— ¡Están muy ricos! — por fin habló después de tragar.
— Mentirosa — me reí.
— Te lo juro, están buenísimos. Son los mejores espaguetis que he comido en mi vida.
— Sí, seguro —me reí aún más.
— ¿Acaso los has probado? — se reía ella también.
— No.
— Toma, pruébalos.
Me llevó un tenedor a la boca con bastante menos cantidad que con la que se había atrevido ella. Me encogí de hombros después de saborearlos.
— Comestibles, pero la zanahoria está dura.
— Bobadas, están perfectos. Ven, que te sirvo.
Levanté la mano antes de que me sirviera demasiado y observé asombrada el plato que se puso para ella. Estaba a rebosar.
— Lena, estos espaguetis no están como para comerse esa cantidad — señalé con el dedo su plato.
— Me gustan mucho, me gustan mucho tus primeros espaguetis y tengo hambre. ¿Cuál es el problema?
— Que lo haces por ser amable, por educación.
— Si así lo crees será porque lo mereces.
La miré detenidamente antes de empezar a comer.
— Gracias.
— A ti por preparar la comida — me guiñó un ojo.
Me pareció increíble, pero consiguió vaciar el plato que se había servido. Pensé por un momento que igual reventaba, pero todo lo que hizo fue no comer fruta cuando terminó. Yo sí que la comí. Apenas había comido si lo comparaba con las raciones a las que estaba acostumbrada. Lena desapareció del salón y yo me senté de vuelta en el sofá. En esta ocasión escogí el otro, el que formaba la ele junto al que quedaba de espaldas a la entrada. No estaba segura, pero pensaba que el otro era su sitio habitual y no quería invadirlo. El olor del café recién hecho llegó hasta allí. Vi a Lena aparecer de nuevo en el salón. Desde ese sofá podía observar la puerta doble de entrada. Se había cambiado de ropa. Iba totalmente de n***o. Me encantaba como le sentaba aquel color. Contrastaba con su pelo y su piel. Llevaba una camiseta de manga larga y unos pantalones holgados. Cuando se acercó me fijé en que también la camiseta le quedaba un poco grande.
— ¿Derecha o izquierda? — preguntó, deteniéndose frente a mí con aire interrogante.
Entonces reparé en que no le veía las manos. La observé tratando de descifrar en su mirada qué mano debía escoger.
— Derecha.
Me extendió un envoltorio morado.
— ¡Chocolate Cadbury! — sonreí cuando vi lo que era.
— ¿Te gusta, verdad?
— Me encanta, muchas gracias.
— Y en la izquierda también — dijo mostrando otra chocolatina en esa mano. — ¿Dos? Muchas gracias otra vez.
— De nada — me pasó la mano por la cabeza—. Y en el centro... — anunció de nuevo.
Me reí cuando se levantó la camiseta y me mostró el tubo de la pomada sujeto con la cinturilla del pantalón contra su piel.
— Me apetece ver una película — dijo cuando estuvimos de vuelta en el salón —. ¿Y a ti? — me miró.
— Sí, lo que te apetezca — respondí tímidamente.
Por fin había vuelto a mirarme a la cara otra vez. Desde que nos fuéramos a su habitación para que me hiciera la cura había estado esquivándome. Ni siquiera nos dirigimos la palabra, a excepción de cuando le di las gracias una vez hubo finalizado.
— ¿Buscas algo? — me pidió ofreciéndome el mando a distancia.
— ¿Qué te gustaría ver?
— Lo dejo a tu elección. ¿Quieres café?
— No, gracias, prefiero el chocolate que me has traído.
Asintió y volvió a salir del salón. Parecía inquieta, casi más de lo que estaba yo. Regresó con una taza de café y un paquete de cigarrillos.
— Puedes sentarte — me dijo cuando dejó ambas cosas sobre la mesita frente al sofá.
— Gracias — dije imperceptiblemente. Por su posición deduje que iba a sentarse donde se había tumbado el día anterior, así que tomé asiento en el otro sofá. Cuando lo hice me miró—. ¿Este es tu sitio habitual? —pregunté rápidamente, porque no fui capaz de interpretar su mirada.
— No, pero aunque lo fuera no pasaría nada. Puedes sentarte donde quieras — se dejó caer en el otro sofá.
No dije nada y continué buscando en la guía de información algo que pudiera estar bien.
— ¿Has visto En la tiniebla?, está a punto de empezar — la miré y me encontré con sus ojos que me observaban.
— Creo que no, pero tú sí, así que busca otra cosa.
— Esta está bien y hace ya tiempo que la vi. No me importa volver a verla. Además, trabaja Demi Moore y sale muy guapa.
