NARRA EL CAPITÁN
—Hazlo —sisea, con voz lujuriosa, mientras sus ojos azules destellan por el deseo—. Cógeme como nunca antes has cogido a otras mujeres y muéstrame que eres tan bueno como tanto alardeas.
El tono de voz que emplea para decir esas palabras es retador, pero a la vez hay morbosidad en él. Mucha lujuria y extrema perversión. Se nota que ella es tan aguerrida para los deleites de la carne, tanto como yo lo soy; que es una hembra en celo y hambrienta de placer. Me lo dice su cuerpo, su mirada lasciva y su coño húmedo y palpitante.
«Me reta. ¡Joder!»
A mí, que no necesito que me reten para dejar a una mujer más que satisfecha, con su coño chorreando por el deleite y su cuerpo pidiendo por más.
Enrollo mi brazo en su finísima cintura y la atraigo hacia mí, haciendo que su cuerpo choque contra el mío. Mi otra mano sujeta su mandíbula con fuerza, obligándola a verme. Ella es una mujer de temple y se nota que no le teme a nada; me mantiene la mirada, sin pestañear siquiera y manteniendo la misma actitud retadora.
—Eres una pequeña bravucona que no sabe lo que ha pedido. —Alza una ceja y ladea una leve sonrisa, prepotente y arrogante—. Te juro, que después de lo que yo te haré esta noche, no vas a querer estar con ningún otro hombre, jamás.
Suelta un bufido y la sonrisa arrogante de su boca se pronuncia más.
—Sin embargo, debes saber que yo no repito. ¡Nunca! —acoto, mientras mi mano sube por su espalda y con agilidad desabrocho su sostén—. Aunque vengas rogando, no volvería a estar contigo, porque no soy el tipo de hombre que está con una sola mujer.
Saco el sostén de su cuerpo y lo tiro al suelo.
—Te adelantas a los hechos —espeta. Lleva su mano hasta mi bestia y la oprime, sonsacándome un gruñido—. Yo jamás querría repetir contigo y mucho menos andaría rogando para que estemos juntos otra vez.
Ahora soy yo el que ríe con petulancia. Llevo mi mano hasta abajo, enrollo mis dedos en esa tanga tan sexi, que me tiene babeando desde que la vi; enrollo mis escurridizos dedos en el orillo, y la jalo, provocando que la tela se meta en su raja y le otorgue placer. Sus labios se separan y sueltan un suave, pero muy profundo gemido, que me enciende la sangre, deseando empalarla con la potente lanza que cargo entre mis piernas.
—Te recuerdo que fuiste tú la que dijo que jamás caería en mis brazos, ni en mis mentiras, y fuiste tú la misma que me llamó aquí —espeto, con fanfarronería.
La expresión de su rostro cambia. Mi comentario la ha molestado, pero creo que también la ha prendido más.
—Me parece que ya fue mucha la conversación y a este paso se me van a quitar las...
La callo llevando mi boca hasta la suya y besándola con un apetito voraz, alzando su cuerpo y llevándolo hasta mi regazo, para cargarla hasta el puto ventanal. Sus piernas se enrollan a mi cintura, mientras su boca devora a mi lengua, dándole una mamada monumental, que envía todos mis sentidos hasta el espacio, imaginando que le hace lo mismo a mi v***a.
Cuando llego hasta el dichoso ventanal, la estampo contra él. Suelta un gruñido, por la violencia con la que la trato, pero, como dije, ella es tan feroz para el sexo, que mi actitud solo la prende más. Sus manos se deshacen de mi camisa con prisa y luego desabrochan mi faja y los botones de mi pantalón; una de ellas se mete adentro y le da placer a mi bestia, provocando que se ponga tan duro, que casi rompe la tela del boxer y del pantalón. La bajo de mi regazo y la paro en el suelo; la giro, dejándola de espaldas de espaldas a mí y de frente al ventanal, oprimiéndola contra él. Comprimiendo sus tetas y su mejilla, contra el frío cristal. Con mi rodilla, la obligo a abrir las piernas y con una de mis manos inclino su culo. Es pequeño, pero tan redondo y alzado, muy bien formado y me vuelve loco. Ver cómo el minúsculo pedazo de encaje n***o se mete entre esos dos tajos de carne tan apetecibles, es un deleite visual que envía cientos de corrientes eléctricas hasta la punta de mi falo, que ya quiere despedazarla. Sin embargo, me tomo mi tiempo, porque si hay algo que quiero hacer, es desquiciarla y escuchar esos labios tan irreverentes, suplicando que me la coja y que le dé duro.
