un segundo encuentro

1552 Palabras
***Camila*** El sonido del vidrio tintineando contra la bandeja de metal es lo único que mantiene mis pensamientos en orden. Estoy en modo automático, moviéndome por el restaurante como si no fuera consciente de cada paso que doy. Pero lo soy. Soy consciente de cada paso, de cada inhalación profunda que tomo para contenerme y no reaccionar a la presencia de ese imbécil de ojos turquesa sentado en la mesa que me tocó atender. Después de tomarles la orden, me giré con una expresión impasible y me alejé sin mostrar absolutamente nada de lo que bullía en mi cabeza. Ni una maldita reacción. Y eso le jode. Lo sé, porque desde la barra puedo sentir su mirada quemándome la nuca. —Entonces, ¿no vas a decir nada? —susurra Valeria con una sonrisa de perra curiosa pintada en la cara mientras se apoya en la barra a mi lado. —Sobre qué. —Sigo con la vista en la bandeja, asegurándome de que las bebidas no se derramen antes de salir a la mesa. —No te hagas la tonta, pelirroja. ¿Cómo mierdas no sabías quién es? ¡Es Liam Davenport! —dice exagerando la última parte con un tono teatral. —Dios, Camila, tienes el culo de Hollywood en tu sala y ni te enteras. Suspiro, ya con ganas de partirle la cara contra la barra. —Primero, no es "mi sala", es mi departamento. Segundo, no es "el culo de Hollywood", es un idiota con resaca y actitud de mierda. Y tercero, me importa una mierda lo famoso que sea, si vuelve a insinuar que soy una bruja que lo drogó, le parto la botella en la cabeza. Valeria suelta una carcajada tan fuerte que varios clientes la voltean a ver. —¡Dios, eres un puto meme andante! ¡Eres como esas tipas que dicen que no saben quién es Bad Bunny! —se burla. —No me gustan las comedias románticas, Vale. —Le recuerdo mientras acomodo las copas en la bandeja. —Ni el porno. —Agrega ella, rodando los ojos. —Porque si lo vieras actuar en la vida real, sabrías que lo suyo no es el cine, nena. Es el sexo. ¿Has visto esos labios? ¿Has sentido esas manos grandes? ¿Y sus piernas? —Hace una pausa, acercándose a mi oído para susurrar—. ¿Es verdad lo del tamaño? ¿Lo viste? Le doy un golpe en el brazo, pero la muy descarada solo se ríe. —¿Por qué me preguntas esas estupideces? —susurro molesta. —Porque soy curiosa. —Sonríe con picardía. —Y porque si me hubieras dicho que pasaste la noche con él, hubiera asumido que mínimo te follaste a ese hombre. —Pone cara de falsa indignación—. ¿Acaso me estás diciendo que dormiste con Liam Davenport y no lo aprovechaste? —¡No dormí con él! —exclamo, exasperada. —Ah, claro, claro. Lo viste en calzones, babeaste un poco y no hiciste nada al respecto. —¡No babeé! Valeria me ignora completamente y sigue con su ataque. —¿Cómo era? Digo, ¿te tocó? ¿Te dijo algo cachondo? ¿Cómo huele? —Sigue con su interrogatorio mientras yo intento salir de ahí sin éxito. —Porque ese cabrón se ve como si oliera a sexo y dinero. —Vale, ¿puedes callarte y dejarme trabajar? —le suplico, agarrando la bandeja con más fuerza. —Solo responde una cosa, una sola. —Me agarra del brazo antes de que me aleje y me mira con seriedad fingida—. ¿Crees que tenga problemas de impotencia por su consumo? Me río y la empujo lejos de mí. —Eres una puta enferma, Valeria. —¡Eso no es un no! —Me grita detrás mientras me alejo hacia la mesa del infierno. Cuando llego, el ambiente en la mesa es relajado, pero cambia apenas dejo caer la primera copa frente al amigo de Liam. —Gracias, hermosa. —Me guiña el ojo. No respondo. Sigo con la segunda copa y la dejo frente a la rubia de cara de perra que no ha dejado de verme como si fuera la mugre en el zapato de alguien. Cuando llego a Liam, él sonríe de medio lado con esa maldita arrogancia y recibe su bebida con un "Gracias, brujita". Siento que me hierven los huesos. —¿Sabes? Hay estudios que dicen que las mujeres que no tienen suficiente sexo se vuelven amargadas. —Su comentario va dirigido a su amigo, pero sé que es para mí. —Vaya, qué interesante —respondo con una sonrisa falsa mientras dejo su vaso en la mesa—. También hay estudios que dicen que el alcoholismo causa impotencia. El amigo escupe