— ¿También te gusta Demi Moore? — la volví a mirar un instante, pero no hablé. No estaba segura de qué quería decir con aquel «también»—. ¿Te gusta igual porque estaba casada con un hombre bastante más joven que ella? — bebió de su café.
— También me gustaba cuando estaba casada con Bruce Willis. Me cae bien, eso es todo.
— ¿Qué edad tenías tú entonces? — soltó una risita irónica.
— También me gusta Helen Mirren. Lo digo por si eso te hace más gracia aún — ya había conseguido que me pusiera a la defensiva.
Sabía que me estaba analizando, pero continué buscando en la guía otra película donde los protagonistas no alimentaran más aquella estúpida conversación. Resoplé cuando vi que estaban echando Algo casi perfecto.
— ¿Quieres ver Algo casi perfecto? También me encanta Madonna y ella sí que sale con un hombre bastante más joven. Creo que le saca unos veintiocho o veintinueve años.
— ¿Pero a que él es mayor de edad? — había formulado la pregunta en un tono provocador. Estuve a punto de decirle que parara, que lo dejara ya, pero volví a callarme—. ¿Lo es o no? — insistió.
— Sí, por supuesto que lo es. Una mujer multimillonaria como ella no puede permitirse una demanda por falso estupro, aunque existan millones de adolescentes locos por estar con ella — me escudriñó con la mirada—. ¿No es eso lo que querías oír? — me levanté del sofá cuando detecté displicencia en su mirada.
— Pon En la tiniebla. Vamos a ver lo guapa que está Demi Moore — dejó la taza de café en la mesa y se tumbó.
— También hay unos paisajes de mar muy bonitos, por eso lo decía — puse el canal donde la iban a emitir y le dejé el mando en la mesa.
— Empieza ya, ¿no vienes? — me preguntó cuando vio que abandonaba el sofá y me dirigía hacia la salida.
— No, vela tú. Me voy a casa.
— Kara, no — salió corriendo detrás de mí y me alcanzó antes de que me diera tiempo a cruzar la puerta del salón.
— Lena, sí — la imité.
— Por favor, no. Quédate.
— ¿Para qué?, si no me soportas... — continué caminando en dirección al armario del recibidor.
Me agarró del brazo obligándome a girarme.
— ¡j***r! ¿Cómo puedes decir eso? — me encogí de hombros atónita. Igual todavía necesitaba una explicación—. Por favor, perdóname. Quiero que te quedes.
— Estás perdonada. ¿Puedo coger mi anorak, por favor?
— No — sonrió.
— Pues lo cojo yo.
Corrió delante del armario impidiéndome el acceso.
— Tampoco te dejo — se rio.
Caminé con paso decidido tratando de intimidarla para que así se retirara de mi camino, pero lo único que conseguí fue que aún se riera más. Colocó sus manos en mi cintura cuando me detuve frente a ella. Me situé tan cerca que la obligué a apoyar la espalda en el armario. Me empujó suavemente para que me separara. No dejaba de reírse. Forcejeé con ella en broma. Cada vez que me empujaba le quitaba las manos de mi cuerpo.
— Te vas a hacer daño.
— Déjame coger el anorak entonces — detuve el forcejeo.
Se agarró a mi jersey por la parte delantera y agachó la cabeza.
— No.
— Pues me voy sin él.
Me cogió los brazos obligándome a rodearla y se abrazó a mi cuello con fuerza.
— No. Quiero que te quedes conmigo.
Sentí su aliento sobre mi cuello y el cosquilleo me recorrió el cuerpo. El tejido de su camiseta era tan fino y suave que su espalda se dibujó como si estuviera desnuda bajo mis dedos. Se me aceleró el corazón al instante.
— ¿Qué te ocurre? — quise saber.
No me contestó. Permaneció abrazada a mí sin moverse. No quise repetir la pregunta. Estaba claro que me había oído. Si no contestaba era porque no quería. Deseaba acariciarla, pero no me atreví y me quedé tan quieta como lo estaba ella, temiendo que decidiera deshacer nuestro abrazo si lo hacía.
— Te late muy rápido el corazón — susurró. Su observación hizo que aún me latiera más rápido, y me moví con intención de separarme—. No — supo que me quería ir porque me daba vergüenza—. Me encanta oírlo —volvió a susurrar y me abrazó más fuerte. Me quedé aún más paralizada. Estaba tan rígida que parecía una estatua de bronce —. ¿Estás bien? — asentí porque no me salía la voz—. No, no lo estás — dijo cariñosamente y apretó su cara contra mi cuello. Debía de estar pensando que era medio idiota de lo inmóvil que me encontraba —. ¿Quieres irte?
— No — por fin hablé.
Deslizó sus dedos hasta mi cuello y presionó levemente sobre el pulso acelerado.
— ¿Y de aquí?