Alzo más su culo y la obligo a restregarse contra mi vara. Con solamente sentir mi dureza enterrándose en toda su raja, con toda esa tela de por medio estorbando, se pone loquita. Comienza a jadear y mueve el culo, así como lo movía en aquel club, cuando solamente me prendió con el bailecito que me hizo. Se pone tan húmeda, que sus fluidos empapan la tela de mi pantalón.
Mis manos dejan su cadera y van hasta sus tetas, dejando que sea ella la que busque el placer contra mi hombría, mientras que mis dedos tan desalmados pellizcan a sus pezones.
Jadea, alto y fuerte, y, por momentos, los jadeos son silenciados por el sonido de mis azotes contra sus nalgas. Al final, el jueguito termina desquiciándome a mí y con prisa me deshago del pantalón y del bóxer, porque ya no soporto las ganas de enterrarme en ella y escucharla gritar ante mis embates.
Comportándome como un verdadero troglodita, le arranco la tanga de un tirón, valiéndome v***a si era cara y luego va a querer cobrarme. Paso toda mi longitud por toda su raja y se restriega contra el cristal, gruñendo, muerta de deseo.
—¿Te gusta lo que sientes? —le pregunto, con voz ronca, esperando escuchar que me exija que la penetre de una buena vez, mientras me coloco los dos preservativos.
—Sí —sisea, lujuriosa.
—¿Y qué más quieres? —pregunto, colocando a mi bestia en su entrada, mientras la punteo y la prendo más de lo que ya está.
—Que me la des toda —contesta, en un siseo profundo y cargado de deseo.
Lo hago.
Sujeto su cadera con fuerza y mi otra mano le da dirección a mi lanza, para que la atraviese con una estocada certera, profunda y potente.
Mis empellones, tan precisos y tan bestiales, la oprimen contra el ventanal. Y, como si eso no me fuera suficiente, coloco mi mano detrás de su espalda y la estampo contra el vidrio, imposibilitándole el poder moverse. No quiero que haga nada, únicamente quiero que sienta todo lo que le doy; cada centímetro de carne, llenando su hueco y otorgándole placer.
Se corre tan rico y termino esbozando una sonrisa de satisfacción, porque, tal y como lo dije, en ningún puto momento miró el panorama. Solamente se dedicó a disfrutar todo el puto placer que le he dado.
Apenas y toma aire, y la muy angurrienta ya está lista para un segundo round. Enrolla su mano en mi vara y la magrea, creyendo que yo ya he acabado y que necesito ayuda para seguir la faena.
Otra vez sonrío, porque ella es el tipo de mujer que a mí me gusta. Esa que no se conforma con poco, que no tiene llenadera, sino que es ambiciosa y angurrienta, y lo quiere todo.
La levanto en brazos y la tiro contra la cama, boca abajo. Quiere levantarse, pero no le doy tiempo a hacer nada, porque ya la estoy atacando otra vez. Enrollo sus manos detrás de su espalda y la inclino, para que deje su culo en pompa para mí. Le doy con todo, sin remordimiento alguno. Toda la cama tiembla por la guerra que la Brigadier y el capitán están desatando entre esas cuatro paredes.
—Te odio, maldito imbécil —grita, contra el colchón, cuando el segundo orgasmo la alcanza y su cuerpo comienza a temblar, por el fuego que la consume.
Pero, no le basta. Es una maldita golosa que quiere más y más, y eso me fascina, porque yo sigo con un empalme descomunal y podría seguirle dando sin contemplaciones durante todo lo que resta de la noche.
