniéndolo sobre la mesa. Olvidó reservar en zona de fumadores y donde nos encontrábamos sentadas estaba prohibido hacerlo. Su cigarrillo de después de cenar me sirvió de excusa para quedarme con ella a solas y abandonar al fin el restaurante, que se había vuelto un lugar un tanto incómodo para mí. El chico moreno, que cenaba con sus padres y una chica que parecía su hermana, persistió con sus miradas, y aunque Lena no volviera a hacer ningún comentario al respecto, sabía que era totalmente consciente de que no cesaba de mirarme.
— ¿Hace cuánto que dejaste de fumar? — le pregunté contemplando cómo encendía el cigarrillo, cubriéndose con la mano para evitar que el aire apagara la llama del mechero.
— No lo he dejado, sigo fumando como puedes ver.
— Ya, pero fumas como una ex fumadora. A veces sacas el tabaco y ni siquiera te enciendes uno, nunca te he visto fumar más de dos al día.
— ¡Qué observadora! — apuntó con gesto simpático.
— No, lo digo porque mi madre se trae el mismo lío que tú con el tabaco.
Me rodeó el brazo mientras paseamos recorriendo la cubierta. La gente aún cenaba dentro del restaurante y por fin teníamos primera línea para contemplar el mar con la tenue luz que proyectaba la luna. La observé cuando se detuvo ante la barandilla de proa, con la mirada perdida en el horizonte.
— Muchas gracias por la cena y la vuelta en barco, me ha encantado — susurré apoyando la barbilla en su hombro.
— De nada, preciosa, no tienes por qué dármelas. Te he tenido toda la semana encerrada en casa estudiando, es lo mínimo que podía hacer.
Estábamos tan cerca que no dudé en darle un beso en la mejilla cuando giró su rostro para mirarme.
— ¿Cuándo me vas a dejar que pague algo?
— Nunca.
— ¿Pero por qué?
— Porque no. Y eso te garantizo desde ya que no es negociable — anunció con firmeza.
— ¿Eso significa que hay otras cosas que podrían serlo?
— Depende, depende de lo que se trate.
— Me lo temía… — resoplé.
Me coloqué detrás de ella cuando advertí que tiritaba ligeramente. Se había levantado viento y la noche cada vez era más húmeda. Estuve a punto de decirle que volviéramos dentro, pero sabía que quería continuar mirando su mar y yo tampoco deseaba que se interrumpiera aquel momento. Parecía que estuviéramos solas en el mundo. En la quietud de la noche solo se escuchaba el sonido del mar, el aire me traía el aroma de Lena, impregnándome de él.
Acerqué mi boca a su espalda y soplé sobre el tejido de su gabardina para darle calor con mi aliento. Se tensó cuando me sintió, pero un leve gemido me indicó que le gustaba y continué recorriendo la parte de atrás de los hombros con mi aliento, para que entrara en calor. Me excité cuando su cuerpo se movió sinuoso respondiendo a mis atenciones. Abrí mi abrigo y acerqué mi cuerpo al suyo para envolverla con él.
— Gracias — musitó.
— De nada. ¿Tienes menos frío?
Alzó la mano acariciándome el rostro.
— No.
— Vamos dentro entonces.
Negó con la cabeza.
— Lo decía para que siguieras haciéndome eso — susurró cariñosa.
Rocé con los labios el contorno de su oreja antes de separarme para volver sobre su espalda y calentarla con mi aliento.
— Hoy la casa estaba muy vacía sin ti.
Su confesión hizo que me detuviera un instante.
— Puedo ir siempre que tú quieras, Lena — respondí besándole el hombro.
Se dio la vuelta y abrió mi abrigo, abrazándose a mi cuerpo con una intensidad que me estremeció.
— ¿Y si quisiera a todas horas? — me preguntó hundiendo la cara en mi cuello.
— Me tendrías a todas horas. Lo único que quiero es estar cada segundo del día contigo.
Sus manos me acariciaron la espalda y yo la envolví de nuevo con mi abrigo, abrazándola con más fuerza contra mí.
— No me apetece ir a DEO — murmuró al cabo de un rato.
— Pues no vayas, ¿qué te apetecería hacer entonces?
— Quedarme así contigo toda la noche.
Deslicé mis dedos entre su pelo, al tiempo que se me erizaba el vello del cuerpo al sentir sus labios besándome el cuello.
— Pero tengo que ir, esta noche van las chicas, Nia me llamó anoche. Le dije que iría.
Cuando llegamos a DEO el lugar estaba abarrotado de gente. La música sonaba alta y el gentío se movía de un lado a otro. Parecía muy diferente a como lo había conocido. Ahora era un local nocturno donde la gente bailaba, cantaba y reía entre vasos de tubo que lucían bebidas de todo tipo de colores. Nia me saludó tan cariñosamente que dudé de si Lena le habría hablado de mí. Cuando me preguntó por lo que me apetecía tomar Lena se adelantó, informándole que nada de alcohol. Nos reímos cuando interceptó la copa, adornada con una sombrilla de papel y azúcar en el borde, que Nia me ofreció.
— Que no lleva alcohol — protestó Nia al ver que la estaba oliendo.
— Por si acaso — dijo extendiéndomela.
Lena saludó a varias de las camareras que aparecían y desaparecían detrás de la barra, luego anunció que nos íbamos dentro hasta que llegara Samantha. Respondí a Nia con el mismo gesto cuando me guiñó un ojo antes de seguir a Lena entre la multitud.
— ¡Qué locura! — exclamó frente al cristal de su oficina, que permitía ver a la gente divirtiéndose fuera.
— A mí me gusta.
Se giró hacia mí.
— Sí, a mí también me gustaba a tu edad, ahora prefiero el sofá de casa.
— Bueno, también me gusta mucho el sofá de tu casa — confirmé bebiendo de la copa.
Consiguió controlar la sonrisa que comenzaba a formarse en sus labios cuando comprendió por qué lo decía.
— ¿Qué lleva eso?
— Tequila — bromeé—. No lo sé, pero está muy bueno. Toma, prueba.
La contemplé mientras bebía un sorbo de mi bebida de color naranja. Bajé la vista a su boca cuando pasó la lengua por su labio superior limpiándose los restos de azúcar.