Cap 5: Alianza Silenciosa

1140 Palabras
Isadora Valente El aire nocturno rasguñaba mi piel cuando crucé los portones de la mansión Russo, dejando atrás la conversación más importante de mi vida. No miré atrás. No debía. El pasado había muerto junto con mi inocencia. La ciudad vibraba a mi alrededor, ruidosa y sucia, como una bestia hambrienta. Aun así, por primera vez, caminaba dentro de ella con los ojos abiertos. La adrenalina recorría mi cuerpo, bombeando un fuego nuevo en mis venas. Ya no era la muchacha que lloraba a escondidas en los rincones de Villa Valente. Esa versión frágil había quedado enterrada seis meses atrás, entre golpes, caídas y cicatrices que aún me ardían bajo la ropa. Subí a mi auto, un vehículo corriente, elegido estratégicamente para pasar desapercibida. El motor rugió al encenderse, y sin pensarlo demasiado, me dejé guiar por mis instintos hacia el único lugar donde ahora me sentía a salvo: mi escondite. La ruta me recibió como un viejo amigo. Las luces de la ciudad parpadeaban en el horizonte, mezclándose con mis recuerdos de sangre, sudor y promesas rotas. Cada imagen de mi entrenamiento volvía a mí como un latigazo: la arena del suelo en mi boca, los nudillos despellejados, las veces que caí y quise rendirme… pero no lo hice. No podía. No después de lo que Luca me había contado aquella noche brutal en la bodega. La traición de Seraphina me había quebrado en mil pedazos, pero también me había reconstruido. Más dura. Más fría. Más letal. Ahora era una guerrera vestida de mujer. Ahora era la Flor de la Venganza. Aparqué en un callejón estrecho, cubierto de grafitis y sombra. El edificio donde vivía era una reliquia olvidada de otra era, perfecto para alguien que deseaba ser invisible. Subí las escaleras oxidadas hasta mi apartamento: un loft pequeño, casi vacío, con paredes descascaradas y ventanas protegidas por gruesas cortinas negras. Allí, yo no era Isadora Valente. Allí, era Flor Sforza, una sombra entre sombras. Colgué mi peluca roja en el perchero improvisado junto a la puerta. Me miré en el espejo del baño: ojos grises, helados, labios tensos, mentón elevado. No reconocía a la joven asustada de meses atrás. Ahora veía a una estratega. Una cazadora. Encendí mi computadora segura, conectada a una red encriptada. En la pantalla, una sola palabra brillaba como una invitación al infierno: Operación Eclipse. Respiré hondo. Dejé que el miedo me atravesara… y luego lo dejé ir. Luca y yo habíamos pactado una alianza silenciosa, un juramento sellado en la mirada compartida de dos almas rotas. Él había perdido a su hermana en circunstancias igual de turbias. Ambos deseábamos lo mismo: venganza. Justicia. Redención. El primer objetivo ya estaba seleccionado: Marco Bellini, un exsocio de Seraphina. Un hombre astuto, codicioso y cobarde. Sabía que Bellini tenía información invaluable. Quizás incluso la llave para abrir todas las puertas ocultas que la muerte de Seraphina había dejado tras de sí. Preparé mi bolso: un revólver pequeño, fácil de ocultar; un cuchillo de hoja curva; dispositivos de rastreo; dinero en efectivo. No llevaba más de lo necesario. La agilidad era mi mejor arma. Mientras cargaba el bolso, una sombra cruzó mi mente: Luca. Imposible ignorarlo. Su presencia había quedado tatuada en mi piel, en mi sangre. No era un héroe. Lo sabía. En su mirada ardía algo oscuro, un fuego peligroso que amenazaba con consumir todo si me acercaba demasiado. Y aun así, cada vez que pensaba en él, una parte salvaje dentro de mí latía con una fuerza que asustaba. Sacudí la cabeza, reprendiendo mis pensamientos. No había espacio para distracciones. No ahora. Me coloqué un pantalón n***o ajustado, una camiseta simple y una chaqueta que disimulaba las armas. Mi cabello verdadero, largo y castaño oscuro, quedó recogido bajo una gorra. Pasaría desapercibida entre la multitud nocturna. Antes de salir, me detuve frente al ventanal que daba a un callejón vacío. Mis dedos tocaron la cicatriz en mi costado, recuerdo de una de las tantas batallas ganadas en el entrenamiento. Cerré los ojos, dejé que la rabia, el dolor, el amor perdido y el deseo de venganza me envolvieran. Cuando volví a abrirlos, era Flor Sforza quien miraba desde el vidrio. Caminé hasta mi auto con pasos ligeros. El reloj marcaba las dos de la madrugada cuando llegué a las inmediaciones del bar donde Bellini solía hacer sus negocios sucios. El lugar apestaba a humo rancio y desesperación. Desde mi vehículo, observé la puerta de servicio. Según la información de Luca, Bellini solía salir por allí después de cerrar tratos. El tiempo transcurrió lento. Cada sombra, cada ruido, me mantenía alerta. Finalmente, lo vi: un hombre regordete, de chaqueta cara y mirada nerviosa. Bellini. Bajé del auto y lo seguí a distancia prudente. Caminaba tambaleándose, ebrio, hacia un callejón lateral. Era ahora o nunca. Aceleré el paso, el corazón martilleándome el pecho. Lo alcancé en cuestión de segundos. Sin darle tiempo a reaccionar, lo acorralé contra la pared. —¿Marco Bellini? —pregunté con voz baja, amenazante. El hombre se giró, sobresaltado. Durante un instante, me observó confundido… y luego una expresión extraña cruzó su rostro. Una mezcla de sorpresa, reconocimiento y miedo. —Seraphina… —murmuró—. No dijiste que vendrías hoy. El mundo se detuvo. Sentí que el suelo desaparecía bajo mis pies. El rostro sudoroso de Bellini se convirtió en un borrón. El eco de mi respiración llenó mis oídos. ¿Seraphina? La palabra flotaba en el aire, absurda e imposible. ¿Era un error? ¿Un delirio de un borracho? ¿O…? Una parte de mí, la parte que se había convencido de la muerte de mi hermana, gritaba que era imposible. Pero otra, una voz antigua y primitiva, susurraba que la verdad rara vez era sencilla. El arma tembló en mi mano. Bellini, confundido, extendió la suya como si quisiera tocarme. —No sabíamos si vendrías… —balbuceó—. Todos te daban por muerta, pero yo sabía que eras demasiado lista para quedarte bajo tierra… Retrocedí un paso, sintiendo que el aire me abandonaba. Todo mi mundo, toda mi misión, todas mis certezas… se desmoronaban como un castillo de arena. Mis labios se abrieron, pero ninguna palabra salió. ¿Seraphina viva? ¿Una conspiración más profunda de lo que jamás imaginé? El caos estalló en mi mente. Y antes de que pudiera reaccionar, un sonido seco cortó la noche: un disparo. Bellini cayó de rodillas, sangre brotando de su pecho. Sus ojos vidriosos me buscaron una última vez antes de desplomarse contra el asfalto. Paralizada, apenas atiné a girarme. En la distancia, entre las sombras, creí ver una figura encapuchada desaparecer. Mi primer objetivo… había muerto antes de que pudiera obtener respuestas. Y ahora estaba más sola que nunca. La noche cerró sus fauces a mi alrededor, dejándome sola con una única certeza: el infierno apenas comenzaba.
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