Se trepa en mi como un jodido mono araña, enrolla sus piernas a mi cadera, sus brazos en mi cuello y me monta la v***a como un jodido canguro que no se cansa de bincar. Le rujo en la oreja, muerdo sus mejillas, su barbilla, su cuello, sus hombros y sus tetas con mucha fuerza, marcando su piel tersa y de porcelana, porque el placer que ella me ofrece es desenfrenado y me abate todos los malditos pensamientos y los sentidos. No tengo raciocinio, soy como una bestia salvaje que quiere devorarla, y a ella le gusta esto.
En mi puta vida había estado con una mujer como ella: tan fogosa, tan salvaje y que pudiera seguirme tan bien el ritmo.
La llevo contra la cama y me acuesto sobre ella, dándole los últimos empellones, antes de estallar en mi propio orgasmo y derramarme dentro del látex hasta la última gota.
No sé qué mierda me pasa por la puta cabeza, pero tengo el impulso de darle un beso y lo hago. La beso como nunca antes había besado a una mujer en mi puta vida y puedo jurar que hay una conexión. Estoy seguro de que ella también la siente, porque me corresponde el beso con la misma intensidad y el mismo deseo.
Sin embargo, lo que hace, me trastoca. Coloca sus manos en mi pecho y me empuja, alejándome de ella.
—Ya puedes irte —espeta.
Se yergue y se tapa las partes nobles con las sábanas. Se acerca a la mesita de noche y coge una caja de cigarrillos, para llevarse uno a la boca.
—¿Disculpa? —le digo, sintiéndome ofendido por su actitud.
—He dicho que ya puedes irte —repite, hablando con frialdad, sin siquiera voltear a verme.
La sangre me hierve y me siento jodidamente desconcertado. Se supone que soy yo el que hace esto, el que solamente las coge y las deshecha, no al revés.
—Ya cogimos —prosigue, encendiendo el cigarrillo y dándole una profunda calada—. Ya puedes irte. O, a menos que estés esperando un pago por lo que acabas de hacer. ¿Es así?
La dentadura me rechina, por lo apretada que tengo la mandíbula. Las uñas se me entierran en las palmas, por lo fuerte que estoy cerrando mis puños y no me puedo creer su maldita actitud para conmigo.
—¿Entonces? —murmura, viéndome al fin. En su mirada no hay nada. Sus ojos azules parecen un témpano de hielo—. ¿Qué estás esperando? Ya cogimos. Ya obtuviste lo que tanto querías y yo ya obtuve lo que quería. ¡Ahora lárgate!
Estoy a punto de mandarla a la mierda, pero me contengo. Tampoco soy tan hijo de puta. Agarro mis cosas, tiro el látex en un basurero, y me visto con la misma rapidez con la que la desvestí momentos atrás, para largarme de esa habitación, llevándome la poca dignidad que me queda encima.
Antes de salir, me da la última puñalada, en la dignidad y en el ego.
—Por cierto, no ví ni un puto cielo —dice—. Tus cogidas son tan comunes y corrientes como las de cualquier otro.
Le lanzo una mirada cargada de odio, pero ella ni siquiera me está viendo. Tiene las piernas encogidas, la cabeza y uno de los brazos apoyados en las rodillas y continúa fumando el cigarrillo, mientras observa la vista por el ventanal, con la mirada perdida.
Salgo y tiro la puerta, echando rabieta como si fuera un estúpido adolescente. «¿Por qué me molesta que me haya echado?», me pregunto, si al final lo único que me interesaba lo obtuve. Me la cogí. Eso es lo que siempre hago. Coger y largarme, esperando no repetir jamás. Sin embargo, esa pendeja me hirió el orgullo e hizo justamente lo que yo hubiera hecho, de no ser...
Muevo la cabeza y niego. Continúo mi camino y me largo, esperando no volver a cruzarme en el camino de esa majadera.
[...]
Una semana después...
—Oye, ¿me estás escuchando? —espeta el hombre sentado frente a mí.
—Eh, sí —murmuro, aunque en realidad no tengo ni una puta idea de qué estaba diciendo.
—¿Qué te he dicho? —inquiere, achicando la mirada mientras me observa a la expectativa.