la bebida que acaba de probar y estalla en carcajadas. —¡Dios, esto fue hermoso! —se ríe golpeando la mesa con la mano abierta. —¡Tienes una boca jodidamente afilada, pelirroja! Liam me mira con los ojos entrecerrados y una mueca que dice que le dolió el golpe, pero no lo admitirá ni de broma. La rubia, en cambio, me fulmina con la mirada. —¿Terminaste? —pregunta con tono afilado. La miro sin expresión. —Si necesitan algo más, llamen a otro mesero. —Sonrío y me alejo. Puedo sentir la mirada de Liam en mi espalda mientras me alejo, pero no me vuelvo. No le daré ese placer. Cuando llego a la barra, Valeria me recibe con los ojos brillando de emoción. —Lo viste, ¿verdad? Se quedó sin palabras. Lo mataste. Fue la mejor cosa que he presenciado en este pinche lugar. —Me agarra de los hombros—. ¿Me dejas follarte? Me acabo de enamorar de ti. —Vete a la mierda. —Me río y me sacudo su agarre. Pero en el fondo, no puedo evitar sentirme satisfecha. Porque aunque Liam Davenport sea un arrogante de mierda con fama y dinero… no es intocable. Y yo no soy una de esas tipas que babean por él. Ni lo haré. ***Liam*** Observé cómo se alejaba, mis ojos descendiendo sin pudor por la curva de su culo. Maldita sea. La acidez de sus palabras seguía quemándome por dentro. ¿Alcoholismo e impotencia? Chupapollas pretenciosa. Apreté la mandíbula y le di un trago más largo de lo que debería a mi whisky, como si así pudiera borrar su jodida voz de mi cabeza. A pesar de que intentaba ignorarla, la percibía en cada puta esquina del restaurante. Su andar, su cabello, su jodida actitud de "estoy por encima de todo". Como si me juzgara desde la altura de su pedestal imaginario. Renata hablaba, y hablaba, y hablaba. Sus labios se movían, pero mi cerebro solo registraba ruido blanco. No era la primera vez que me pasaba con ella. De vez en cuando le lanzaba una mirada rápida, asentía o fingía estar interesado, pero la verdad era que me estaba cagando en todo. Su fastidio era evidente. Me conocía lo suficiente para notar que no le prestaba atención. Sus comentarios mordaces empezaron a subir de tono. —No sé qué mierdas te pasa hoy, pero si vas a estar con esa actitud, mejor dime y me largo —soltó, cruzándose de brazos. Adrián se carcajeó, disfrutando de la escena. —Oh, vamos, princesa, no te ofendas. Liam solo tiene la cabeza en otra parte... o mejor dicho, en otro par de partes. Renata le lanzó una mirada venenosa, pero él ni se inmutó. Yo, en cambio, le dirigí una expresión de advertencia, aunque no podía negarlo. Mi atención estaba atrapada en la puta mesera que había tenido los ovarios de desafiarme. La vi hablando con otra mesera, una rubia con un cuerpo de infarto y una sonrisa pícara que gritaba "problemas". Sus gestos eran expresivos, abiertos, desenfadados. Luego, mi vista se desvió hacia el tipo de lentes con quien también conversaba. Moreno, de aire intelectual, con una sonrisa cálida que me resultó irritante. —Dime que no —murmuró Adrián, siguiendo mi mirada. —Cállate. —Te estás retorciendo en tu puto asiento —insistió, divertido. No le respondí. En lugar de eso, me llevé el vaso a los labios y fingí concentrarme en otra cosa. Pero entonces la vi sonreír. No una sonrisa falsa o forzada como la que me había lanzado antes, sino una genuina, una que le iluminó el rostro y la hizo ver... diferente. Jodidamente atractiva. Me tensé. Algo dentro de mí gruñó con desagrado. No me gustaba. No me gustaba que esa sonrisa no estuviera dirigida a mí. No me gustaba que pareciera tan cómoda con ese par de imbéciles. —Estás jodido —se mofó Adrián. —Vete a la mierda. La muy perra volvió a acercarse, con la misma expresión impasible de antes. Con toda la tranquilidad del mundo, depositó los platos frente a nosotros. —Aquí tienen —dijo sin ningún entusiasmo. La miré directo a los ojos, esperando una reacción. Pero no hubo nada. Ni un puto pestañeo de reconocimiento. Como si yo fuera un cliente más. Hija de puta. —Gracias, brujita —solté con sorna. Y entonces, vi el mínimo destello de molestia en su expresión. Satisfactorio de cojones.
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