Comprendí su pregunta al instante.
— Tampoco. No quería que dejara de abrazarme, aunque la rigidez de mi cuerpo pudiera manifestar lo contrario.
— ¿Estás segura? — asentí otra vez—. ¿Sigues enfadada?
— ¿Y tú contigo misma? — al fin recobré la voz.
— Yo he preguntado primero — se echó a reír, separándose ligeramente de mí.
Estuve punto de recuperar la corta distancia que había vuelto a quedar entre nosotras, sin embargo, desistí sin ni siquiera intentarlo.
— No estoy enfadada Lena... ¿Vemos la película?
Me siguió de cerca de vuelta al salón.
Hubiera jurado que pareció sorprenderse cuando di, muy a mi pesar, por finalizado nuestro abrazo y me senté una vez más en el otro sofá.
— ¿Te vas a sentar ahí? — suspiró antes de volver a tumbarse en el mismo lugar de donde se vio obligada a levantarse cuando tuve la intención de irme.
La miré y me puse en pie al instante.
Desvió la vista hacia la pantalla de televisión cuando me acerqué despacio y me senté a su lado. Me miró de nuevo al quitarme el jersey y deshacerme de la única bota que llevaba puesta.
— No, mejor aquí contigo — respondí a su reproche tumbándome a su lado.
Pegó la espalda al respaldo del sofá para hacerme sitio. Me acosté de lado para poder ver la televisión y así fingir que la película me interesaba más que la mujer que se encontraba tumbada detrás de mí. No duré mucho pretendiendo ignorarla y busqué su brazo para que me rodeara la cintura. Respiré aliviada cuando no solo no rechazó mi gesto, sino que se acercó más a mí, reposando parte del peso de su cuerpo sobre el mío. Arrastré entonces su mano, dejándola aprisionada contra mi pecho. Quería que supiera que estaba receptiva a sus muestras de cariño, por si la pasividad que había mostrado antes, mientras me abrazaba, le había dejado alguna duda sobre si me gustaba o no sentirla cerca. Hacía rato que ya anochecía y el salón iba oscureciéndose por momentos dejando a la televisión como única fuente de iluminación. Cerré los ojos y comencé a tomar conciencia de su cuerpo, que se había amoldado al mío a la perfección. Hundió el rostro en mi pelo y me besó suavemente. No me moví, aunque hubiera deseado darme la vuelta y que el siguiente beso aterrizara en mis labios. En su lugar le devolví su beso en la mano, a la que había convertido en mi rehén. Sonrió sonoramente y volvió a besarme donde ya lo hizo antes, pero con más fuerza. Me reí y una vez más imité su cariñoso gesto e intensidad. El siguiente beso se tornó sensual, poniéndome la piel de gallina. Su proximidad empezaba a hacerse latente en mis cinco sentidos y besé sus dedos cuando pasaron imperceptiblemente sobre mis labios. Liberé su mano cuando la desplazó, abrigando con su calor el hombro que me dejaba al aire la camiseta de tirantes. Su caricia resbaló por mi brazo desnudo hasta el codo, pasando por la escayola para alcanzar mis dedos.
— ¿Tienes frío? — susurró, besándome la piel de detrás del hombro. Me giré acurrucándome contra su cuerpo y oculté la cara en su cuello. No me atreví a mirarla, no quise que viera el deseo que anunciaban mis ojos—. ¿Eso es un sí o un no?
— Un no — murmuré.
Me rodeó acercándome más a ella. Yo no había tenido el valor de abrazarla cuando me giré y mis brazos habían quedado aprisionados contra su tórax, como si deseara mantener una barrera de contención entre ambas. No tardé en sentirla de nuevo acariciándome el pelo y cosquilleando mi cabeza. Me atreví entonces a abrazarla y enseguida reaccionó a mis caricias recorriendo su espalda. Su respiración, tan errática como la mía, junto al aroma de su piel que todo lo envolvía, nublaron mi razón. Besé su cuello, insegura al principio, pero cuando apretó su rostro contra el mío la intensidad de mis besos cambiaron, también lo hizo su recorrido.
— No podemos — la oí musitar antes de que alcanzara sus labios. Su aliento me acarició la piel e incendió mi cuerpo como si hubiera prendido una mecha. Había escuchado sus palabras, pero no las asimilé y persistí en mi deseo de besarla—. Kara, no podemos — volvió a musitar entrecortadamente. Sus dedos se habían posado sobre mis labios, impidiendo así que diera alcance a los suyos.
Entreabrí los ojos y me encontré con su mirada entornada que me observaba. Nos miramos tratando de contener nuestras agitadas respiraciones, pero no pude evitar besar aquellas yemas empeñadas en poner un obstáculo entre nuestras bocas. Bajó la vista hacia mis labios cuando volví a besar sus dedos y otro escalofrío me recorrió cuando se movieron lentamente acariciándomelos.