—Hum... —vacilo, pensando que respuesta dar—. Hablabas sobre las nuevas municiones que llegaron al cuartel.
—Esa conversación la tuvimos durante el desayuno —replica, viéndome, confundido—. ¿Qué te sucede? —pregunta con duda—. Tienes días de estar como distraído. Te hablan y casi no prestas atención, y, últimamente, eres una mierda en las batallas de cuerpo a cuerpo, cuando siempre has sido el mejor en los entrenamientos.
Alzo los hombros y finjo una mueca de desinterés en el rostro.
—Nada —murmuro—. Todo está bien.
Continúo tecleando cosas sin sentido en la computadora, fingiendo como que escribo un reporte, pero la verdad es que ni siquiera sé que estoy haciendo. Lo que esa niña estúpida me hizo, me ha tenido mal desde entonces.
—¿Sabes qué es lo que necesito? —digo, soltando el teclado y observando al imbécil de mi amigo, que aún me observa con desconcierto—. Necesito salir de cacería y coger con unas tres mujeres.
Suelta una risotada y niega.
—Sí, ya has vuelto a ser tú —comenta, poniéndose en pie—. Por suerte, mañana es tu día libre y esta noche puedes salir de cacería y cogerte a todas las mujeres de la isla. Quizá, así dejes de actuar como imbécil y vuelvas a ser el hijo de puta de siempre.
Lo observo por un instante, preguntándome si tendrá razón. «¿De verdad me afectó tanto lo que me hizo esa pendeja y he actuado como imbécil todos estos días?»
—¿Sabes? —añade, antes de salir—. Por un momento llegué a pensar que estabas actuando así por una mujer. «¿Será que ha llegado la mujer que ha cambiado a mi amigo y lo tiene en las nubes?», me pregunté.
—¡Vete a la mierda! —exclamo, chasqueando la lengua, malhumorado—. La mujer que haga eso, no ha nacido, ni nacerá jamás.
Ríe a carcajadas y se va, dejándome de muy mal humor. Sin embargo, se me pasa rápidamente. Esta noche me cogeré a unas cuantas y la tonta Noah quedará en el olvido, como ha pasado con todas las mujeres que han pasado por mi cama.
[...]
—Para usted —dice el cantinero que atiende la barra del bar en el que me encuentro, entregándome un trago de ron con soda, el trago que estaba bebiendo—. Se lo envía la señorita.
Señala a una mujer que se encuentra a unas cuantas mesas detrás de mí y la observo. Una cosita preciosa. Justo el tipo de mujer que ando buscando.
Agarro el trago y lo alzo en dirección a ella, agradeciéndole el gesto con una sonrisa seductora y lanzando mi carnada. La mujer sonríe con coquetería y minutos después está a mi lado, preguntándome si puede hacerme compañía.
«Ya cayó la primera de la noche»
Media hora después, de una conversación que ya no recuerdo, estamos entrando a su departamento, que queda muy cerca del bar en el que estábamos. La desvisto con prisa, mientras la beso. Por alguna razón, me siento desesperado, como si quisiera demostrarme algo. Quizá el hecho de que aquella pendeja no me interesa.
Me coloco los preservativos y comienzo mi faena. La embisto con salvajismo, queriendo sacar mi rabia y mi frustración, con aquella chica que ya no recuerdo cómo carajos dijo que se llamaba. Mientras la parto en pedazos, sin siquiera poder disfrutar lo que estoy haciendo, sino más bien, sintiéndome más frustrado y desesperado, a mi mente viene la estúpida Noah y su entereza para soportar y disfrutar mis azotes desconsiderados y despiadados; sus malditos gemidos y sus putos besos tan dulces, que saben a gloria.
«¡Maldita mierda!»
Es la primera vez que no puedo cumplirle a una mujer y no puedo terminar lo que he iniciado.
Gruño por la rabia y la reverenda cólera que me está carcomiendo por dentro.
«¿Qué putas me hizo esa pendeja, que no puedo dejar de pensar en ella y tampoco puedo coger con otras?»
[...]
NARRA NOAH
Unos días después...
—Tienes que leer esto —espeta Brittany, arrojando un sobre con documentos sobre mi escritorio.
