Zack se puso de pie con movimientos pausados, controlados, pero la tensión en su mandíbula delataba su furia contenida. La bruja lo había lanzado lejos como si no fuera nada, y su manada lo había presenciado todo. Jamás un humano, mucho menos una mujer, lo había humillado de esa manera. Pero Ariel... Ariel no era una simple humana, ella era mucho más que eso.
Los lobos que lo acompañaban se tensaron, esperando una orden de su alfa. Algunos gruñeron con impaciencia, sus ojos brillando con furia y deseo de venganza. Pero Zack alzó una mano en señal de calma para que se contuvieran de hacer algo que luego se podrían arrepentir, además de que no estaban autorizados para atacar sin su aprobación.
—Nos vamos — anunció el alfa con voz firme.
La orden provocó murmullos de desconcierto. No era común que el alfa retrocediera ante nadie. Pero Zack no iba a cometer el error de subestimar a Ariel otra vez.
Los hombres-lobo fueron metiéndose dentro del bosque cercano en silencio, sus miradas seguían fijas en la joven, como si quisieran memorizar cada rasgo de su rostro para no olvidarlo jamás. La multitud que había permanecido inmóvil dentro del bar finalmente exhaló, aliviada por la partida de los depredadores nocturnos.
Ariel permaneció de pie, con los puños apretados. Su pecho subía y bajaba con rapidez, su corazón aun golpeando con fuerza dentro de su pecho. No entendía lo que acababa de suceder. No entendía qué demonios había despertado en su interior. Pero lo sentía… una energía cálida, peligrosa, danzando en sus venas.
Zack se detuvo un instante, girándose apenas para mirarla por encima del hombro.
—Nos volveremos a ver, bruja —dijo, su voz estaba cargada de promesas.
Ariel tragó en seco. No había miedo en sus ojos, solo una desafiante chispa de determinación.
La manada desapareció en las sombras del bosque nocturno, internándose dentro como espectros. Zack sentía el aroma de Ariel impregnado en su piel, en sus pulmones, como una droga de la que no podía escapar. No entendía por qué su presencia lo afectaba de esa manera. Por qué, a pesar de la humillación, algo dentro de él rugía con la necesidad de conocerla más, de descubrir sus secretos, de reclamarla como suya.
La luna brillaba sobre ellos cuando llegaron a la mansión oculta en lo profundo del bosque de Nueva Orleans. Era un refugio de piedra y madera oscura, rodeado de una bruma espesa que mantenía alejados a los curiosos. Dentro, los lobos aguardaban una explicación, pero Zack no estaba dispuesto a dársela a nadie.
—No quiero que nadie la toque —declaró con voz de trueno—. Ariel es mía.
El silencio cayó como un manto. La declaración no solo marcaba un desafío para la manada, sino que sellaba un destino que ni él mismo entendía aún.
Ariel había cruzado su camino.
Y Zack no estaba dispuesto a dejarla ir.
Ahora, él la reclamaba como su mate, y no importaba en absoluto las diferencias de razas, puede que ella sea una simple humana con poderes de bruja, pero para él, ella era su mate, y no había nada ni nadie que los pudiera separar. Ni siquiera su propia manada sería capaz de intervenir en su decisión.
Ariel apretó los labios, obligándose a respirar con calma. La energía en su interior seguía vibrando con intensidad, pero tenía que controlarla. No sabía qué había despertado en su sangre, solo que la hacía sentir más viva que nunca.
—¿Vienes o no? —la voz ronca de la mujer la sacó de su trance.
Ariel se giró para ver a la extraña que le había ofrecido refugio después+es de su enfrentamiento inesperado con los lobos. Era una mujer alta, de piel morena y ojos oscuros como la noche. Sus cabellos rizados caían en cascada sobre sus hombros, y llevaba un largo abrigo n***o que ondeaba con la brisa. Había algo en ella que la hacía parecer tan antigua como los árboles del bosque.
—Sí —respondió Ariel sin titubear. No tenía otro lugar al que ir y esa era la mejor decisión que podría tomar en ese momento.
La mujer asintió con una media sonrisa y comenzó a caminar. Ariel la siguió sin hacer preguntas, pero su mente no dejaba de divagar en querer buscar respuestas. Pensaba en Zack, en su mirada salvaje cuando la había desafiado, en la manera en que sus palabras resonaban en su mente: “Nos volveremos a ver, bruja”.
Algo en su pecho se apretó ante ese recuerdo. No debía pensar en él, pero lo hacía. Sabía que su camino y el del alfa estaban entrelazados, aunque no entendía cómo ni por qué.
—Te llamas Ariel, ¿verdad? —preguntó la mujer sin detenerse.
—Sí. ¿Y tú?
—Lilith.
Ariel sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Había escuchado ese nombre antes. Las historias hablaban de una bruja poderosa, una mujer que desafiaba todas las normas, una sombra en la noche.
—No pareces sorprendida —comentó Lilith con una sonrisa astuta, como si hubiera estado esperando esa reacción en Ariel, reacción que nunca fue.
—He oído sobre ti.
—Me imagino que no cosas buenas.
Ariel se encogió de hombros. No estaba segura de qué pensar. A pesar de la oscuridad en la voz de Lilith, algo en su interior le decía que podía confiar en ella, y que sería la única persona en esta ciudad que, a partir de entonces, se convertiría en su más grande aliada y confidente.
Después de unos minutos de caminata, un viejo caserón apareció entre la neblina. Su estructura de madera y piedra parecía parte del bosque, con hiedra trepando por sus paredes y ventanas cubiertas por gruesas cortinas de terciopelo. Ariel sintió un escalofrío al acercarse. No era un simple hogar, era un refugio de brujas y lo había averiguado, inmediatamente se habían acercado.
—Bienvenida —dijo Lilith, empujando la puerta de madera tallada para dejar entrar a Ariel a su nuevo hogar.
Dentro, el aire olía a incienso y hierbas frescas. La luz de las velas parpadeaba en las paredes y sombras danzaban entre los rincones. Había tres mujeres estaban sentadas alrededor de una mesa, murmurando entre sí. Se callaron al verla entrar.
—Ella es Ariel —anunció Lilith—. A partir de ahora, se quedará con nosotras.
Las tres brujas la observaron en silencio, sus ojos llenos de curiosidad y algo más que no supo descifrar. Ariel sintió la presión de sus miradas, pero se mantuvo firme. No tenía miedo. Algo dentro de ella le decía que este era el lugar al que pertenecía y al que debió de pertenecer desde hace mucho tiempo.
—Espero que no te asusten los secretos, niña —dijo una de ellas con una sonrisa afilada y voz amenazante.
Ariel sostuvo su mirada para no dejarse intimidar fácilmente.
—Los secretos son lo que nos mantiene vivas.
Las brujas rieron, y en ese momento, Ariel supo que acababa de entrar en un mundo del que no habría vuelta atrás.
Pero mientras se instalaba en su nueva habitación, con la luna brillando tras la ventana, su mente regresó una vez más a Zack.
Demonios, ¿Qué le había hecho ese lobo a ella para que no pudiera dejar de pensar en él a pesar de haberse conocido en esa rivalidad inesperada?
Aquel lobo había dicho que volverían a verse. Y por alguna razón, Ariel sabía que tenía razón.