— Eres preciosa — susurró con los ojos fijos en mi boca.
— Parece que no lo suficiente — suspiré.
Sus caricias se detuvieron al instante y levantó la vista buscando mi mirada.
— Sí, eres preciosa — afirmó—. Y yo soy demasiado mayor para ti — añadió acariciándome la cara.
— Eso no es verdad — repliqué no sin cierto temor a su reacción.
— Kara, por favor...
— No estamos haciendo nada malo.
— Tú no, pero yo sí — pronunció con seriedad, incorporándose en el sofá.
— No, no te vayas por favor — detuve su intención de huir de allí agarrándola del brazo—. Quédate aquí conmigo — le rogué. Cubrió mi mano, la que la retenía, con la suya y se giró para mirarme—. Me portaré bien — aseguré mientras me contemplaba sumergida en un desasosegante mutismo—. Te lo juro, solo quiero estar tumbada aquí a tu lado. Eso no es ningún delito.
Sus ojos descendieron por mi cuerpo con rapidez. Se me escapó un suspiro cuando solté su brazo, consciente de que quería irse.
— Solo voy a coger la manta.
Sus palabras me aceleraron el corazón. La observé gatear y estirar el brazo para alcanzar la manta que me había dejado por la mañana, y que ahora yacía en el otro sofá. Me giré hacia la televisión antes de que volviera a mi lado y me cubriera. Le di las gracias cuando lo hizo, ella me acarició el pelo como respuesta. Tenía los ojos clavados en la pantalla, pero todos mis sentidos se encontraban a mi espalda, con Lena. Nuestros cuerpos apenas se rozaban ya, sin embargo, era capaz de sentir el calor que desprendía el suyo en la proximidad.
— ¿Lena? — la llamé después de permanecer en silencio, haciendo que veía la película durante un largo rato.
— ¿Sí?
Me sobresaltó su voz. Pensé que se había quedado dormida. La quietud de su cuerpo desde que volviera a tumbarse junto a mí había sido constante.
— Tú no has hecho nada malo — dije sin mirarla.
Como era habitual en ella, cuando no quería hablar de algo, el silencio se convertía en su respuesta favorita. Eso fue lo que hallé, un silencio tan sepulcral como el que habíamos estado compartiendo en la última media hora.
A pesar de ello continué hablando desde mi posición.
— No ha ocurrido nada Lena, y si hubiera ocurrido, te aseguro que no hubiese sido nada que no quisiera. Además, soy yo la que no te dejo en paz.
— Me gusta que no me dejes en paz, como tú dices... — reveló para mi sorpresa.
Se me desbocó el corazón con su confesión. La cabeza me iba a mil por hora descartando distintas opciones para responder a aquella declaración, pero no me atreví a llevar a cabo ninguna. Me quedé quieta, sin cambiar de postura, tratando de dominar mi acelerado corazón. El silencio volvió a invadir aquella estancia tan grande, a excepción del sonido de fondo de la película, a la que ninguna de las dos habíamos prestado la más mínima atención. Tardé mucho tiempo en reunir el coraje necesario para girar la cabeza y saber qué era de la mujer que permanecía tumbada detrás de mí en la penumbra. Cuando lo hice, la encontré con los brazos cruzados bajo su cabeza y mirando en mi dirección. No se había movido en ningún momento, por lo que supuse que había adoptado aquella reflexiva pose desde que se tumbara de nuevo a mi lado. Vacilé ante su penetrante mirada, pero aun así, el deseo de volver a sentir su cuerpo junto al mío, aunque supiera que no podía cruzar la línea, me venció y apoyé la cabeza en su hombro rodeándola con mi brazo. Advertí que se tensaba cuando mis dedos rozaron sin querer la piel del estómago, que había quedado al descubierto. Estiré rápidamente su camiseta y la atrapé bajo la cinturilla del fino pantalón para cubrirla. Quería que se sintiera tranquila, que supiera que podía confiar en mí, independientemente de nuestra proximidad y del deseo que ardía en mi interior. Tenía claro que un nuevo movimiento en falso por mi parte haría que Lena pusiera distancia entre las dos. Mi brazo había quedado reposando sobre su estómago, pero evitaba con mi mano tocar su cintura y en su lugar, era el tejido del sofá el que apreciaba bajo los dedos.
— Gracias —susurré cuando dejó de utilizar los brazos como almohada y me abrazó.
Me besó suavemente la cabeza, abrazándome más intensamente, sujetándome con fuerza contra su cuerpo. Después, cerré los ojos y me concentré en el placer que me daba el tacto de sus manos acariciándome bajo la manta.