La observo y está molesta. Muy molesta. Cosa que me intriga más. Cojo los documentos y los leo, pasando de uno a otro y moviendo la cabeza, en actitud de negación, cada vez que paso a otro y me doy cuenta de lo que tiene molesta a Bri.
—¡Te estaba robando! —exclama, exasperada y furiosa—. ¡Ese hijo de puta te estaba robando dinero! ¡No le bastó con meterse con otras y engañarte, sino que también te robó dinero con esa excusa de la expansión!
Algunas lágrimas se escapan de mis ojos y la vista se me nubla, por la rabia y el dolor. No dolor por el engaño con las otras mujeres, eso lo superé el día que decidí coger con el capitán idiota. Mi dolor es por esto.
«¡¿Cómo mierda pudo hacerme esto?! A mí que le dí todo y le brindé mi confianza a ciegas»
Furiosa, aviento los papeles contra la pared y empiezo a tirar todo lo que hay sobre el escritorio. Estoy histérica; parezco un vendaval, arrasando con todo lo que hay a su paso.Juro que si tuviera a James frente a mí, lo mataría con mis propias manos.
—¡Ese hijo de puta me las va a pagar! —rujo, cuando Brittany trata de calmarme—. ¡Te juro que si no lo mato yo misma, voy a hacer que le caiga todo el peso de la ley y se arrepienta de haber tocado mi dinero y haber jugado con mis sentimientos!
Me suelto del agarre de Bri, y salgo de la oficina echando rayos y centellas, y tratando de alejarme de cualquiera que trate de importunarme. Corro hacia afuera, tratando de llegar a la playa, pero, para hacer más grande mi desgracia y ponerme a rabiar más, él se aparece en mi camino y camina hacia mí.
—¿Y tú, qué haces aquí? —inquiero, con tono demandante, sintiéndome muy exasperada—. No estoy de humor para tus mierdas.
Me seco las lágrimas del rostro, porque no quiero que el imbécil me vea llorar. Sorbo por la nariz y me llevo las manos al rostro, tratando de sacar mi frustración.
—¿Qué te sucede? —pregunta. Parece que hay preocupación en su voz y eso me desconcierta por completo—. ¿Te sientes mal? ¿Tienes algún problema?
Muevo la cabeza en negación y otra tanda de lágrimas se derraman de mis ojos.
—Noah, sé que no somos amigos. Probablemente, ni siquiera te agrade. No lo sé con certeza —murmura, colocando su mano sobre mi hombro, como si quisiera consolarme—. Pero, si tienes algún problema y necesitas ayuda, yo puedo brindártela, sin ningún interés de por medio.
—¿Puedes llevarme lejos de aquí? —farfullo—. Lejos de toda la gente...
Ni siquiera termino la frase y ya está agarrando mi mano y llevándome hasta su automóvil, un Mustang GT n***o, que se ve tan imponente y salvaje como él. No dice nada y no continúa haciendo más preguntas, solamente se dedica a abrirme la puerta del copiloto y a ayudarme a subir. Luego, va hacia el otro lado, se mete al carro, lo arranca y conduce sin rumbo, alejándonos de la parte turística de la isla y yendo hacia la costa oeste, allá donde no llegan turistas y las playas son casi desiertas.
Treinta minutos de viaje después, he dejado de llorar y me siento más tranquila, aunque guardo completo silencio. Él no dice nada, me da mi espacio y me deja sumergida en mis pensamientos, aunque de vez en cuando lanza alguna mirada sobre mí.
Llegamos hasta una parte solitaria de la playa y me invita a salir y sentarnos en la orilla, frente al mar. Nos sentamos uno al lado del otro, guardando silencio y solamente contemplando el océano.
—Me gusta mucho el mar —comento, después de un rato y cuando siento que ya estoy lista para hablar.
Ladea la cabeza y me observa. No lo miro, continúo con mi vista fija hacia el frente, pero puedo notar que sonríe.
—¿Te sientes mejor? —pregunta.
Asiento, sintiéndome rara de estar aquí, compartiendo este momento tan íntimo, justamente con él. La última persona que hubiera imaginado podía ayudarme en un momento como este.
—¿Puedo saber qué te pasó? —inquiere.
Otra vez asiento y se me escapa un leve sollozo.
—Me enteré de que el hijo de puta de mi ex me estaba robando dinero —suelto, soltando el coraje que traigo atorado y, por una estúpida razón, sintiendo que puedo confiar en él—. No le bastó con engañarme con quién sabe cuántas mujeres... ¡No! ¡También me estaba estafando!
—Entiendo —murmura sin más.
Otras cuantas lágrimas se escapan de mis ojos, en tanto él mira hacia el frente y guarda silencio.
—¿Lo amas? —pregunta después de unos minutos, como si estaba considerando hacer tal pregunta.
—Lo hacía —declaro—. Ahora lo odio y quisiera matarlo.
Suelta una risita divertida y niega.
—No tengo ninguna duda de que lo harías si pudieras —manifiesta—. Eres fuerte, Noah, y muy aguerrida. Creo que ese hijo de puta debería de tenerte miedo.
Lo observo con curiosidad, pues no entiendo porqué, después de lo que ha pasado entre nosotros, actúa así conmigo, con tanta consideración, si no somos amigos, ni nada.
—¿Cómo te llamas? —indago, pues me doy cuenta que no sé su nombre de pila.
Gira la cabeza y me observa por unos segundos que me parecen eternos, como para dar una respuesta tan simple.
—Liam —contesta después, y su tono de voz es extraño—. Capitán Liam Hopper.
—Mucho gusto, Liam —digo, esbozando una sonrisa débil—. Creo que no nos habíamos presentado formalmente.
Niega y sonríe, mostrando sus perfectas hileras de dientes blancos y perfectos. Extrañamente, siento calidez en su sonrisa. Cosa rara viniendo de él, el ser que me parece más nefasto del mundo.
—¿Y tu nombre cuál es, solo Noah? —indaga, sonsacándome una sonrisa, por la forma en que me ha llamado.
—Solo Noah —digo.
Frunce el entrecejo y niega.
—Dime tu nombre —exige.
—Solamente soy Noah —explico con seriedad—. Soy huérfana, Liam. No tengo familia. Mi madre murió cuando yo era una bebé y nunca pudo registrarme bajo su apellido. A mi padre nunca lo conocí y toda mi vida viví en un orfanatorio, hasta que cumplí la mayoría de edad y pude salir de ese lugar tan horrible.
Su ceño se acentúa más y puedo notar el desconcierto en su expresión.
—Disculpa la pregunta —dice, con algo de duda—. Pero, ¿puedo saber cómo es que una chica sin familia, terminó siendo dueña de su propio hotel? ¡Y en Hawaii!
Otra vez vuelvo a reír, pues es bastante gracioso.
—Soy muy buena jugando póker y tengo muy buena suerte con las apuestas —alardeo, con una sonrisa socarrona en mi boca.
Liam achica la mirada y se rasca la barbilla.
—Explica eso —dice.
—Bueno, cuando salí del orfanatorio, decidí irme a Las Vegas —declaro—. Estando allí, fui a un casino y realicé una apuesta millonaria con el dueño del casino. —Abre los ojos por la sorpresa y hace un gesto de admiración—. Gané y con el dinero decidí mudarme a Hawaii y comprar un hotel, porque cuando era niña, miraba muchas revistas en el orfanatorio y siempre tuve el sueño de vivir en la paradisíaca isla de Hawaii —extiendo mis manos y señalo hacia la playa—. Y, ocho años después, aquí estoy.
—¿Qué edad tienes? —pregunta.
—Veintisiete —respondo—. ¿Y usted, capitán Hopper?
—Tenemos la misma edad —dice.
—¿Y cómo es que un hombre tan joven se volvió capitán de un escuadrón de los SEAL? —pregunto, haciendo énfasis en las palabras Capitán y SEAL.
Alza los hombros y hace un gesto de indiferencia.
—Soy muy bueno en lo que hago —contesta—. Sé que parezco un desocupado, sin interés en nada—asiento con burla—, pero créeme, si hay algo que tomo muy en serio es esto. Soy bastante disciplinado y me gusta hacer las cosas a la perfección. Por eso fui ascendiendo rápidamente, porque era el mejor en todo lo que hacía.
Ladeo una sonrisa al escuchar las últimas palabras que dice. Es cierto que le dije aquellas cosas cuando lo corrí del hotel aquella noche, pero el muy hijo de perra tiene toda la boca llena de razón. Es un petulante y engreído de mierda, pero sí, es el mejor en todo lo que hace. En mi puta vida había tenido una noche como aquella y me habían dado tan buen sexo como el que él me dió.
—¿De qué te ríes? —pregunta.
—De nada —miento, sin poder ocultar mi risa.
Continuamos hablando por mucho tiempo, mientras caminamos por la playa, hasta que decidimos regresar. Le agradezco la ayuda y la compañía y, antes de que se vaya, le pregunto:
—¿A qué venías cuando nos encontramos en la mañana?
—A nada —dice—. Solamente estaba en el lugar correcto, justo cuando lo necesitabas.
Sonrío y me despido, para entrar al hotel, sintiéndome rara, por haber tenido un día como aquel junto a él y porque jamás pensé que podíamos llegar a tener una conexión como aquella.
Al día siguiente, recibo una llamada suya para invitarme a cenar. Me parece de lo más extraño, pero acepto, porque la verdad es que si me estoy muriendo de ganas de verlo otra vez.
Llega al hotel en su Mustang y se porta como todo un maldito caballero, provocando que lo vea más irresistible que nunca. Luce guapísimo con la maldita camisa azul cielo, que tan bien acentúa su piel bronceada; con su cabello azabache engomado y peinado de lado y la jodida sonrisa perfecta en esa boca tentación.
Cuando me ve con mi traje blanco, tan ceñido al cuerpo y dejando entrever demasiada piel de por medio, no puede evitar pasear su mirada lasciva por mi cuerpo.
Llegamos al restaurante, que queda a la orilla de la playa y deja ver las olas del mar siendo bañada por los rayos de la Luna. No puedo evitar pensar en sus palabras y que el muy maldito tuvo toda la razón. En ningún jodido momento pude notar el paisaje, todo mi ser estaba concentrado en disfrutar lo que él me daba.
Después de la cena, decidimos dar un paseo por la playa y continuar conversando.
—¿A qué estamos jugando? —espeto abruptamente, después de un largo rato de caminata y conversación.
—¿Cómo que a qué estamos jugando? —pregunta.
—Sí —exclamo—. ¿Qué es todo esto? —Me señalo, lo señalo, y señalo el espacio entre ambos—. Dijiste que no te gustaba repetir con una mujer. Te traté mal la última vez...
—La última vez fue ayer, y creo que la pasamos bien —acota.
—Sabes muy bien a qué me refiero —mascullo—. ¿Qué es lo que quieres, Liam? —pregunto, con tono demandante.
No responde. Se queda en silencio y se acerca a mí, acorralándome. Su brazo rodea mi cintura y me sujeta fuertemente contra él, imposibilitándome el poder moverme. Su rostro está a escasos centímetros del mío y su aliento caliente choca contra mis mejillas cuando contesta:
—Quiero volver a coger contigo.
Río como tonta, por los nervios que me producen su cercanía y lo que ha dicho.
—¡Deja de joder...! —exclamo, pero no me deja terminar la frase.
—Deja de resistirte y deja de comportarte como que no lo quieres —sisea, rozando sus labios con los míos y encendiéndome en un dos por tres—. Sé que también sentiste esa conexión que tuvimos aquella noche.
Su nariz acaricia mi mejilla y mi mentón, y siento que me derrito entre sus brazos.
—Tú no repites —farfullo, nerviosa—. Dijiste que no eras hombre de una mujer.
—Pues algo me hiciste, que ya no quiero estar con ninguna otra que no seas tú. Quiero repetir hoy, mañana y cada puto día contigo —dice.
Su boca caza a la mía y me besa con una intensidad, que ya no me permite resistirme más. Quiero que siga y que me coja como la bestia que es, en esta maldita playa y todos los putos días de mi jodida existencia.